martes, 28 de octubre de 2014

PEDRO SALINAS



Ámsterdam

 

Esta noche te cruzan
verdes, rojas, azules, rapidísimas
luces extrañas por los ojos.
¿Será tu alma?
¿Son luces de tu alma, si te miro?
Letras son, nombres claros
al revés, en tus ojos.
Son nombres: Universum,
se iluminan, se apagan, con latidos
de luz de corazón. Universum.
Miro; ya sé; ya leo:
Universum cinema, ocho cilindros,
saldo de blanco junto a las estrellas.
Te quiero así inocente, toda ajena,
palpitante
en lo que está fuera de ti, tus ojos
proclamando las vívidas
verdades de colores de la noche.
Las compraremos todas
cuando se abran las tiendas, ahora mismo
-Universum cinema-, cuando bese
las luces de tu alma, sí, las luces,
anuncios luminosos de la vida
en la noche, en tus ojos.

 

 

 

RUBÉN DARÍO




A Juan Ramón Jiménez.

  

I

¿Qué signo haces, oh cisne, con tu encorvado cuello
Al paso de los tristes y errantes soñadores?
¿Por qué tan silencioso de ser blanco y ser bello,
Tiránico a las aguas e impasible a las flores?

Yo te saludo ahora como en versos latinos
Te saludara antaño Publio Ovidio Nasón.
Los mismos ruiseñores cantan los mismos trinos,
Y en diferentes lenguas la misma canción.

A vosotros mi lengua no debe ser extraña.
A Garcilaso visteis, acaso, alguna vez...
Soy un hijo de América, soy un nieto de España...
Quevedo pudo hablaros en verso en Aranjuez...

Cisnes, los abanicos de vuestras alas frescas
Den a las frentes pálidas sus caricias más puras
Y alejen vuestras blancas figuras pintorescas
De nuestras mentes tristes las ideas oscuras.

Brumas septentrionales nos llenan de tristezas,
Se mueren nuestras rosas, se agotan nuestras palmas,
Casi no hay ilusiones para nuestras cabezas,
Y somos mendigos de nuestras pobres almas.

Nos predican la guerra con águilas feroces,
Gerifaltes de antaño revienen a los puños,
Mas no brillan las glorias de las antiguas hoces,
Ni hay Rodrigos ni Jaimes, ni hay Alfonsos ni Nuños.

Faltos de los alientos que dan las grandes cosas,
¿Qué haremos los poetas sino buscar tus lagos?
A falta de laureles son muy dulces las rosas,
Y a falta de victorias busquemos los halagos.

La América española como la España entera
Fija está en el Oriente de su fatal destino;
Yo interrogo a la esfinge que el porvenir espera
Con la interrogación de tu cuello divino.

¿Seremos entregados a los bárbaros fieros?
¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?
¿Ya no hay nobles hidalgos ni bravos caballeros?
¿Callaremos ahora para llorar después?

He lanzado mi grito, cisnes, entre vosotros
Que habéis sido los fieles en la desilusión,
Mientras siento una fuga de americanos potros
Y el estertor postrero de un caduco león...

Y un Cisne negro dijo: "La noche anuncia el día".
Y uno blanco: "¡La aurora es inmortal, la aurora
Es inmortal!" ¡Oh, tierras de sol y armonía,
Aún guarda la esperanza la caja de Pandora!
 

II. En la muerte de Rafael Núñez

El pensador llegó a la barca negra;
Y le vieron hundirse
En las brumas del lago del misterio,
Los ojos de los cisnes.
Su manto de poeta
Reconocieron los ilustres lises
Y el laurel y la espina entremezclados
Sobre la frente triste.

A lo lejos alzábanse los muros
De la ciudad teológica, en que vive
La sempiterna paz. La negra barca
Llegó a la ansiada costa, y el sublime
Espíritu gozó la suma gracia;
Y, ¡oh Montaigne! Núñez vio la cruz erguirse,
Y halló al pie de la sacra Vencedora
El cadáver helado de la esfinge.


III

Por un momento, ¡oh cisne!, juntaré mis anhelos
A los de tus dos alas que abrazaron a Leda,
Y a mi maduro ensueño, aún vestido de seda,
Dirás, por los Dioscuros, la gloria de los cielos.

Es el otoño. Ruedan de la flauta consuelos.
Por un instante, ¡oh cisne!, en la oscura alameda
Sorberé entre dos labios lo que el pudor me veda,
Y dejaré mordidos escrúpulos y celos.

Cisne, tendré tus alas blancas por un instante,
Y el corazón de rosa que hay en tu dulce pecho
Palpitará en el mío con su sangre constante.

Amor será dichoso, pues estará vibrante
El júbilo que pone al gran Pan en acecho
Mientras su ritmo esconde la fuente de diamante.


IV

Antes de todo, ¡gloria a ti, Leda!
Tu dulce vientre cubrió de seda
El Dios. ¡Miel y oro sobre la brisa!
Sonaban alternativamente
Flauta y cristales, Pan y la fuente.

¡Tierra era canto, cielo sonrisa!
Ante el celeste, supremo acto,
Dioses y bestias hicieron pacto.
Se dio a la alondra la luz del día,
Se dio a los búhos sabiduría
Y melodía al ruiseñor.

A los leones fue la victoria,
Para las águilas toda la gloria
Y a las palomas todo el amor.
Pero vosotros sois los divinos
Príncipes. Vagos como las naves,
Inmaculados como los linos,
Maravillosos como las aves.

En vuestros picos tenéis las prendas
Que manifiestan corales puros.
Con vuestros pechos abrís las sendas
Que arriba indican los Dioscuros.
Las dignidades de vuestros actos,
Eternizadas en lo infinito,
Hacen que sean ritmos exactos,
Voces de ensueño, luces de mito.

De orgullo olímpico sois el resumen,
¡Oh, blancas urnas de la armonía!
Ebúrneas joyas que anima un numen
Con su celeste melancolía.
¡Melancolía de haber amado,
Junto a la fuente de la arboleda,
El luminoso cuello estirado
Entre los blancos muslos de Leda!

 

 

LEOPOLDO LUGONES


 
La blanca soledad

 

Bajo la calma del sueño,
Calma lunar de luminosa seda,
La noche
Como si fuera
El blanco cuerpo del silencio,
Dulcemente en la inmensidad se acuesta...
Y desata
Su cabellera,
En prodigioso follaje
De alamedas.

Nada vive sino el ojo
Del reloj en la torre tétrica,
Profundizando inútilmente el infinito
Como un agujero abierto en la arena.
El infinito,
Rodado por las ruedas
De los relojes,
Como un carro que nunca llega.

La luna cava un blanco abismo
De quietud, en cuya cuenca
Las cosas son cadáveres
y las sombras viven como ideas,
y uno se pasma de lo próxima
Que está la muerte en la blancura aquella.
De lo bello que es el mundo
Poseído por la antigüedad de la luna llena.
y el ansia tristísima de ser amado,
En el corazón doloroso tiembla.

Hay una ciudad en el aire,
Una ciudad casi invisible suspensa,
Cuyos vagos perfiles
Sobre la clara noche transparentan.
Como las rayas de agua en un pliego,
Su cristalización poliédrica.
Una ciudad tan lejana,
Que angustia con su absurda presencia.

¿Es una ciudad o un buque
En el que fuésemos abandonando la tierra.
Callados y felices,
y con tal pureza,
Que sólo nuestras almas
En la blancura plenilunar vivieran?...

Y de pronto cruza un vago
Estremecimiento por la luz serena.
Las líneas se desvanecen,
La inmensidad cámbiase en blanca piedra,
y sólo permanece en la noche aciaga
La certidumbre de tu ausencia.

 

 

 

 

JORGE GUILLÉN

 

Dominio del recuerdo

 

Un recuerdo -pasado deleitoso-
me ataca y se apodera
tanto de mí que interna primavera
me somete a su acoso.

Aquel amor aun vibra
bajo el impulso de una imagen, mero
fantasma. Pido, quiero.
un imán se me impone fibra a fibra.

El espíritu invade mi existencia
con poder soberano.
Espíritu ya es cuerpo. ¿Quién presencia
tal fusión, tal arcano?

Amor, que fue tan fuerte
durante aquel minuto fenecido,
saliendo de su nido
mental en sensación se me convierte.

Mi memoria ya es carne, ya un placer
-soñado- resucita,
ya la verdad de mi vivir da cita.
¿Alma, cuerpo ? Mi ser.

 

 

 

MIGUEL ARTECHE SALINAS

 

A Guillermo Trejo.

 

 
A través de la noche vas dejando tu ausencia,
Sin hojas que desde el bosque anuncien lo que has dejado,
Sin puertas que penetren tus pasos oscurecidos.
Oh impalpable, oh músico de viejas y enterradas ciudades,
Escucho, uno a uno, tus pasos bajo la noche
-La noche sobre Virginia- cuando llegaste a Richmond
Mordiendo tu corazón, abandonado en vida
Como una profunda ola en un mar lejano.
Pardas y tristesgloriascubrierontustristesojos.

We shall not come again.
We never shall come back again.

No pasarán los aires sobre tu lento cuerpo.
Tú, el más extraño, el eco de un amor oscurecido,
El más lejano en tu aventura por la tierra,
Ven a recibir la mano que no encontraste,
Ven a abrir la puerta, ven
A recordar los nombres que en tu memoria huyeron,
Ven a buscar el niño delicado y confuso,
Perdido en la colina,
Ausente porque el tiempo pasaba entre los arces.

Desde entonces, desde ahora
Entras sobre la mano rugosa de nuestra América,
Thomas, Tomás, apellidado angustia,
Thomas, Tomás, apellidado furia,
Thomas, Tomás, apellidado muerte;
Vienes sobre los hombros del caballista duro,
Caes sobre los pasos cansinos del solitario,
Cantas en los fogones tu extraña vidalita;
Thomas, Tomás, tu cuerpo se ha extendido
Y en la noche profunda tú has mordido el relámpago
Y has muerto de la última muerte que deseaste.

We shall not come again.
We never shall come back again.

En el océano lechoso de una antártica niebla
Un día atravesaste los caminos de Francia.
Fuiste sucesivamente rompiendo tu vida,
Fuiste destrozando callado el aire que te rodeaba:
Eras demasiado amor para el estrecho círculo
De Asheville, de Park Avenue, de París o de Londres,
Eras demasiada angustia para Esther desolada:
Mrs. Jack, su mundo planetario,
La joya derrotada de su amor en la noche.
Oh corazón: pregunta en nuestra América oculta
Si tu efímero sonido de hombre destrozado
Encontré, por fin, un eco que se volviera piedra,
Un canto hecho de furia, un canto hecho de viento.

Virginia, los pinos de Virginia, las playas con secretos,
La estación neblinosa,
El mar como mujer dormida:
Todo pasa a tu lado, pero tu amor persiste;
Cada paso tuyo es un paso hacia la muerte,
Así como los tristes fantasmas de las hojas
Tras tu espalda cansada, así como esperan
Al llegar a tu casa la muerte de tu hermano.
Y alguien entona al tiempo de morir solitario
Una antigua canción de angustia y de nostalgia.

We shall not come again.
We never shall come back again.

Vuelve, vuelve ahora, reposa, hermano,
Para que desde lejos, de todas partes vengan
A recibir tu cuerpo que traspasan las sales,
Para que pongan calma en tu cuerpo dormido,
Para que llenen de música tu nombre,
Para que cubran de silencio tu angustia.

 

 

CHARLES BAUDELAIRE


 

 

De Spleen e Ideal:

 

11. El enemigo

 

Mi juventud no fue sino un gran temporal
Atravesado, a rachas, por soles cegadores;
Hicieron tal destrozo los vientos y aguaceros
Que apenas, en mi huerto, queda un fruto en sazón.

He alcanzado el otoño total del pensamiento,
y es necesario ahora usar pala y rastrillo
Para poner a flote las anegadas tierras
Donde se abrieron huecos, inmensos como tumbas.

¿Quién sabe si los nuevos brotes en los que sueño,
Hallarán en mi suelo, yermo como una playa,
El místico alimento que les daría vigor?

-¡Oh dolor! ¡Oh dolor! Devora vida el Tiempo,
Y el oscuro enemigo que nos roe el corazón,
Crece y se fortifica con nuestra propia sangre.

  

Las flores del mal
(Versiones de Antonio Martínez Sarrión)