sábado, 12 de abril de 2014

VICTOR BIDÓ


 

Epilogo del rugiente



¿Hay modo alguno de ventilar
esos graves designios?
La escritura puede ir más cerca,
un poco más a seguir días,
mirando la torcida calle
por donde las gentes guardan
sus envidias y discordias;
verlos sonreír fofamente,
anhelando ocultar su propia oscuridad.
¿Qué será del viejo rugiente?
Ese viejo ser de mínimas hierbas,
atolondrado,
hilachándose por alcanzar
dos calles al sol;
confiando que en sí se abrirá el abanico,
se morderá el impúdico labio
de una extraña.
No opina sino descarga,
grita anidándose en su imaginación.
Dejando pasar lo que nunca
se atrevería a repetir.
Camina por la calle agujereada de luz
apretando el paso cuando el miedo
corta su paz.
Sigue así como un carbunclo,
como un animal precioso que nadie toca,
que muchos han herido,
batallador de una sola guerra,
el mismo en las múltiples edades,
en la misma cárcel del sueño
su espada,
el verbo que se olvida,
fugaz como un blasón
que está enterrado
bebiéndose el agua.
Va el rugiente cancelando
su voz por sostener un castillo de cielo,
un perfecto ademán,
un amigo
como una cabellera amarilla en la cartera.

Ruges y no te oyes,
saltas y eres inmóvil.
Milagros esfumándose
en el designio verdeante ventana.
Gracias y desengaño
viene
y un carajo
es un justo prendedor
en la noche que nadie
le importa mitigar.



 

CÉSAR AUGUSTO ZAPATA

 

Poema Poesía Propathos
 

Con su antiguo vestido que al rasgarlo se rehace
huye del ritual al sueño
la palabra que expulsada no quiere decir
sino ser
Desterrada del mito se hace enigma
Es otro mito su transparencia recobrada
El poema revela lo que en su revelación oculta
Con mil ojos la poesía mira desde su intención dañada
No quiere decir sino ser y por eso se desgarra
El sentido está en las laceraciones
donde la palabra quiere ser
El poema limpia sus heridas
cuida sus vacíos
la aleja de perderse en lo nombrado
lívido temblor ante el espejo
La boca del hombre jamás
descubrió el origen de lo dicho

 

 

HÉCTOR INCHÁUSTEGUI CABRAL


 

Equivocación de los Ángeles 

 

Eran ángeles fuertes,
con las manos curtidas
y dientes de caballo
detrás de la sonrisa. 

Colgaron el Mal en una rama,
y la tierra tirando,
y la cuerda tirando,
hicieron del mundo una sinfonía. 

Eran ángeles fuertes,
abiertos los dedos de los pies,
simples como el agua,
rudos como el hierro. 

Potente músculos en el ala,
la frente despejada,
las manos, de ajusticiar,
sin resignación encallecidas. 

Eran dos iguales, quizás
como si un limpio espejo
entre ellos siempre retratara,
eran dos y un pensamiento,
dos gemelas llamas amarillas,
una sola luz 

En donde tierra por morir se acaba
detuvieron su paso poderoso;
paro su canto la avecilla,
expiraron los aires y perfumes.

 

 

MANUEL GARCÍA-CARTAGENA


 

Magma ebrio


Mi cuchillo está enfermo de techos que se mueven,
y mi pobre noche llena de naranjas muertas,
llorando globos rojos se va yendo al paraíso.
Mi valium baila ahora un verde en mi barriga,
mi cuchillo se ha clavado en un pecho inmóvil.
Este es el que mató con un cuchillo a sus orígenes,
sin cenizas que poblaran de nuevo sus venganzas;
coleccionista edipo, árbol rayado en sus nubes,
toda ley sangra, todo pecado ayuda.

Este soy, el cuchillo que cena con las cosas,
la quimera con lentes de barro loco, el mundo.

Mi triste cuchi yo, el pan del génesis,
la sangría, el velo, resquicios lentos,
mi carga mala ya está inválida de los ojos
para arriba, y mi feudo cerrado al diente ardiente:
una cama que late, una espalda mordida.

 

JOSÉ MÁRMOL


 

 

Retrato de mujer 

 

En tu boca tiembla un pájaro tirado a lo sediento. En tus dedos, templos altos de luz andan despiertos. Habla con tu voz aquel ángel seducido por una magia, un cuerpo, un vocablo insospechado. Nada por tus párpados un pez bello y fugaz, y en la negra chorrera de tu cabello tieso, un celaje de carne con alas suena y brilla. No mis ojos te dibujan, no mi trazo maculado. No mi arte la perfila; es el agua desbordante que me asalta con mirarte, untadas por imanes lascivos ambas manos, y no importa que estés muda porque hablas con tocarme. Hay entre tus pechos matices imposibles, bosques y bahías, cañaverales limpios, mojadas poblaciones, algas finas, robles, yerba. Me asomo al intocable destello de tus manos y temo que mirándome se desnude tu voz, y como San Francisco de Asís hable a las aves, y se descalce y pese mucho menos que el aire. Mujer que lleva entera una bestia por ternura. Mujer que me desalmas con tan sólo nombrarme; mas no importa si estás muda porque cantas cuando miras. En tu vientre acuna un mar con veleros erguidos, en tu pelo un surtidor de la noche se desgrana, en tu boca de nubes y pájaros me pierdo, y no importa si estás muda porque cantas cuando amas. 

 

MANUEL RUEDA


  

Conseja de la muerte hermosa 

 
«Entonces la muerte le hizo una visita...»
Cuento folklórico

 


I

La muerte me visita cierto día.
Es hermosa la muerte: tiene senos
robustos, fino talle y ojos llenos
de un azul de cristal en lejanía.

En llegando ya sé que es muerte mía.
Con movimientos lánguidos y obscenos
me enloquece y sorbiendo sus venenos
siento, a ratos, que el alma se me enfría.

Lee mis libros, se adapta a mis costumbres,
repite mis ideas y sus gestos
ponen en mí gozosas pesadumbres.

Cuando se va, me deja bien escrita
su dirección y dice: «Un día de éstos
quiero que me devuelvas la visita».
 

II

Advierto, entonces, que ya no hay salida,
pues su mirada clara me importuna
y sé que cogeré, a sol o a luna,
el camino que lleva a su guarida.


Y aunque empiezo a engañarla con la vida,
a darme plazos, a pensar en una
tarde feliz de cara a la fortuna,
bien yo sé que la muerte no me olvida,

que tengo que tocar, al fin, su puerta
con la valija hecha y el sombrero
en la mano marchita y entreabierta.

Me despido de todos mis amigos
después de tanto ardid y a su agujero
húmedo me abalanzo, sin testigos.