La
dorada ciudad de las cien torres
Cuando
mi madre regresó de Praga
dijo
que la vetusta capital de Bohemia
no
parecía una ciudad,
sino
una pretenciosa y morena mujer
que
soñara con bajar hacia el Mediterráneo
y
mojarse las piernas en las aguas de Córcega,
sobre
cuyos jardines recelosos
lloró
Séneca hasta ahogar
todas
las sílabas latinas,
con
una entereza a veces inútil
y
voluntades que arribaban
—como
olas japonesas—
hasta
el barroco castellano,
lleno
de sierpes sabias de prosodia
y
retóricos cielos sobre imperios misérrimos.
Tú
pensaste en San Wenceslao,
y
los ábacos de tu corazón
contaron
cada luna rápida
en
cada acera de cualquier Europa.
Tu
escucha y tu emoción danzaron sobre ti
para
componer una infancia
de
la que abusaron los ángeles
—como
sucede en las mejores bocas—
para
decir la belleza
del
mundo
—y
su tendencia al horror—
en
el prístino genio de aquel niño
vestido
con las ropas de su hermana ya muerta,
o
con los incontables atributos
de
otros hombres que se movían
entre
el árido camposanto
y
los extrarradios del cielo,
nauseabundos
y podridos
como
el estómago del Ganges
y
sus risueños nadadores.
Praga,
llena de torres y de puentes sin vigías,
reverbera
en tu mente
como
luciérnaga o latente luz
sobre
el Moldava que percutió Dvořák;
pero
Praga sigue soñando
con
los labios de Capri,
las
caderas de Roma,
los
sinuosos tobillos de Dubrovnik,
las
comisuras de Sicilia
fiel
a la piedra y su anagnórisis,
que
se doctora en los acantilados
y le
quita el bozal al vértigo,
para
que muerda tus canciones
o
relama los dedos de tus pies.
De
la cárcel de Kafka,
el
alba vegetal y boscosa de océanos
me
ha contado también
que
existen ríos intangibles
que
no aspiran al mar,
y
desembocan en los labios
de
algunos abisales vagabundos;
aguas
y ríos huérfanos del oro
que
custodiaba el Rin en sus alforjas.
Pero
Praga continúa soñando con el sur
y
canta con las cuerdas de Goethe la elegía,
el
dolor que retuerce
y
aspira a una luz entera,
o
cuida en su isla —con Vladimir Holan—
la
acuchillada flor del hielo.
Tú
la vislumbras inocente y cruel,
antiquísima
y plena de juventudes tímidas.
Praga,
temblor de sangre litoral,
donde
la música de cada baile
decapita
a las palomas,
y mi
alta madre se paternaliza,
se
hace arena de playa ya sin mar;
hablándome
de una ciudad, mi madre,
como
si fuese una mujer,
más
vieja y rumorosa, más hermosa y reciente,
quizá,
que
ninguna otra sobre la faz de la tierra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario