domingo, 6 de abril de 2025

NICOLÁS PEÑA POSADA

 

 

 

Laika


 

Te llamabas Laika

como la perra de Moscú

que murió asfixiada

 

tú también andabas las calles del barrio

escarbando basura para ver

si encontrabas algún hueso de pollo

o los sobrados de una lata de atún

 

los niños de la cuadra te queríamos

porque jugabas fútbol con nosotros

y nos acompañabas a las expediciones

en los últimos potreros de la Campiña:

allá donde comenzaba a hundirse el mundo

 

eras guardia y compañía, Laika,

nos defendías de los otros perros

cuando salían a atacarnos

por meternos en esos lotes baldíos

donde luego construirían grandes edificios

y cadenas de comida rápida

 

te habíamos puesto Laika

porque te la pasabas mirando el cielo

como si buscaras a tu hermana desaparecida

entre esas garrapatas de luz

que sostienen con sus uñas el universo

y muchas noches ladrabas a la luna

mientras nosotros nos alistábamos para dormir

 

aullidos agudos que se extendían

como baba negra sobre los techos

de nuestras casas protegidas con esas rejas afiladas

que habíamos aprendido a saltar

para ir a ver juntos el amanecer

 

Como Laika, la astronauta rusa,

tú también eras huérfana

—todos nosotros lo éramos un poco—

aunque te dábamos los sobrados de comida

que preparaban en la casa

y algunas veces, cuando nos quedábamos solos,

te dejábamos dormir en el patio o en la sala

 

pero tú eres de la calle, vieja amiga,

lo tuyo era la noche y el ruido de los planetas

enredándose en los cables de la cuadra

el olor húmedo de los árboles cuando llueve

y las peleas a diente en el parque central

 

los padres no te querían, perra criolla,

hiena de ojos oscuros como el mar

porque a veces te metías a escondidas en las casas

y dejabas las cocinas llenas de basura

o te orinabas en los sofás y las baldosas

 

también robabas en la panadería de doña Blanca

y por eso te sacaban a patadas o escobazos:

chite, chite, perra de mierda, te insultaban

y tú salías corriendo entre las mesas y las sillas

hábil por los andenes y los carros

escapando de la muerte que te agarraba la cola

 

hermosa Laika, vivías de tropel en tropel

con otros perros, con los gatos, con los vecinos

esquivando patadas, piedras, escupitajos

 

pero para nosotros, los niños de Suba,

la pequeña pandilla que jugaba rin rin corre corre

eras una hermosa perra desmueletada

que nos enseñaba atajos y nos lamía la cara

cuando le dabamos empanada de carne y arroz

 

Laika, tú también habrías podido subir al espacio

conocer el mundo desde afuera

ver tu esquina favorita de Suba desde la Sputnik II

y sentir la turbulencia de la gravedad

cuando se sale de la atmósfera

 

igual que Laika, la de Moscú,

habrías muerto asfixiada, terrible muerte, es cierto

pero al menos no te habrían matado a golpes

por robarte un pedazo de carne

 

qué triste fue ver tu cuerpo botado

cuando regresamos del colegio ese viernes

la piel seca que comenzaba a pudrirse

y los labios tiesos pegados al cemento

mientras la gente pasaba por encima

sin mirarte, sin pedirte perdón

 

nunca saliste de esas cinco manzanas

tu vida eran los postes y las canecas

el pequeño terruño del parque que volviste casa

y esas largas caminatas que hacíamos

a las afueras del barrio para armar grandes fogatas

y contar historias de miedo mientras tomábamos

en pico botella largos tragos de ron

 

entre todos los amigos te levantamos

y te llevamos a esos mismos potreros

a los que íbamos a jugar guerra de caucheras

para enterrarte en la noche

cuando más alumbran los muertos

 

nos acostamos y vimos la galaxia

pensando que ahora, luego de la sepultura

te encontrarías con tu gemela de Moscú

ella te contaría cosas sobre el espacio y las galaxias

el calor que hacía en el Sputnik II

y los entrenamientos que recibió en la URSS

 

tú le hablarías de nosotros, el color de la montaña

que se ve desde tu casa en el parque

esa vez que peleaste con dos Pastores Alemanes

o el silencio que hacía en la esquina de la cuadra

cuando llegaba otra madrugada de domingo

 

te reuniste con Laika, tu hermana mayor

y ahora ladran juntas sobre la tierra

en un coro desafinado que despierta a los recién nacidos

y nosotros, perra criolla, tus amigos

te seguimos escuchando en la distancia

cuando nos asomamos por la ventana

a ver esa cartografía lunar de la que ahora haces parte

 

y el cielo, Laika, estamos seguros

se siente menos solo ahora que está contigo.

 

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