Las estaciones rotas
I
Una mañana que ahora sé era impura
descubrí tu corazón granada reventada
a puñetazos desde su nacimiento
que la luz del día me heredó como quien arroja
de mal modo un pedazo de pan a un pordiosero
sobra negra de un sórdido banquete.
No traías heridas invisibles a mis ojos amorosos
porque tu sangre envenenada viajaba silenciosa
hacia adentro
como la osamenta del cuerpo
que te habita.
Con tu apariencia deslumbrada
atónita ante la revelación primera del naufragio
que se cernía sobre ti como una mísera maldición
sobre la otra cara de tu vida
con tu mirada joven perniciosa de un ave
que todavía ignora la piedad la misericordia
el placer la avidez de la carroña
con tu paso cerrero deliberado
cadencioso sólo al ritmo que sufraga
deseos insepultos o negras resurrecciones
con tu voz encardada en cálidos ataúdes
que aún conservan en el original olor de la madera
la sibilina arrastrada palabra del viento
con tu boca panal de eternidades
cuando las abejas sucumben complacidas
al canto inverosímil desafinado
de la chusma que deposita la miel
en su célebre dulce goteo
con tu cintura eje del mundo que gira
en mi mano solidaria tropical desnudadora
de la parra bíblica que cubre de verde
el paraíso
con tus pechos matutinos leves duros amargos
amamantadores de malignas devociones
para cortar de tajo
gota a gota de sangre
la vida
con tus caderas festín de profecías incumplidas
minuciosas sedientas de vahos semejantes tibios
al abrigo de la desnudísima celeridad del alma
con tu valle de azucenas entintadas de basaltos
demarcado por la línea de fuego en la que arden
se consumen resucitan mueren los devaneos
que hormiguean roen encandilan los sentidos
con tus muslos potros culebras mármoles
gamos silvestres mariposas suaves ciegas
espasmo luz agua llama
noche larga sedienta exilio creación
verso
poema
poesía
entendimiento
me envidaste.
Desde entonces no sé qué nombre tienes
no conozco tu cuerpo relampagueante solidario.
A partir de ti la noche
ya no arrastra la oscuridad donde tú y yo
nos reconocíamos en los silencios
o en diálogos secretos sabios
de la carne.
Ya nada sé de ti. Tampoco ignoro nada.
El tiempo es el reclamo podrido del amor.
En él se sepulta sin querer
el último signo de vida.
II
Suena la luz de otros días sus cascabeles negros
anunciando el desastre
El tiempo es ocre gris pardo niño
oscuro
de la inútil amarillenta gastada palabrería
que como sapos inmaculados salen de tu boca
El cielo descarga su terca opulencia
sobre el paragüerío del manglar
en cuyo tronco albergábamos sueños cuerpos
muertes
resurrecciones
Se deshace en el aire el vaho tierno tibio
libidinoso suculento de nuestros cuerpos
engolfados en la vida
Amurallado cerco es ahora la mirada
desprendida del lagrimal de los ojos más puros
por donde salía el amor a tomar su sitio en la tierra
El mar —¿te acuerdas del mar?—
flamígero tropical zozobra aún
en las resonancias musicales que exhala
desde sus profundidades
en su aciago naufragio
El gran ojo de Dios desentendido
no enciende ni guarece las sórdidas caricias
cuando la piel derrotada
enmudecida
cambia su túnica por un amoroso canto rodado
La lluvia mojadora de encendidos presagios
ya no baña las desnudeces complacidas
tendidas
en la sábana negra que fiel nos arropaba
Ahora unas viejas apestosas gotas de sudor
resbalan por la piel
como por una candela apagada
La carne, ¡ah, la carne!
santísimo alimento de comunión
pan de todos los días
abrevadero de corporales sagradas indulgencias
sol retinto amargo purificado en tu nombre
en el desprendimiento mutuo de azucenas
gozosamente flageladas
eclipse veraniego incorruptible que apresa
come
carcome en su sabia negrura
el botín de vida
Una mañana que ahora sé era impura
descubrí tu corazón granada reventada
a puñetazos desde su nacimiento
que la luz del día me heredó como quien arroja
de mal modo un pedazo de pan a un pordiosero
sobra negra de un sórdido banquete.
No traías heridas invisibles a mis ojos amorosos
porque tu sangre envenenada viajaba silenciosa
hacia adentro
como la osamenta del cuerpo
que te habita.
Con tu apariencia deslumbrada
atónita ante la revelación primera del naufragio
que se cernía sobre ti como una mísera maldición
sobre la otra cara de tu vida
con tu mirada joven perniciosa de un ave
que todavía ignora la piedad la misericordia
el placer la avidez de la carroña
con tu paso cerrero deliberado
cadencioso sólo al ritmo que sufraga
deseos insepultos o negras resurrecciones
con tu voz encardada en cálidos ataúdes
que aún conservan en el original olor de la madera
la sibilina arrastrada palabra del viento
con tu boca panal de eternidades
cuando las abejas sucumben complacidas
al canto inverosímil desafinado
de la chusma que deposita la miel
en su célebre dulce goteo
con tu cintura eje del mundo que gira
en mi mano solidaria tropical desnudadora
de la parra bíblica que cubre de verde
el paraíso
con tus pechos matutinos leves duros amargos
amamantadores de malignas devociones
para cortar de tajo
gota a gota de sangre
la vida
con tus caderas festín de profecías incumplidas
minuciosas sedientas de vahos semejantes tibios
al abrigo de la desnudísima celeridad del alma
con tu valle de azucenas entintadas de basaltos
demarcado por la línea de fuego en la que arden
se consumen resucitan mueren los devaneos
que hormiguean roen encandilan los sentidos
con tus muslos potros culebras mármoles
gamos silvestres mariposas suaves ciegas
espasmo luz agua llama
noche larga sedienta exilio creación
verso
poema
poesía
entendimiento
me envidaste.
Desde entonces no sé qué nombre tienes
no conozco tu cuerpo relampagueante solidario.
A partir de ti la noche
ya no arrastra la oscuridad donde tú y yo
nos reconocíamos en los silencios
o en diálogos secretos sabios
de la carne.
Ya nada sé de ti. Tampoco ignoro nada.
El tiempo es el reclamo podrido del amor.
En él se sepulta sin querer
el último signo de vida.
II
Suena la luz de otros días sus cascabeles negros
anunciando el desastre
El tiempo es ocre gris pardo niño
oscuro
de la inútil amarillenta gastada palabrería
que como sapos inmaculados salen de tu boca
El cielo descarga su terca opulencia
sobre el paragüerío del manglar
en cuyo tronco albergábamos sueños cuerpos
muertes
resurrecciones
Se deshace en el aire el vaho tierno tibio
libidinoso suculento de nuestros cuerpos
engolfados en la vida
Amurallado cerco es ahora la mirada
desprendida del lagrimal de los ojos más puros
por donde salía el amor a tomar su sitio en la tierra
El mar —¿te acuerdas del mar?—
flamígero tropical zozobra aún
en las resonancias musicales que exhala
desde sus profundidades
en su aciago naufragio
El gran ojo de Dios desentendido
no enciende ni guarece las sórdidas caricias
cuando la piel derrotada
enmudecida
cambia su túnica por un amoroso canto rodado
La lluvia mojadora de encendidos presagios
ya no baña las desnudeces complacidas
tendidas
en la sábana negra que fiel nos arropaba
Ahora unas viejas apestosas gotas de sudor
resbalan por la piel
como por una candela apagada
La carne, ¡ah, la carne!
santísimo alimento de comunión
pan de todos los días
abrevadero de corporales sagradas indulgencias
sol retinto amargo purificado en tu nombre
en el desprendimiento mutuo de azucenas
gozosamente flageladas
eclipse veraniego incorruptible que apresa
come
carcome en su sabia negrura
el botín de vida
La carne, ¡ah, la carne!
sin ti no canta sus postradas obscenidades
que nos mantenían despiertos
vivos
único sustento que nos hacía
amar
la
vida
III
Hoy
hace un año, Junio, que nos viste
desconocidos, juntos, un instante
Carlos Pellicer
desconocidos, juntos, un instante
Carlos Pellicer
Un
potro negro ciego desbocado
arrastra tu cadáver
muerto vivo de mí
Tu sangre negra moja la tierra seca
desleída
que un día de junio alardeara de vida
al paso de nuestros cuerpos
sonorosos saciados
El viento en su demencia senil desliza
en los miligramos aéreos el hedor
de tu prisión séptica
ya no musicaliza ni airea las palabras puras
sedientas
que se desgranaban de tu boca
émula de la timidez con que respira un colibrí
asaeteado de otra vida
Despojo de tu bestial bulliciosa ambrosía
el corcel
en su deshabitada furia citadina
guarda entre las patas enloquecidas
ese grano de sol que resume tu corazón
que mis ojos adoloridos
rancios
aún conservan como el indicio último
de una dicha falsa
escondida entre la placidez
de un barro suculento amasado en la corteza
del amor
Tus manos suicidas de ti pequeñas turbias
olvidaron su potestad livianas
autónomas
matan el tacto aquel que suaviza tu carne
cuando el placer ajeno
el mío
se apoderaba
de tu alma nacida renacida en cada orificio de tu piel
alegato del otro nuevo aturdimiento
Danzan en la ribera agónica de espanto
los alcatraces ebrios de marinería
lisiados
huérfanos de la sabiduría lustral
en la que aprendiste a silabear las horas
los días
carcomidos por la devota contradicción
de tu extravío
La oscuridad más negra que tu apetencia fiel
te envolvía la imagen para que no se traslucieran
las comunes desazones diarias de alabastro
al conservar intacto tu otro territorio
a quien imaginaba como al enemigo glorioso
a vencer
Ese animal ciego desbocado
que ama tu cadáver
soy yo
que sobrevivo
a
cada
una
de
tus
muertes.
arrastra tu cadáver
muerto vivo de mí
Tu sangre negra moja la tierra seca
desleída
que un día de junio alardeara de vida
al paso de nuestros cuerpos
sonorosos saciados
El viento en su demencia senil desliza
en los miligramos aéreos el hedor
de tu prisión séptica
ya no musicaliza ni airea las palabras puras
sedientas
que se desgranaban de tu boca
émula de la timidez con que respira un colibrí
asaeteado de otra vida
Despojo de tu bestial bulliciosa ambrosía
el corcel
en su deshabitada furia citadina
guarda entre las patas enloquecidas
ese grano de sol que resume tu corazón
que mis ojos adoloridos
rancios
aún conservan como el indicio último
de una dicha falsa
escondida entre la placidez
de un barro suculento amasado en la corteza
del amor
Tus manos suicidas de ti pequeñas turbias
olvidaron su potestad livianas
autónomas
matan el tacto aquel que suaviza tu carne
cuando el placer ajeno
el mío
se apoderaba
de tu alma nacida renacida en cada orificio de tu piel
alegato del otro nuevo aturdimiento
Danzan en la ribera agónica de espanto
los alcatraces ebrios de marinería
lisiados
huérfanos de la sabiduría lustral
en la que aprendiste a silabear las horas
los días
carcomidos por la devota contradicción
de tu extravío
La oscuridad más negra que tu apetencia fiel
te envolvía la imagen para que no se traslucieran
las comunes desazones diarias de alabastro
al conservar intacto tu otro territorio
a quien imaginaba como al enemigo glorioso
a vencer
Ese animal ciego desbocado
que ama tu cadáver
soy yo
que sobrevivo
a
cada
una
de
tus
muertes.
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