domingo, 9 de julio de 2017


JUAN LOZANO Y LOZANO




Naturalmente



Ciñe mi cuello, pero más ceñido;
estrecha el nudo, pero más estrecho;
más cerca. Que el latido de mi pecho
forme un solo vaivén con tu latido.

Tu beso, alondra que retorna al nido,
en mi labio se aduerma satisfecho.
Y los sueños encuentren como un techo
protector, en tu párpado caído.

En nada pienses. Ni tu voz inquiera
la razón inefable de los lazos
que a mi ser te mantienen prisionera.

Cierra los ojos nada más, y siente
fluir tu juventud entre mis brazos,
como fluye en el cauce la corriente.



FEDERICO HERNÁNDEZ AGUILAR




Instrucciones para seducir una palabra



Como si quemara
la pones en el centro de tu mano.
Con la uña de tu dedo medio,
suave y ardorosamente,
le quitas su olor a semántica,
de forma que logres desnudar su espalda.
No olvides hablarle quedo,
sin engaños,
alabando su determinación
o su pereza,
hasta que ella misma deje de moverse
como una lombriz de tierra.
Tócala,
admira las bondades de su instinto,
deja que sienta el calor de tu arrogancia.
No le digas tan de prisa
qué verso la requiere.
No la espantes con tus ansias.
Frecuenta sus múltiples ombligos
y susúrrale que la prefieres,
que nada va a pasarle,
que ya te conocen allá
de donde vino…
Comprueba que su agitada respiración ha
disminuido
antes de pasar las yemas de tus dedos
por las candentes sienes.
Humedeciendo cada poro,
aguántala sin miedo entre tus manos.
Imagina sus vellos erizados.
Consiéntela,
malcríala
y así,
como se transporta un ave herida,
lleva su inocencia al escritorio,
¡a la infinita página blanca!



MARTA BRAIER




Nocturno Hindú

“...¿oyes?. Alguien llora por la maldad del mundo”
Antonio



Alguien llora
mientras escribo este poema

No es el rumor del agua
ni el viento entre las hojas

una rama en el río a la deriva

y el poema pregunta y pregunta
la dulce lámpara encendida

pero sé de la luz que se apaga

Alguien llora
y nada deja de suceder

una rama en el río a la deriva


De: "Esta es la tierra, corazón"



RENE CHAR




En las alturas



Espera aún a que yo venga
A romper el frío que nos retiene.

Nube, en tu vida tan amenazada como la mía.

(Había un precipicio en nuestra casa.
Por eso hemos partido y nos hemos establecido aquí).





DIONICIO MORALES




Las estaciones rotas



I

Una mañana que ahora sé era impura
descubrí tu corazón granada reventada
a puñetazos desde su nacimiento
que la luz del día me heredó como quien arroja
de mal modo un pedazo de pan a un pordiosero
sobra negra de un sórdido banquete.

No traías heridas invisibles a mis ojos amorosos
porque tu sangre envenenada viajaba silenciosa
hacia adentro
                   como la osamenta del cuerpo
                                                               que te habita.

Con tu apariencia deslumbrada
atónita ante la revelación primera del naufragio
que se cernía sobre ti como una mísera maldición
sobre la otra cara de tu vida
con tu mirada joven perniciosa de un ave
que todavía ignora la piedad la misericordia
el placer la avidez de la carroña

con tu paso cerrero deliberado
cadencioso sólo al ritmo que sufraga
deseos insepultos o negras resurrecciones

con tu voz encardada en cálidos ataúdes
que aún conservan en el original olor de la madera
la sibilina arrastrada palabra del viento

con tu boca panal de eternidades
cuando las abejas sucumben complacidas
al canto inverosímil desafinado
de la chusma que deposita la miel
en su célebre dulce goteo

con tu cintura eje del mundo que gira
en mi mano solidaria tropical desnudadora
de la parra bíblica que cubre de verde
                                                        el paraíso

con tus pechos matutinos leves duros amargos
amamantadores de malignas devociones
para cortar de tajo
                           gota a gota de sangre
                                                  la vida

con tus caderas festín de profecías incumplidas
minuciosas sedientas de vahos semejantes tibios
al abrigo de la desnudísima celeridad del alma
con tu valle de azucenas entintadas de basaltos
demarcado por la línea de fuego en la que arden
se consumen resucitan mueren los devaneos
que hormiguean roen encandilan los sentidos

con tus muslos potros culebras mármoles
gamos silvestres mariposas suaves ciegas
espasmo luz agua llama
noche larga sedienta exilio creación
verso
        poema
                   poesía
                              entendimiento
me envidaste.

Desde entonces no sé qué nombre tienes
no conozco tu cuerpo relampagueante solidario.

A partir de ti la noche
ya no arrastra la oscuridad donde tú y yo
nos reconocíamos en los silencios
o en diálogos secretos sabios
                                            de la carne.

Ya nada sé de ti. Tampoco ignoro nada.

El tiempo es el reclamo podrido del amor.
En él se sepulta sin querer
el último signo de vida.


II

Suena la luz de otros días sus cascabeles negros
anunciando el desastre
El tiempo es ocre gris pardo niño
                                                  oscuro
de la inútil amarillenta gastada palabrería
que como sapos inmaculados salen de tu boca
El cielo descarga su terca opulencia
sobre el paragüerío del manglar
en cuyo tronco albergábamos sueños cuerpos
muertes
            resurrecciones

Se deshace en el aire el vaho tierno tibio
libidinoso suculento de nuestros cuerpos
engolfados en la vida
Amurallado cerco es ahora la mirada
desprendida del lagrimal de los ojos más puros
por donde salía el amor a tomar su sitio en la tierra
El mar —¿te acuerdas del mar?—
flamígero tropical zozobra aún
en las resonancias musicales que exhala
desde sus profundidades
                                     en su aciago naufragio

El gran ojo de Dios desentendido
no enciende ni guarece las sórdidas caricias
cuando la piel derrotada
                                    enmudecida
cambia su túnica por un amoroso canto rodado
La lluvia mojadora de encendidos presagios
ya no baña las desnudeces complacidas
                                                            tendidas
en la sábana negra que fiel nos arropaba
Ahora unas viejas apestosas gotas de sudor
resbalan por la piel
                             como por una candela apagada
La carne, ¡ah, la carne!
santísimo alimento de comunión
                                                 pan de todos los días
abrevadero de corporales sagradas indulgencias
sol retinto amargo purificado en tu nombre
en el desprendimiento mutuo de azucenas
                                           gozosamente flageladas
eclipse veraniego incorruptible que apresa
come
          carcome en su sabia negrura
el botín de vida

La carne, ¡ah, la carne!
sin ti no canta sus postradas obscenidades
que nos mantenían despiertos
                                               vivos
único sustento que nos hacía
amar
         la
             vida


III

Hoy hace un año, Junio, que nos viste
desconocidos, juntos, un instante
Carlos Pellicer

Un potro negro ciego desbocado
                                                 arrastra tu cadáver
muerto vivo de mí
Tu sangre negra moja la tierra seca
                                                    desleída
que un día de junio alardeara de vida
al paso de nuestros cuerpos
                                          sonorosos saciados

El viento en su demencia senil desliza
en los miligramos aéreos el hedor
                                                    de tu prisión séptica
ya no musicaliza ni airea las palabras puras
sedientas
              que se desgranaban de tu boca
émula de la timidez con que respira un colibrí
asaeteado de otra vida

Despojo de tu bestial bulliciosa ambrosía
el corcel
              en su deshabitada furia citadina
guarda entre las patas enloquecidas
ese grano de sol que resume tu corazón
que mis ojos adoloridos
                                    rancios
aún conservan como el indicio último
de una dicha falsa
                           escondida entre la placidez
de un barro suculento amasado en la corteza
                                                                   del amor

Tus manos suicidas de ti pequeñas turbias
olvidaron su potestad livianas
                                             autónomas
matan el tacto aquel que suaviza tu carne
cuando el placer ajeno
                                  el mío
                                            se apoderaba
de tu alma nacida renacida en cada orificio de tu piel
alegato del otro nuevo aturdimiento
Danzan en la ribera agónica de espanto
los alcatraces ebrios de marinería
                                                  lisiados
huérfanos de la sabiduría lustral
en la que aprendiste a silabear las horas
                                                            los días
carcomidos por la devota contradicción
                                                           de tu extravío

La oscuridad más negra que tu apetencia fiel
te envolvía la imagen para que no se traslucieran
las comunes desazones diarias de alabastro
al conservar intacto tu otro territorio
a quien imaginaba como al enemigo glorioso
                                                                   a vencer

Ese animal ciego desbocado
                                           que ama tu cadáver
soy yo
           que sobrevivo
a
  cada
         una
               de
                    tus
                         muertes.




PAUL CELAN




Marianne



Sin lilas, tu cabello, tu cara, cristal de espejo.
De ojo en ojo pasa la nube, como Sodoma hacia Babel:
como fronda destroza la torre y brama en redor del zarzal de azufre.
Entonces te brinca un relámpago en torno a la boca -esa cañada con los restos del violín.
¡Con níveos dientes alguien mueve el arco: Oh más bellas se oyeron las cañas!

Amada, también tú eres la caña y nosotros la lluvia;
un vino sin par tu cuerpo y nosotros copeamos los diez;
una barca en el cereal tu corazón, la bogamos noche adelante;
un cantarito de cielo, así retozas ligera sobre nosotros que dormimos...
Delante de la tienda desfila la centuria y entre copas te llevamos al sepulcro.
Entonces tintinea sobre las losas del mundo el duro tálero de los sueños.


De "Amapola y memoria"


Versión de José Luis Reina Palazón