Laika
Te
llamabas Laika
como
la perra de Moscú
que
murió asfixiada
tú
también andabas las calles del barrio
escarbando
basura para ver
si
encontrabas algún hueso de pollo
o
los sobrados de una lata de atún
los
niños de la cuadra te queríamos
porque
jugabas fútbol con nosotros
y
nos acompañabas a las expediciones
en
los últimos potreros de la Campiña:
allá
donde comenzaba a hundirse el mundo
eras
guardia y compañía, Laika,
nos
defendías de los otros perros
cuando
salían a atacarnos
por
meternos en esos lotes baldíos
donde
luego construirían grandes edificios
y
cadenas de comida rápida
te
habíamos puesto Laika
porque
te la pasabas mirando el cielo
como
si buscaras a tu hermana desaparecida
entre
esas garrapatas de luz
que
sostienen con sus uñas el universo
y
muchas noches ladrabas a la luna
mientras
nosotros nos alistábamos para dormir
aullidos
agudos que se extendían
como
baba negra sobre los techos
de
nuestras casas protegidas con esas rejas afiladas
que
habíamos aprendido a saltar
para
ir a ver juntos el amanecer
Como
Laika, la astronauta rusa,
tú
también eras huérfana
—todos
nosotros lo éramos un poco—
aunque
te dábamos los sobrados de comida
que
preparaban en la casa
y
algunas veces, cuando nos quedábamos solos,
te
dejábamos dormir en el patio o en la sala
pero
tú eres de la calle, vieja amiga,
lo
tuyo era la noche y el ruido de los planetas
enredándose
en los cables de la cuadra
el
olor húmedo de los árboles cuando llueve
y
las peleas a diente en el parque central
los
padres no te querían, perra criolla,
hiena
de ojos oscuros como el mar
porque
a veces te metías a escondidas en las casas
y
dejabas las cocinas llenas de basura
o te
orinabas en los sofás y las baldosas
también
robabas en la panadería de doña Blanca
y
por eso te sacaban a patadas o escobazos:
chite,
chite, perra de mierda, te insultaban
y tú
salías corriendo entre las mesas y las sillas
hábil
por los andenes y los carros
escapando
de la muerte que te agarraba la cola
hermosa
Laika, vivías de tropel en tropel
con
otros perros, con los gatos, con los vecinos
esquivando
patadas, piedras, escupitajos
pero
para nosotros, los niños de Suba,
la
pequeña pandilla que jugaba rin rin corre corre
eras
una hermosa perra desmueletada
que
nos enseñaba atajos y nos lamía la cara
cuando
le dabamos empanada de carne y arroz
Laika,
tú también habrías podido subir al espacio
conocer
el mundo desde afuera
ver
tu esquina favorita de Suba desde la Sputnik II
y
sentir la turbulencia de la gravedad
cuando
se sale de la atmósfera
igual
que Laika, la de Moscú,
habrías
muerto asfixiada, terrible muerte, es cierto
pero
al menos no te habrían matado a golpes
por
robarte un pedazo de carne
qué
triste fue ver tu cuerpo botado
cuando
regresamos del colegio ese viernes
la
piel seca que comenzaba a pudrirse
y
los labios tiesos pegados al cemento
mientras
la gente pasaba por encima
sin
mirarte, sin pedirte perdón
nunca
saliste de esas cinco manzanas
tu
vida eran los postes y las canecas
el
pequeño terruño del parque que volviste casa
y
esas largas caminatas que hacíamos
a
las afueras del barrio para armar grandes fogatas
y
contar historias de miedo mientras tomábamos
en
pico botella largos tragos de ron
entre
todos los amigos te levantamos
y te
llevamos a esos mismos potreros
a
los que íbamos a jugar guerra de caucheras
para
enterrarte en la noche
cuando
más alumbran los muertos
nos
acostamos y vimos la galaxia
pensando
que ahora, luego de la sepultura
te
encontrarías con tu gemela de Moscú
ella
te contaría cosas sobre el espacio y las galaxias
el
calor que hacía en el Sputnik II
y
los entrenamientos que recibió en la URSS
tú
le hablarías de nosotros, el color de la montaña
que
se ve desde tu casa en el parque
esa
vez que peleaste con dos Pastores Alemanes
o el
silencio que hacía en la esquina de la cuadra
cuando
llegaba otra madrugada de domingo
te
reuniste con Laika, tu hermana mayor
y
ahora ladran juntas sobre la tierra
en
un coro desafinado que despierta a los recién nacidos
y
nosotros, perra criolla, tus amigos
te
seguimos escuchando en la distancia
cuando
nos asomamos por la ventana
a
ver esa cartografía lunar de la que ahora haces parte
y el
cielo, Laika, estamos seguros
se
siente menos solo ahora que está contigo.
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