domingo, 6 de abril de 2025

NATALIA MARTÍNEZ CALDERÓN

 

  

 

El asunto con los duraznos

 


Como duraznos en almíbar

con las manos, mientras lloro.

No sé si el dulce calma o exaspera

mi llanto, mi búsqueda, pero la suavidad

de los duraznos, lo fácil que es

despedazarlos,

despellejarlos,

desollarlos,

hace que sea más cómodo respirar,

a pesar de los mocos, por la boca.

 

¿Cómo es que soy capaz de devorar?

¿No que estoy muy triste?

No he sabido cuidar: estos duraznos lo confirman.

¿Qué fue lo último que comí

y qué fue lo primero?

 

Pienso que debería comerme esta fruta

con agradecimiento

y no con sed de venganza.

¿De quién me desquitaba cuando

no comía durante días?

¿A qué correspondencia retorcida contestaba

cuando vomitaba todo lo que había comido

mientras pensaba en mi abuela que murió

por la aspiración accidental de líquidos 

o sólidos por la vía aérea?

La comida no está para ir y volver por los caminos del oxígeno.

No entendí nada acerca de los estados de la materia:

puedo inhalar en vez de exhalar,

y un pedazo de cáscara de durazno puede acabar conmigo.

 

El asunto con la comida no es exactamente ese,

tiene que ver con el olvido de la primera cosa.

Olvidé regar las plantas, darle de comer a la perra,

llamar a mi madre.

Cuidar este cuerpo podría ser

tan sencillo como ser la madre

de estos duraznos y no su verdugo.

 

 

 

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