sábado, 4 de enero de 2025

IVÁN CABRERA CARTAYA

 

 

 

 

La dorada ciudad de las cien torres

 



Cuando mi madre regresó de Praga

dijo que la vetusta capital de Bohemia

no parecía una ciudad,

sino una pretenciosa y morena mujer

que soñara con bajar hacia el Mediterráneo

y mojarse las piernas en las aguas de Córcega,

sobre cuyos jardines recelosos

lloró Séneca hasta ahogar

todas las sílabas latinas,

con una entereza a veces inútil

y voluntades que arribaban

—como olas japonesas—

hasta el barroco castellano,

lleno de sierpes sabias de prosodia

y retóricos cielos sobre imperios misérrimos.

 

Tú pensaste en San Wenceslao,

y los ábacos de tu corazón

contaron cada luna rápida

en cada acera de cualquier Europa.

Tu escucha y tu emoción danzaron sobre ti

para componer una infancia

de la que abusaron los ángeles

—como sucede en las mejores bocas—

para decir la belleza

del mundo

—y su tendencia al horror—

en el prístino genio de aquel niño

vestido con las ropas de su hermana ya muerta,

o con los incontables atributos

de otros hombres que se movían

entre el árido camposanto

y los extrarradios del cielo,

nauseabundos y podridos

como el estómago del Ganges

y sus risueños nadadores.

 

Praga, llena de torres y de puentes sin vigías,

reverbera en tu mente

como luciérnaga o latente luz

sobre el Moldava que percutió Dvořák;

pero Praga sigue soñando

con los labios de Capri,

las caderas de Roma,

los sinuosos tobillos de Dubrovnik,

las comisuras de Sicilia

fiel a la piedra y su anagnórisis,

que se doctora en los acantilados

y le quita el bozal al vértigo,

para que muerda tus canciones

o relama los dedos de tus pies.

 

De la cárcel de Kafka,

el alba vegetal y boscosa de océanos

me ha contado también

que existen ríos intangibles

que no aspiran al mar,

y desembocan en los labios

de algunos abisales vagabundos;

aguas y ríos huérfanos del oro

que custodiaba el Rin en sus alforjas.

 

Pero Praga continúa soñando con el sur

y canta con las cuerdas de Goethe la elegía,

el dolor que retuerce

y aspira a una luz entera,

o cuida en su isla —con Vladimir Holan—

la acuchillada flor del hielo.

Tú la vislumbras inocente y cruel,

antiquísima y plena de juventudes tímidas.

Praga, temblor de sangre litoral,

donde la música de cada baile

decapita a las palomas,

y mi alta madre se paternaliza,

se hace arena de playa ya sin mar;

hablándome de una ciudad, mi madre,

como si fuese una mujer,

más vieja y rumorosa, más hermosa y reciente,

quizá,

que ninguna otra sobre la faz de la tierra.

 

 

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