sábado, 4 de enero de 2025


 

ELENA GARRO

 


  

Mar de dedos

 

 

Hay muchos dedos.
Muchos dedos agresivos.
Los índices se levantan.
Los índices que señalan al prójimo
que acusan
que envidian.
Una cortina de dedos
Una marea de dedos
Una muralla
me señala.
Las lenguas se levantan, se despiertan
se afilan
se liman en los dientes
se envenenan en la saliva del colmillo.
Lenguas rasposas.
Lenguas que han lamido culos.
Lenguas que duermen solas
en sus cuevas de cavidades putrefactas.
Las lenguas que no vemos
en medio de las risas.
Lenguas sin ventilar.
Lenguas que pican.
No muerdan a su nombre tan hermoso.

 

FLORENCIA ABADI

 

 



 


VII

 



Algo pasa cuando tardamos

en encontrar su lápida

(siempre tardamos)

hay cientas ahí, chatitas, sin ningún relieve

vamos leyendo nombres

hasta que alguien la encuentra

acá, dice.

 

Mi hermana no llora como antes

el gesto de su boca es diferente

siempre me desesperó verla llorar en serio

y ahora

con la boca así.

 

Si froto el mármol

si froto fuerte

tal vez.

 

KHUAN HSIU

 

  

 

El vacío

 



Dices que mi camino difiere del tuyo.

Ambos somos barbados y mayores.

Se dice que las palabras matan la fe.

A mí me gusta retocar las frescas flores

de una vieja y quebrada jarra funeraria.

 

IVÁN CABRERA CARTAYA

 

 

 

 

La dorada ciudad de las cien torres

 



Cuando mi madre regresó de Praga

dijo que la vetusta capital de Bohemia

no parecía una ciudad,

sino una pretenciosa y morena mujer

que soñara con bajar hacia el Mediterráneo

y mojarse las piernas en las aguas de Córcega,

sobre cuyos jardines recelosos

lloró Séneca hasta ahogar

todas las sílabas latinas,

con una entereza a veces inútil

y voluntades que arribaban

—como olas japonesas—

hasta el barroco castellano,

lleno de sierpes sabias de prosodia

y retóricos cielos sobre imperios misérrimos.

 

Tú pensaste en San Wenceslao,

y los ábacos de tu corazón

contaron cada luna rápida

en cada acera de cualquier Europa.

Tu escucha y tu emoción danzaron sobre ti

para componer una infancia

de la que abusaron los ángeles

—como sucede en las mejores bocas—

para decir la belleza

del mundo

—y su tendencia al horror—

en el prístino genio de aquel niño

vestido con las ropas de su hermana ya muerta,

o con los incontables atributos

de otros hombres que se movían

entre el árido camposanto

y los extrarradios del cielo,

nauseabundos y podridos

como el estómago del Ganges

y sus risueños nadadores.

 

Praga, llena de torres y de puentes sin vigías,

reverbera en tu mente

como luciérnaga o latente luz

sobre el Moldava que percutió Dvořák;

pero Praga sigue soñando

con los labios de Capri,

las caderas de Roma,

los sinuosos tobillos de Dubrovnik,

las comisuras de Sicilia

fiel a la piedra y su anagnórisis,

que se doctora en los acantilados

y le quita el bozal al vértigo,

para que muerda tus canciones

o relama los dedos de tus pies.

 

De la cárcel de Kafka,

el alba vegetal y boscosa de océanos

me ha contado también

que existen ríos intangibles

que no aspiran al mar,

y desembocan en los labios

de algunos abisales vagabundos;

aguas y ríos huérfanos del oro

que custodiaba el Rin en sus alforjas.

 

Pero Praga continúa soñando con el sur

y canta con las cuerdas de Goethe la elegía,

el dolor que retuerce

y aspira a una luz entera,

o cuida en su isla —con Vladimir Holan—

la acuchillada flor del hielo.

Tú la vislumbras inocente y cruel,

antiquísima y plena de juventudes tímidas.

Praga, temblor de sangre litoral,

donde la música de cada baile

decapita a las palomas,

y mi alta madre se paternaliza,

se hace arena de playa ya sin mar;

hablándome de una ciudad, mi madre,

como si fuese una mujer,

más vieja y rumorosa, más hermosa y reciente,

quizá,

que ninguna otra sobre la faz de la tierra.

 

 

SILVIA RODRÍGUEZ

 

 


  

La Mitad del Mundo

 



No sé por qué rota la manía

de ser el centro de todo

el ombligo de La Tierra

 

los hemisferios son opuestos

estar en el Norte o en el Sur

no es lo que confunde

 

lejos de la línea ecuatorial

el equinoccio nos recuerda

que la luz y la oscuridad

son iguales para todos

 

PAULA NOGALES ROMERO

 


 

Odisea

 



Ni carne, ni pescado, ni deseo:

sin raíces ni futuro, en el espacio

de un limbo acogedor en que me veo

 

sin quererlo buceando todavía,

en una espera inútil que no llega

a cuajar la silueta de mis días,

 

trazando la misma elipse en torno

a un ónfalos que gime lastimero

ajeno al universo y al bochorno,

 

navegante sin cartas ni astrolabio,

fingidora de diarios marineros

mareando perdices con resabio,

 

nunca fueron mis ansias maternales,

ni miré el bien y el mal según dictaban

la costumbre y las leyes terrenales;

 

nunca vi mi figura en el espejo

conforme a una herencia que acatara

la pauta antigua de mi yo reflejo:

 

mi cuerpo como nave futurible,

mi corazón, severo comandante

de un amor no propio e incorruptible

 

que amamanta un pequeño tripulante,

hasta que tú llegaste, impredecible

capitana de mi destino errante.