"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
domingo, 6 de abril de 2025
JORGE ARTURO MORA
Me
pregunto quiénes estarán detrás de la pantalla negra
Habrá
magos, escultores
Misioneros,
pregoneros
Profesores
y obreros
Ojalá,
digo yo, hubiese escritores que llenaran la página en blanco
Que
hicieran rebotar las letras en la cuadrícula blanca
con
la misma facilidad que salen disparados
Mis
gritos de medianoche
Que
también hubiera algún ladrón del fuego
que
se animara a traer un poco del oro rojo
Para
que pudiésemos ver mejor el zarpazo de las escondidas violetas
O en
el peor de los casos, calcinar los recuerdos
Y
enterarnos a la luz del alba
Cómo
crujen las palabras
Aún
más cuando son escritas en el aire
Demorando
la hora más triste
En
la más terca neblina
Que
entierra todo lo que esté a su alcance
NATALIA MARTÍNEZ CALDERÓN
El
asunto con los duraznos
Como
duraznos en almíbar
con
las manos, mientras lloro.
No
sé si el dulce calma o exaspera
mi
llanto, mi búsqueda, pero la suavidad
de
los duraznos, lo fácil que es
despedazarlos,
despellejarlos,
desollarlos,
hace
que sea más cómodo respirar,
a
pesar de los mocos, por la boca.
¿Cómo
es que soy capaz de devorar?
¿No
que estoy muy triste?
No
he sabido cuidar: estos duraznos lo confirman.
¿Qué
fue lo último que comí
y
qué fue lo primero?
Pienso
que debería comerme esta fruta
con
agradecimiento
y no
con sed de venganza.
¿De
quién me desquitaba cuando
no
comía durante días?
¿A
qué correspondencia retorcida contestaba
cuando
vomitaba todo lo que había comido
mientras
pensaba en mi abuela que murió
por
la aspiración accidental de líquidos
o
sólidos por la vía aérea?
La
comida no está para ir y volver por los caminos del oxígeno.
No
entendí nada acerca de los estados de la materia:
puedo
inhalar en vez de exhalar,
y un
pedazo de cáscara de durazno puede acabar conmigo.
El
asunto con la comida no es exactamente ese,
tiene
que ver con el olvido de la primera cosa.
Olvidé
regar las plantas, darle de comer a la perra,
llamar
a mi madre.
Cuidar
este cuerpo podría ser
tan
sencillo como ser la madre
de
estos duraznos y no su verdugo.
NICOLÁS PEÑA POSADA
Laika
Te
llamabas Laika
como
la perra de Moscú
que
murió asfixiada
tú
también andabas las calles del barrio
escarbando
basura para ver
si
encontrabas algún hueso de pollo
o
los sobrados de una lata de atún
los
niños de la cuadra te queríamos
porque
jugabas fútbol con nosotros
y
nos acompañabas a las expediciones
en
los últimos potreros de la Campiña:
allá
donde comenzaba a hundirse el mundo
eras
guardia y compañía, Laika,
nos
defendías de los otros perros
cuando
salían a atacarnos
por
meternos en esos lotes baldíos
donde
luego construirían grandes edificios
y
cadenas de comida rápida
te
habíamos puesto Laika
porque
te la pasabas mirando el cielo
como
si buscaras a tu hermana desaparecida
entre
esas garrapatas de luz
que
sostienen con sus uñas el universo
y
muchas noches ladrabas a la luna
mientras
nosotros nos alistábamos para dormir
aullidos
agudos que se extendían
como
baba negra sobre los techos
de
nuestras casas protegidas con esas rejas afiladas
que
habíamos aprendido a saltar
para
ir a ver juntos el amanecer
Como
Laika, la astronauta rusa,
tú
también eras huérfana
—todos
nosotros lo éramos un poco—
aunque
te dábamos los sobrados de comida
que
preparaban en la casa
y
algunas veces, cuando nos quedábamos solos,
te
dejábamos dormir en el patio o en la sala
pero
tú eres de la calle, vieja amiga,
lo
tuyo era la noche y el ruido de los planetas
enredándose
en los cables de la cuadra
el
olor húmedo de los árboles cuando llueve
y
las peleas a diente en el parque central
los
padres no te querían, perra criolla,
hiena
de ojos oscuros como el mar
porque
a veces te metías a escondidas en las casas
y
dejabas las cocinas llenas de basura
o te
orinabas en los sofás y las baldosas
también
robabas en la panadería de doña Blanca
y
por eso te sacaban a patadas o escobazos:
chite,
chite, perra de mierda, te insultaban
y tú
salías corriendo entre las mesas y las sillas
hábil
por los andenes y los carros
escapando
de la muerte que te agarraba la cola
hermosa
Laika, vivías de tropel en tropel
con
otros perros, con los gatos, con los vecinos
esquivando
patadas, piedras, escupitajos
pero
para nosotros, los niños de Suba,
la
pequeña pandilla que jugaba rin rin corre corre
eras
una hermosa perra desmueletada
que
nos enseñaba atajos y nos lamía la cara
cuando
le dabamos empanada de carne y arroz
Laika,
tú también habrías podido subir al espacio
conocer
el mundo desde afuera
ver
tu esquina favorita de Suba desde la Sputnik II
y
sentir la turbulencia de la gravedad
cuando
se sale de la atmósfera
igual
que Laika, la de Moscú,
habrías
muerto asfixiada, terrible muerte, es cierto
pero
al menos no te habrían matado a golpes
por
robarte un pedazo de carne
qué
triste fue ver tu cuerpo botado
cuando
regresamos del colegio ese viernes
la
piel seca que comenzaba a pudrirse
y
los labios tiesos pegados al cemento
mientras
la gente pasaba por encima
sin
mirarte, sin pedirte perdón
nunca
saliste de esas cinco manzanas
tu
vida eran los postes y las canecas
el
pequeño terruño del parque que volviste casa
y
esas largas caminatas que hacíamos
a
las afueras del barrio para armar grandes fogatas
y
contar historias de miedo mientras tomábamos
en
pico botella largos tragos de ron
entre
todos los amigos te levantamos
y te
llevamos a esos mismos potreros
a
los que íbamos a jugar guerra de caucheras
para
enterrarte en la noche
cuando
más alumbran los muertos
nos
acostamos y vimos la galaxia
pensando
que ahora, luego de la sepultura
te
encontrarías con tu gemela de Moscú
ella
te contaría cosas sobre el espacio y las galaxias
el
calor que hacía en el Sputnik II
y
los entrenamientos que recibió en la URSS
tú
le hablarías de nosotros, el color de la montaña
que
se ve desde tu casa en el parque
esa
vez que peleaste con dos Pastores Alemanes
o el
silencio que hacía en la esquina de la cuadra
cuando
llegaba otra madrugada de domingo
te
reuniste con Laika, tu hermana mayor
y
ahora ladran juntas sobre la tierra
en
un coro desafinado que despierta a los recién nacidos
y
nosotros, perra criolla, tus amigos
te
seguimos escuchando en la distancia
cuando
nos asomamos por la ventana
a
ver esa cartografía lunar de la que ahora haces parte
y el
cielo, Laika, estamos seguros
se
siente menos solo ahora que está contigo.
ROBERTO MALATESTA
SOL
El
mismo sol, esquirla en mí.
El que quita la humedad de las semillas
puestas a secar en un pocillo sobre la arena.
El mismo sol que en la tarde aureola
el germen que regresará
de la muerte a la luz, y puede
con las arrugas del lenguaje,
con las colonias de sus melancólicos vicios.
El mismo sol si metido
en un pocillo de café
o sobre la hierba
abierta al cielo,
o en mi sangre,
canto en mí;
el mismo sol, el mismo cielo.
IVÁN URIARTE
La
puerta anterior
Instalada
antes del tiempo se recuadraba su imagen a la salida del paraíso, aguardando a
la pareja solitaria que la transgredió con su sombra rumbo al desconocido
mundo. Inalterable se ha mantenido, crecida desmesuradamente ante nuestros
ojos.
Buscando
la puerta de entrada al recinto ancestral se nos pasa la vida sin nunca llegar
a es altura, resplandecida, llameante desde antaño. Frente al agonizante mundo
donde las especies han perdido su ciclo y los árboles cuelgan de sus raíces
como hendiduras en el cielo, yacemos esperando. Damos vueltas, en revoloteo de
aves frente al ausente nido. Memorial tiempo incinera nuestros pasos alrededor
sin encontrar ni señales, ni signos. La primera puerta, nos decimos, ha de ser
la última, que es, que será esa que precisamente tendremos que franquear en el
aciago, inesperado día de nuestra condena.
EFRAÍN JARA IDROVO
Epitafio
sumido en
la
tierra
su
seno
la
tierra
sumado con
su
sino
aqui
luis veja boga en su luz vaga
consumido
consumado
con
su /nido
con
su nada