sábado, 29 de febrero de 2020


GEORG TRAKL





Nocturno



El hálito del inmóvil. Un rostro animal
Entumecido de azul, su santidad.
Poderoso es el silencio de la piedra;

La máscara de un pájaro nocturno. Tres suaves
Campanas se desvanecen en una. ¡Elai! Tu rostro
Se reclina callado sobre el azul de las aguas.

Oh, quietos espejos de la verdad.
En los sueños marfilinos del solitario
Aparece el reflejo de ángeles caídos.


HEINRICH HEINE





Los dioses griegos



Bajo la luz serena de la luna
Como el oro en fusión el mar rïela,
Resplandor que el fulgor del claro día
Con la molicie de la noche mezcla,
La vasta playa misterioso alumbra,
Y en el azul del cielo sin estrellas
Vagan las blancas nubes como estatuas
De dioses colosales y siniestras,
Talladas por la mano del acaso
En las entrañas de brillante piedra.
No son, no son las nubes, son los dioses,
Los dioses mismos de la antigua Grecia,
Que el mundo alegremente gobernaron
En pasadas edades con su diestra,
Y hoy, después de su ruina y su caída,
Cuando la noche silenciosa media,
Cruzan dolientes por el ancho cielo
Espectros tristes, sombras gigantescas.
Fascinada y atónita mi vista,
Este flotante Pantheón contempla;
Colosales figuras que se mueven
Y cruzan tristes la extensión serena
Con un solemne y sepulcral silencio.
-Mirad a Kronion, rey de las esferas;
Su nieve los inviernos en los bucles
Vertieron, de su oscura cabellera,
Sobre aquellos cabellos que al moverse
Al Olimpo temblar un día hicieran;
Aun con furor el extinguido rayo
Trémula empuña su cansada diestra,
Y su rostro, que hollara el sufrimiento,
No perdió en la desgracia su fiereza.
¡Oh altivo Zeus! tiempos más dichosos
Aquellos tiempos que pasaron eran,
Cuando saciabas tu apetito ardiente
De hecatombes y ninfas hechiceras;
Mas de los mismos dioses el reinado
Término al fin en el espacio encuentra.
Los jóvenes empujan a los viejos
Cual tú un día empujaste en vil pelea
A tu padre y tus tíos los Titanes,
Júpiter parricida con fiereza.
También te reconozco, altiva Juno;
A pesar de tus celos y tus quejas,
Otra ha tornado el cetro de los cielos;
No eres la reina incontrastable y bella,
Y tus brazos de lirio ya impotentes
Miro, é inmóvil tu ojo de gacela;
Y ya a la hermosa que de Dios el hijo,
Fruto divino, en sus entrañas lleva,
Tu venganza cual rayo de los cielos,
Diosa vencida, a destrozar no llega.
Y a tí también, también te reconozco:
¿Con tu saber y tu égida y tu fuerza
La caída evitar no has conseguido
Del viejo Olympo, Palas Athenea?
Y también llegas tú, tierna Afrodita;
Tus cabellos cual oro en tu cabeza
Brillaban otras veces, ahora luce
Como plata tu hermosa cabellera.
Hermosa estás, el cinturón famoso
De las Gracias te ciñe y te sujeta,
Y sin embargo, miedo incomprensible,
Raro temor me causa tu belleza;
Y si cual héroes de lejanos días
Tu hermoso cuerpo poseer debiera,
Por loca angustia el corazón opreso
Yo moriría de quebranto y pena.
Eres tan sólo, Venus Libitina,
Ya de la muerte la deidad siniestra.
Tampoco Arés con su mirada amante
A su querida lívida contempla;
Febo Apolo, el hermoso adolescente,
Inclina tristemente la cabeza,
Y la lira sonante que alegrara
Del Olimpo feliz la noble mesa,
Y vibró en el banquete de los dioses,
Destemplada sostiene con su diestra.
Más sombrío Hefaistos me parece,
Y el adusto Vulcano con fiereza
A la celeste reunión no sirve,
A Hebe sustituyendo, el dulce néctar.
La risa inextinguible de los dioses
Después d tanto tiempo ya no suena.
Yo jamás os amé, ¡viejas deidades!
¡Divinidades clásicas y fieras!
Mas piedad santa y compasión, ardiente
De mi pecho sensible se apodera
Cuando errantes os miro por la altura,
¡Dioses abandonados! ¡sombras muertas!
¡Nebulosas imágenes que el viento
Hace huir aterradas y dispersas!
Y al, pensar cuán cobardes y cuán falsas
Los dioses son que un día os vencieran,
Esos sombríos y modernos dioses
Que hoy los cielos dirigen y gobiernan,
Zorros de sangre ansiosos, que se cubren
Con la piel del cordero, ardiente llena
La ira mi pecho, y deshacer sus templos
Y por vosotros combatir quisiera.
Por vosotros, deidades sonrïentes,
Y vuestro buen derecho, que la Grecia
Con su ambrosía perfumó y sumiso,
En vuestro nuevo altar lleno de ofrendas
Adorar y cantar y alzar al cielo
Los brazos suplicantes yo quisiera.
Verdad es que otras veces, viejos dioses,
De los humanos en las luchas fieras
Del vencedor tomabais el partido,
Venales cortesanos de la fuerza.
Pero es el alma del mortal más noble,
Más entusiasta y generosa y tierna,
Y yo sigo, en las luchas de los dioses,
De los dioses vencidos la bandera.-Hablaba
así, y en el sereno cielo
Las visiones fantásticas de niebla,
Sensibles a mi voz, enrojecían,
Mirábanme con silenciosa pena,
Y cual por el dolor transfiguradas
Fundiéronse de pronto en las tinieblas.
Ya se había escondido silenciosa
La luna tras las nubes cenicientas,
Alzaba el ancho mar su voz sonora,
Y del espacio en la extensión inmensa
Salían victoriosas, derramando
Sus eternos fulgores, las estrellas.



GERARD MANLEY HOPKINS





“I wake and feel the fell of dark, not day”



Despierto a sentir la pelambre de tiniebla, no el día.
¡Qué horas, oh qué horas negras pasamos
Esta noche! ¡las cosas que viste, corazón; caminos
    que cursaste!
Y más habrá, en la aun más larga dilación de la luz.
    Con testigo hablo así. Pero al decir
Horas digo años, digo vida. Y mi lamento
Es de gritos incontables, gritos como cartas muertas
    enviadas
Al muy amado que vive ¡ay! distante.

    Soy la hiel, soy acedía. El más hondo decreto de Dios
Me quiso sabor amargo: mi sabor fui yo;
Huesos en mí edificados, la carne colmó, la sangre rebosó
    la condena.
    La levadura del ser espíritu una pasta insípida amarga.
        Veo
Que los perdidos son así, y su castigo el vivir
Como yo el mío, sus seres sudorosos; y peores.

1885


KRIS VALLEJO





Las horas escondidas



Clavaron la poesía en el nombre de una calle
el tiempo todavía era ave de sol amanecido
la edad una piedra redonda
atascada en el mismo paisaje

El verde en realidad se llamaba mito
los corceles: hebras doradas de la velocidad
y esta vez el invencible océano
no devolvía olas por diamantes

No había oda para el desfile de jirafas en la tiniebla
el lecho deslumbrante del ojo desvelado
la caída del pánico ante un día de verano
el cauce de una lágrima y la continuidad del naufragio

Clavaron la poesía en una cruz
y por un tiempo
el mundo giró sin nombre
a puertas cerradas
sin germinación ni instinto

Escribíamos penitentes en las orillas negras del agua
sobre extensas telarañas de polvo y ceniza

Con algo hay que llenar los sueños

Ahora una pluma huérfana busca escalera y martillo
jura liberar las palabras incendiadas
bautizar esta tierra con su sangre negra
la tinta tenaz
intérprete de las horas escondidas



EDGAR LEE MASTERS





Julia Miller



Reñimos esa mañana,
pues él tenía sesenta y cinco años
y yo tenía treinta.
Estaba nerviosa y me pesaba el hijo
cuyo nacimiento me atemorizaba.
Pensé en la última carta que me escribiera
esa joven alma, ya lejana,
cuya traición oculté
al casarme con el viejo.
Entonces tomé morfina y me senté a leer.
Por entre las tinieblas que me llenaron los ojos
veo aún la luz vacilante de estas palabras:
"Y Jesús le habló: te digo
en verdad que hoy estarás
conmigo en el paraíso".


CARL SANDBURG





Harrison street court



Oí de labios de una mujer
que conversaba con una compañera
estas palabras:

«Una mujer que se busca la vida
nunca se queda con nada
por más buscona que sea.
Es otro quien siempre se queda
lo que ella sale a buscar por las calles.
Si no es un chulo
es un toro el que se lo queda.
Ahora he de buscarme la vida
hasta que ni para eso ya valga.
Nada tengo que me compense.
Todo se lo quedó un hombre,
todas mis noches de busconeo.»


Versión de Miguel Martínez-Lage
De: "Sombras":