domingo, 26 de octubre de 2025


 

FABIÁN GUERRERO OBANDO

   

 

VI

 


Ninguna otra cosa

 

Ninguna otra cosa,

Ninguna otra cosa que el corazón como signo.

 

La ilusión de que deja lugar a otra ilusión.

 

Que nada es grave y todo calmo

Entre las flores blancas

Que se abren ante nosotros.

 

Sus semillas infatigables

 

Su deriva.

 


De: “Tardía calma”

 


JUAN MARCELINO RUIZ

 

 

 

Uno

 


La oscuridad

rompe en astillas su equilibrio;

un parpadeo de la noche insomne

recorta el tímido perfil del sauco

-torcido esqueleto

resistiendo la alquimia de la tinta-

Al tacto de dioses vagabundos:

germina el trueno;

tiemblan la calma y los cristales

aborta una maldición entre los labios.

De nuevo a oscuras.

Silencio agazapado

Fúnebre murmullo…

  

De: “Números Negros”

 

HOMEIRA TARI

 


 

 

Ya nos separamos

Y te deslizas

a tu propia habitación

y me deslizo en

mi propia soledad

 

Ya nos separamos

Te acompaña la noche

y riñes con el calentador

Me acompaña la memoria

y hojeo mi infancia en las granjas

 

Ya nos separamos

Tu fantasma en el medio de la noche va a la cocina

y enciende un cigarro

mientras un gato camina por el cuarto

y despierta miedos en las venas de una mujer

 

Estamos solos

Tú te vas al bosque

y talas árboles

Yo voy a mi habitación

y corto mi cabello

  

Versión de Hebert Abimorad

 

 

GAVIN GEOFFREY DILLARD

 

  

 

Se durmió por

la mañana

y el pájaro cantó

todo el día

 

 

Una buena y lenta cogida

y una corta y obscura siesta

 

cuando despertamos los

alcatraces del vecino están

espiando a través

de nuestra ventana abierta

 

 

Es mitad italiano y

mitad sirio

 

cabello bruno y

aceite de ajonjolí

en mis sábanas

limpias y blancas

 

De: “Apuntes maritales”

Versión de Sebastián Escobar Torres

 

RODOLFO HÄSLER

 

  

La joven yace envuelta

 

 

La joven yace envuelta en una fina mortaja de hilo
mientras Orfeo desciende a su encuentro, consumido por el fuego.
La pasión resbala como basalto envenenado o agitado
estuche de rubíes hasta la cintura.
La fina tela, sostenida por la curva de su pecho
plano y bellamente modelado,
cae dejando desnudo su hombro derecho.
La posición es herida iluminada de deseo
en las pupilas negras,
agua negra excavando su curso
o devorando entre las llamas la espléndida flor de juventud.
Vuelve la mirada para reconfortarse y ofrecerse más apoyo,
altísima vida, maternal y sólida.

 

ROGELIO SAUNDERS

 

  

A veces, en el tren que fuga

(nobody knows revariation)

 

 

A veces, en el tren que fuga
hacia Venusberg o las
constelaciones,
en pleno día
tú yo
tan desconocidos
como siempre,
giramos al uní
sono las bruñidas
cabezas de agónicos
y arcaicos
maniquíes
como en un bien ensayado
paso de baile sobre
el desvencijado
maderamen.
Dipsoicos habitantes de los trenes,
desangelados,
de estólidas capuchas negras,
la lluvia nos ha separado.
Como flores picoteadas
chapoleteamos sobre el papel
de las aceras
con el inoperante manuscrito enrollado
bajo el brazo
como un periódico.
El viejo letrero
escrito en alemán defectuoso
centellea como un tuerto
ojo machacón
de platillo de circo.
Nos hemos perdido
en un mar de rieles.
Otros niños sin escritura, sin gesto
nos circundan.
Oh la Moral.
Patinadores ciegos,
derribamos al mudo sol
como el padre varado
en la puerta, sin empleo.
El pétreo, desmigajado anuncio
de turbios productos
que no adquirió nadie.
Hay muchas palabras
perdidas. Muchos rostros
sepultados
bajo la arena
de las ciudades.

En resumidas cuentas,
nadie
conoce a nadie.
Nadie alza un
brazo o una copa.
En el silencio
del bullicio
vuelan la aligeradas
cortinas, como
telones de boca
donde
flotan
paródicas manos.
Signos
sin espacio. Como
el puro tiempo que no
señala nada. Hijo
del sueño cíclico. De la oscura
decisión que dibujan
las repeticiones.
Sin salida.
Sin nacimiento.
Entes sin presencia
altos como abandonados
sombreros detenidos
en el aire.
Eternos como la esferoide
de madera
dentro de los gastados
zapatos.
El trazo.
Un: no. O un: oh.
La palabra engolfada
en la boca abierta.
El asiento desplazado allende
el traqueteo mudo.
Sin campos de labranza.
Sin saludo.
El agua sobre la estatua.
Las ratas aplastadas
por el trueno súbito.
Presos en el staccatto agudo
de la trompeta.
Mientras el vigía
alto sobre los techos azules
da una única vuelta de campana.
Sin final. Sin lejanía.
Todavía veíamos las franjas.
Los gansos patéticos,
libres del torno de la cosecha.
El rielar del horrendo pozo
separando las piernas independientes.
El taconazo en la última
sílaba o paso.
Unísono
al golpe del sombrero.
El reflejo en el cristal.
La rima sin ojo.
El rostro sin risa.
La nada en todo algo.
«Si el mundo no era
para ellos…».
Pero, ¿qué mundo?
Oh: la dispensa.
Sol-cangrejo
sobresaliendo
en la nuca de la anciana.
No veo y todavía
veo. Cabezas
simultáneas, engolfadas
de un vacío inequívoco.
Los salvajes muñecos.
Los libertarios
paraguas quejumbrosos
saltando sin dueño
sobre los adoquines
en carne viva.
Cabezas antiguas
atornilladas a troncos
generales, enseñoreados
de mapas, oh cabezas.
A todo esto,
no hay refugio para los trenes
indetenibles. No hay olvido.
Nadie sabe nada.
Esa gran ignorancia
es lo que nos hace veloces.
Poseedores de una libertad
sin límites. Hecha de
la pureza de lo inexistente,
del Trasunto.
El otro de todo mundo.
El otro siempre inseparable
del otro.
Último, ulterior, ultra.
El canto machacón
y maniqueo
de un comisionado veloz
deslizándose muerto sobre la nieve.
Cabezas juntas.
Cabezas separadas.
Nunca cógnitas.
La ventana y el amanecer
encordados por la falta
de silencio
se igualan.
Si ser libre fuera
esto (este
átono díptono y paso)
ello (s) (imposible: tú
y yo)
lo hubiera (mos)
sido.