martes, 8 de diciembre de 2020

VLADIMIR AMAYA

  

 

 

Era digital en la edad…

 

Dormimos con el teléfono entre las manos,

su luz nos alumbra

en medio de la nada

Carolina Quintero Valverde

 

 

Nacimos con el sol de la aplicación más reciente,

a la velocidad misma del ensueño.

 

Nuestra cultura

en las alturas de “la nube”

se cuenta en descargas.

 

Pobreza y robos,

violaciones y desfalcos,

asesinatos vía “streaming”

para hacerlo viral.

 

El perfil se renueva con cada víctima,

ponle “photoshop”; nadie notará que ya no respira.

 

Red social para los antisociales.

Nuevo rostro

para nosotros,

los hombres de las 2 megas de sangre,

para nosotras las mujeres terabyte ahogadas en el infierno.

 

Hambruna y guerra: el “trending topic” desde hace tiempo,

pero la Generación Error 404

sigue “googleando” su nombre

y mostrando el culo en Instagram.

 

–Era digital–

¿“Era” más de lo que esperábamos?

El mundo sigue yéndose al carajo.

   ¡Cuidado y ahora te acusan de “spam”! de “vínculos” rotos

(papá nunca entendió lo que era una computadora).

Cuidado y te acusan

de algún ciberataque en el país de los hombres análogos.

 

Rapidez inimaginable

en esta invisible hipercarretera,

a cambio tenemos los cerebros más lentos de toda la historia.

 

Era digital en la edad de las cavernas.

Cuidado, y mide tu dedos que son tu lengua ahora,

podrías morir por un “dislike”.

Las pandillas o los narcos

te arrancarían las piernas de las maneras más horribles,

pero te dolería más

que bloquearan tu red social por tus comentarios antiimperialistas. Sería una pena.

 

En la era digital

el mismo mal de todos los siglos:

hechos de ausencia, nosotros,

siempre

a un “click” de distancia.

 

ALEXIA MIRANDA

 

 


 

Caída de la noche

 


 

Sería absurdo pensar que se ha acabado el tiempo, que el mundo se reparte como las fichas rojas del tablero de Risk.

¿Qué potencia controlará ahora el planeta? ¿Qué supremacía? ¿Qué poder?

Sería absurdo pensar que somos los últimos, sería un acto de soberbia asumir que somos los primeros.

Cae la noche, cae la siguiente.

Yo me pregunto: ¿cuántas caerán?

¿Caerán sobre la consciencia de que “semos malos”?

¿Caerán sobre mil agujas ensangrentadas con justicia amparada en decretos impostergables?

¿Caerán sobre caricias y confesiones sigilosas?

¿Caerán sobre la mesquinidad del más fuerte?

¿Caerán sobre la insurrección de una nueva alianza?

¿Caerán sobre el césped dónde habitan las hormigas incansables?

¿Caerán sobre tí? ¿Caerán sobre mi? ¿Caerán sobre nosotros? ¿Caerán sobre ellos? ¿Caerán sobre la idea de libertad o sobre el miedo del exilio? ¿Caerán sobre las siluetas de las cosas que nos dan un sentido de pertenencia? ¿Caerán sobre alguna certeza blanda que justifique nuestro destino? ¿Caerán sobre la falacia y el enajenamiento de qué nuestras vidas son inamovibles, inmutables, inalterables, imperdibles?

Que no hay balanza injusta, que no hay causas imposibles, que somos fieros, adversos, irremediables titanes terrestres, dueños de nosotros mismos, soberanos sobre todas las especies.

¿Sobre cuál de todas estas máscaras caerán?

Como un puñado de aves en picada, como una ráfaga impune que atraviesa huesos y costillas, perfora pulmones y oscurece todas las miradas juntas.

Ráfaga de impunidad que vacía las casas y los corazones y deja agujeros en las alacenas, deja zurcos en las ojeras,

deja trincheras en el alma.

Yo no sé si hoy, o mañana, la vida nos contenga para amar,

yo no sé si tanto recorrido

cambie el curso de las cosas,

yo no sé si al final del estallido de esta plaga de control e injuria, tus ojos brillen y se reflejen en los míos con ternura.

Habrá que esperar nuevas señales, habrá que danzar al fuego con lanzas y serpientes

y el corazón lleno de plumas de colibrí;

habrá que entretejer la Aurora con la fe y el silencio de Dios,

y amar, amar sin armaduras

y perdonar hasta que se laven los ríos

con tantas lágrimas derramadas,

amar y amar hasta que la utopía ontológica del eterno retorno nos envuelva

en su permeable membrana de simpleza.

 

 

Marzo 24, 2020.

 

CARLOS LOPEZ NARVAEZ

 

 

 


En azul

 



Azul como el delirio, azul como la hora

en que cruza tu sombra mi fiebre desvelada;

azul como el más bello cuento de Scherezada,

azul como la noche de una leyenda mora.

 

Azul como la llama convulsa que devora

la mirra alucinante de la orgía sagrada,

parece que de todo lo azul fuese formada

la veste que te ciñe sensual y triunfadora.

 

De cálidas neblinas irrigan un paisaje

fugaz y caprichoso los visos de tu traje;

el aire entre sus pliegues tornasola suspiros ...

 

Y bajo la tormenta que aviva el sortilegio,

tu cuerpo resplandece, desnudo, lácteo, egregio,

prisionero en un móvil palacio de zafiros.

 

 

RENÉE FERRER

 

  


Abandono




¿De qué remota lengua desasida 
proviene este resabio de abandono? 
En cavilosa soledad corono 
una imagen de niña estremecida. 

¿De qué lejano olvido, que se anida 
en las letales naves del encono, 
desembarca esta queja con su tono 
de brisa a la intemperie amanecida? 

¿De qué brazos amantes del despego 
zarpó el velamen de mi tierna mano,
la brújula extraviada en el abrazo 

confinado a la orilla? ¿Qué hay del riego 
de besos en que, cándida, me ufano, 
si hurté la dirección de su regazo.

 

 

Noviembre de 1993

 

MÓNICA NEPOTE

 

 

 

Estocolmo




Mi rostro tiene la huella de tu puño cerrado,
un sello cardenal.
Es perfecta la armonía,
el sollozo contenido,
corazones rabiosos.
Nos pienso así:
divinos, enlutados,
atrincherados en nuestras propias bombas
de tiempo.
La sumisión,
los cerrojos.
Ciega soy, estatua rota.
Si un dios decadente nos filmara
hasta el fin del mundo,
aquí estaría
roja y liada
ante mi hermoso verdugo.

 

.

 

PIERRE LOUYS

 

 


 

La amiga recién casada

 


 

Esta tarde casó Melisa, mi mejor amiga. Era propicio el signo: nuestras madres se hallaban 
encintas. En la ruta del cortejo no se han marchitado aún las rosas; brilla aún en las antorchas la llama nupcial.

Deshago el camino con mi madre, y sueño, sueño... Tal como ella fue hoy, pudiera serlo yo. ¿Acaso no florece 
mi infancia en pubertad?

Ese mismo fastuoso cortejo, las flautas, los aires nupciales y el carro florido del esposo, la pompa y la fiesta 
-una tarde- será todo para mí, por mí, entre los gajos de olivo.

Y así como a esta hora Melisa se muestra desnuda ante un hombre, yo dejaré caer mis velos, y habré de saber, 
en la noche perfumada y atónita, qué es el amor. Y más tarde, quizá, ansiosos pequeñines mamarán 
de mis pródigos senos.