lunes, 4 de junio de 2018


YEHUDA HA-LEVI





3.



La noche en que la joven gacela me descubrió
el sol de sus mejillas y el velo de su pelo,
rojizo cual rubí, cubriendo, sobre
sien de húmedo bedelio, su bella imagen,
se parecía al sol, que cuando despunta enrojece
las nubes del alba con su brillante llama.


De: "Poemas de amor y vino"

Version de Xabier Kintana

WILLIAM BUTLER YEATS





Oh, no ames demasiado tiempo



Amada, no ames demasiado tiempo:
yo amé mucho, mucho tiempo
y me pasé de moda,
como una vieja canción.

Durante nuestra nuestra juventud toda
ninguno podría haber distinguido
sus propios pensamientos de los del otro,
de tal modo éramos uno.

Mas, ay, en un minuto ella cambió
-oh no ames demasiado tiempo
o pasarás de moda
como una vieja canción-.


Versión de Enrique Caracciolo Trejo


JAVIER ACOSTA





Simetría del vacío



Tengo el cuerpo metido
en el espacio hueco de mi alma,

el alma acomodada
en un rincón vacío del mundo,

y el mundo se traslada
en la arruga inmortal
del señor arrojado

de una discreta procesión de dioses.

En cada dios hay pliegues
donde caben mil mundos,

en cada mundo
hay huecos para el alma,

en cada una sitio
para mil como yo

Y sin embargo cada hombre
podría tener un par de almas,

cada una mil hombres,
un hueco para un dios.

Y si lo multiplicas todo
con casi nada de paciencia

se acomoda en la tilde
de la una roes

cuando no sabes cuántas eres.


De: “Regla de tres”


CARLES RIBA





Conjuraría...



          Conjuraría, en súplica, a la noche
          y con la noche a una tormenta ardiente:
grandes vientos que alteran los armoniosos lagos,
en dulzuras de umbría, cuernos de acoso huraño,
bruscas muertes de estrellas; y súbita, más tarde
          una brillante aurora que te hablase
                  -conjuraría, suplicante, al cielo,
                  para llenar tus brazos abiertos.

          Precisaría, mi mano en tu frente,
          el habla de un lenguaje inexistente:
violines entre nácares de un marino silencio,
alondras sobre el mundo en su primer destello,
silabear de fuentes; y súbito, más tarde
          tu nombre cotidiano despertarte
                  -como escolta sólo precisos,
                  amor, mis sueños ofrecidos.


Versión de José Agustín Goytisolo

BLAS DE OTERO





Digo vivir



Porque vivir se ha puesto al rojo vivo.
(Siempre la sangre, oh Dios, fue colorada.)
Digo vivir, vivir como si nada
hubiese de quedar de lo que escribo.

Porque escribir es viento fugitivo,
y publicar, columna arrinconada.
Digo vivir, vivir a pulso, airada-
mente morir, citar desde el estribo.

Vuelvo a la vida con mi muerte al hombro,
abominando cuanto he escrito: escombro
del hombre aquel que fui cuando callaba.

Ahora vuelvo a mi ser, torno a mi obra
más inmortal: aquella fiesta brava
del vivir y el morir. Lo demás sobra.


RICARDO MOLINARI





Si el olvido es agua y el recuerdo fuego...



Si el olvido es agua y el recuerdo fuego,
¡ay! qué corazón de nieve tan triste tengo.
Si yo te viera con tu perfil perdido entre dos losas,
envueltos los pies desnudos en tus sábanas frías
y la azucena del pecho, lastimada, sin defensa,
mi mano quedaría sobre los techos golpeándose por
     el filo de las tejas
hasta hacerse sangre y formar un río amargo
que bajara hasta el centro de la calle,
en busca de la basura.
¡Amor! ¡Amor! Qué es amor, sino quedarse más
     solo con el corazón,
con el pensamiento estropeado, el cabello lleno de nubes
y hojas de Otoño. Sí, pero yo soy diferente: tengo
     un cielo ardiendo en los ojos
y una muerte que me muerde los dedos
y me encarna las lágrimas.

Qué inútiles quedan los dientes después de nunca;
después de cerrar una ventana y romper los vidrios
para que se quede temblando el recuerdo
y no huya por encima de las cajas de sombreros,
hacia el mar.

Tu cabellera hundida, tu boca sorda, tu pecho enrojecido
de guardar tanta pluma de azucena prisionera.
¡Todo el amor del galápago!

¡Ay! qué viento frío te da vueltas el mundo de los caballos
y de las adelfas.
Mis brazos están dormidos, quebrados en un ataúd
de piedra profunda. Amor. Amor, viento mío.
Pero tu luna, qué grito tan alto sobre los álamos;
qué hemisferio de hielo líquido te envuelve los bosques,
tu voz perdida, tu sombra que huye con un clavel,
y el clavel con su esqueleto de ámbar, perfumado de nieve.
¡Cielo! ¡Cielo! Mi cielo muerto, con su isla de cieno
     en la garganta.