martes, 28 de octubre de 2014

RUBÉN DARÍO




A Juan Ramón Jiménez.

  

I

¿Qué signo haces, oh cisne, con tu encorvado cuello
Al paso de los tristes y errantes soñadores?
¿Por qué tan silencioso de ser blanco y ser bello,
Tiránico a las aguas e impasible a las flores?

Yo te saludo ahora como en versos latinos
Te saludara antaño Publio Ovidio Nasón.
Los mismos ruiseñores cantan los mismos trinos,
Y en diferentes lenguas la misma canción.

A vosotros mi lengua no debe ser extraña.
A Garcilaso visteis, acaso, alguna vez...
Soy un hijo de América, soy un nieto de España...
Quevedo pudo hablaros en verso en Aranjuez...

Cisnes, los abanicos de vuestras alas frescas
Den a las frentes pálidas sus caricias más puras
Y alejen vuestras blancas figuras pintorescas
De nuestras mentes tristes las ideas oscuras.

Brumas septentrionales nos llenan de tristezas,
Se mueren nuestras rosas, se agotan nuestras palmas,
Casi no hay ilusiones para nuestras cabezas,
Y somos mendigos de nuestras pobres almas.

Nos predican la guerra con águilas feroces,
Gerifaltes de antaño revienen a los puños,
Mas no brillan las glorias de las antiguas hoces,
Ni hay Rodrigos ni Jaimes, ni hay Alfonsos ni Nuños.

Faltos de los alientos que dan las grandes cosas,
¿Qué haremos los poetas sino buscar tus lagos?
A falta de laureles son muy dulces las rosas,
Y a falta de victorias busquemos los halagos.

La América española como la España entera
Fija está en el Oriente de su fatal destino;
Yo interrogo a la esfinge que el porvenir espera
Con la interrogación de tu cuello divino.

¿Seremos entregados a los bárbaros fieros?
¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?
¿Ya no hay nobles hidalgos ni bravos caballeros?
¿Callaremos ahora para llorar después?

He lanzado mi grito, cisnes, entre vosotros
Que habéis sido los fieles en la desilusión,
Mientras siento una fuga de americanos potros
Y el estertor postrero de un caduco león...

Y un Cisne negro dijo: "La noche anuncia el día".
Y uno blanco: "¡La aurora es inmortal, la aurora
Es inmortal!" ¡Oh, tierras de sol y armonía,
Aún guarda la esperanza la caja de Pandora!
 

II. En la muerte de Rafael Núñez

El pensador llegó a la barca negra;
Y le vieron hundirse
En las brumas del lago del misterio,
Los ojos de los cisnes.
Su manto de poeta
Reconocieron los ilustres lises
Y el laurel y la espina entremezclados
Sobre la frente triste.

A lo lejos alzábanse los muros
De la ciudad teológica, en que vive
La sempiterna paz. La negra barca
Llegó a la ansiada costa, y el sublime
Espíritu gozó la suma gracia;
Y, ¡oh Montaigne! Núñez vio la cruz erguirse,
Y halló al pie de la sacra Vencedora
El cadáver helado de la esfinge.


III

Por un momento, ¡oh cisne!, juntaré mis anhelos
A los de tus dos alas que abrazaron a Leda,
Y a mi maduro ensueño, aún vestido de seda,
Dirás, por los Dioscuros, la gloria de los cielos.

Es el otoño. Ruedan de la flauta consuelos.
Por un instante, ¡oh cisne!, en la oscura alameda
Sorberé entre dos labios lo que el pudor me veda,
Y dejaré mordidos escrúpulos y celos.

Cisne, tendré tus alas blancas por un instante,
Y el corazón de rosa que hay en tu dulce pecho
Palpitará en el mío con su sangre constante.

Amor será dichoso, pues estará vibrante
El júbilo que pone al gran Pan en acecho
Mientras su ritmo esconde la fuente de diamante.


IV

Antes de todo, ¡gloria a ti, Leda!
Tu dulce vientre cubrió de seda
El Dios. ¡Miel y oro sobre la brisa!
Sonaban alternativamente
Flauta y cristales, Pan y la fuente.

¡Tierra era canto, cielo sonrisa!
Ante el celeste, supremo acto,
Dioses y bestias hicieron pacto.
Se dio a la alondra la luz del día,
Se dio a los búhos sabiduría
Y melodía al ruiseñor.

A los leones fue la victoria,
Para las águilas toda la gloria
Y a las palomas todo el amor.
Pero vosotros sois los divinos
Príncipes. Vagos como las naves,
Inmaculados como los linos,
Maravillosos como las aves.

En vuestros picos tenéis las prendas
Que manifiestan corales puros.
Con vuestros pechos abrís las sendas
Que arriba indican los Dioscuros.
Las dignidades de vuestros actos,
Eternizadas en lo infinito,
Hacen que sean ritmos exactos,
Voces de ensueño, luces de mito.

De orgullo olímpico sois el resumen,
¡Oh, blancas urnas de la armonía!
Ebúrneas joyas que anima un numen
Con su celeste melancolía.
¡Melancolía de haber amado,
Junto a la fuente de la arboleda,
El luminoso cuello estirado
Entre los blancos muslos de Leda!

 

 

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