miércoles, 9 de julio de 2014

LUIS PALÉS MATOS


 

Fruta prohibida

 
 
Era la noche plétora de un delirio chispeante,
Era una indiferencia sonámbula y fragante:
La muda indiferencia de los astros, despiertos
Como un diluvio de ojos parpadeantes y abiertos.

Era un vaho de perfume de hembra en los jardines,
Bajo la enredadera de los blancos jazmines;
Y aquellas, las estrellas, nos miraban temblando;
Y vino el paraíso de anhelos suspirando;

Y vino aquel deseo de la mujer primera,
Y tembló sorprendida la casta enredadera;
Y en el febril incendio de nuestra edad temprana,

Tú deshecha en querellas, yo en el amor ardiente,
Probamos los dulzores de la roja manzana,
Y vimos como alegre silbaba la serpiente.

 

 

JOSÉ GAUTIER BENÍTEZ


 

Insomnio

 

Cuán largas son las horas
de sufrimiento!
Cuán tristes son las noches
de los enfermos!

Por el día, los ruidos
y el movimiento;
el calor de los rayos
de un sol de fuego,
y la brisa que pura
restaura el pecho;

El jugar de los niños,
siempre contentos,
El estar en la casa
todos despiertos,
la abundancia de vida
y el bien ajeno,
Sobre los propios males
extiende un velo.

Mas cuando el sol se oculta,
y en el silencio
acrecienta las penas
insomnio eterno,
y cruzamos el mundo
de los recuerdos
amargando el presente
goces que fueron;

Cuando sólo se escucha
rugir el viento;
el reló perezoso
marcando el tiempo,
y el respirar forzado
de nuestro pecho.

Cuando no hay en la casa
risas ni juegos;
Cuando todos dormidos
parecen muertos
y cuando ya la aurora luce
en el cielo,
corona de zafiros,
manto de fuego,
y a la luz de la vida
y el movimiento
el mundo se despierta
feliz, risueño,
el reposo buscamos,
y sobre el lecho
se desploma el rendido
mísero cuerpo,


Los que pasáis la noche
placer bebiendo,
en el baile y la orgía,
teatro y concierto,
el espíritu alegre,
robusto el cuerpo,
que ignoréis siempre, siempre,
pido en mi ruego,

¡Cuán largas son las horas
de sufrimientos!
¡Cuán tristes son las noches
de los enfermos!


JORGE LUIS MORALES


 

Alianza de las cosas

  

Asoman por los párpados el troquel de las nubes,
lenemente avisados.
Como una antigua grupa
en que se funde rango y piel,
excelentes los labios de la cal sin rumbo.

Idéntica a una mecha, cansada de arder,
pilotada de nuevo al despojo de oxígeno.
Aros en silencio hacia un cuello tarde.

Sin espinas, tal la curva en el vehículo
en que los cuerpos brevemente se agolpan,
van sacudiendo su mantel de frío,
suturando la coda de citas egregias.

Vuelven a verse, por entonces entregados,
báscula de los gestos que reposando adoptan
una manera anterior:
auxiliares cabañas que la tarde levanta
de arrogantes cañas diferidas en el pulso.

No son los gestos sino palos que lentamente se frotan;
de humedad, algaradas en una noche concreta.
Su quietud es aviso y hermosa, como una rodilla con sangre,
donde a la carne asoman los bordes de un mensaje pulido.

Hacen de esa pose un maxilar perpetuo,
un jugo escindido en las ropas, que eleva sus nucas.
Hacen de esa pose una cueva en que echarse,
extrema como una lente, percutida, y apenas vibrante.

 

 

 

MARIBEL ORTIZ


 

Víspera de una arruga

 

Rostro en descenso
volteo a mirarte,
para dolerme
en el papel torcido
de sal bifurcada,
en la penumbra
de tus córneas
amortajadas de eclipses.

Rostro en declive.
Los cuervos lamen
las pupilas de tus soles
rodeados de estrellas.
Un reloj de piedra se posa
en el letargo del tiempo.
Los abismos me convidan
a contar las sales
de las esponjas silentes.

Rostro postrado de orugas.
Sonoridad de voces
que destilan brebajes
en atropellados calderos
para los viejos cuerpos de barro
olorosos a pergaminos.
La bitácora del ojo
lacta tu epitafio
y un fauno
duerme los siglos
en la comisura de tu mueca.

Rostro de pliegues insomnes.
La oreja que cortó el pintor
te narra sueños raros,
mientras bebes el silencio,
en la huella
de un zapato viajero.

 

EFRÉN RIVERA RAMOS


 

Los héroes

 
 
Porque la noche es muy larga
para esperar la luz
con los ojos abiertos,
porque nos cansarnos de golpear las horas
para romper su encanto de sirenas desnudas,
porque nos falta el aire
necesario para construir el mundo
y se nos quiebra el pulso,
caminamos, a medio andar,
con los ojos pegados a la tierra de vergüenza,
con la piel húmeda de lágrimas invisibles
escondidas bajo una mirada ingenua,
hacemos caso omiso del grito
que hiere el aire frente a nuestros labios,
nos desangramos de palabras vacilantes
que acarician guijarros ciegamente imaginando luceros
y lentamente morimos la misma muerte de siempre,
acogotados por el peso de un fardo que no hemos cargado,
héroes tristemente, trágicamente héroes
de un episodio que nosotros mismos inventamos.

MARINA ARZOLA


 

Torre del sur: veleta

  

Quiero verla encender. Verle su fuego.
Quiero verle encender en la mejilla,
manzana deslustrada de la orilla,
naranja al sol de cielos: entrevero.

Quiero verle negar la luz: de celo.
Esquivar su vilano ; de imprecisa.
Abierta al aire como va la brisa.
Alada al viento como el jardinero

de la luna : veloz, veraz, atado,
de luz ciega, otoñal, no del estío;
ciego impúdico vendaval ajado,

nieve de los octubres y el desvío
de la nocturna azul naranja: velo,
al cantarte mi cielo: ¡de navío!