"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
jueves, 3 de julio de 2025
GLADYS GONZÁLEZ
Insomnio
la
escena
está
en la más completa indefensión
paredes
blancas
de
una casa hipotecada
libros
en el suelo
cuentas
por vencer sobre el sillón
el
ruido de la lluvia
cayendo
lánguidamente
durante
días
en
el pasillo
las
luces apagadas
el
vidrio roto de la ventana
el
abrir y cerrar de puertas
por
el viento
los
gatos sobre el huerto de salvia
olor
a incienso penetrante
la
más completa indefensión
como
si la borra del pasado
aturdiera
los sentidos
encadenando
voces
y
rostros
como
perros rabiosos
al
solitario jardín del exilio.
De: “Calamina”
LUIS CHAVES
La base de la sociedad
Daría
lo mismo
que no hubiera nada en el refrigerador,
las cuatro o cinco cosas que lo ocupan
son incompatibles.
Mostaza, leche pasada,
tupper-ware vacío, película 135 mm.
Si su madre supiera
lo mal que se alimenta
sería lo de menos,
peor si supiera lo demás.
El
sabor a gripe
que baja por la garganta
anuncia otra semana
de té, drogas legales y televisión.
Días en que, si no fuera
una frase tan cursi,
diría “no se dónde
ni cuándo empezó la tristeza”.
Su
madre sabe lo mal que come
y lo demás también,
pero lo ve sin mirarlo,
mirando detrás de él,
hacia el pasado,
cuando abría su refrigerador
y de cada tupper sacaba
un bocado de familia funcional.
CAMINO ROMÁN
Crepúsculo
“Morir
en lugar de alguien a quien se ama”
Dice como rezando la protagonista de la película
Que ha decidido enfrentarse con la muerte
Por amor, que ha decidido dejarlo todo
Porque no es nada la vida sin amor
Aunque yo piense a diario, cuando amanece
O anochece
No necesito el amor, no es necesario
Podemos estar solos, sí
Como los árboles que siempre están solos, recluidos
Libertad lo llamamos a veces
Para reconocernos aunque nadie nos conozca ya
Aspiro a molestar a alguien
Aspiro a quitarle el veneno a alguien
Aspiro a tirar los frutos que no has comido
Aspiro, lo confirmo, al amor.
SERGIO C. FANJUL
La ventolera del tiempo
El
primer día,
escuché en el patio de luces
el fuerte sonido metálico
de algo que chocaba contra la uralita
del taller mecánico de abajo.
Se
había caído el mando a distancia de la tele,
que viajaba oculto entre los pliegues del mantel.
Nos
quedamos allí un buen rato,
en el silencio y el frío otoñal,
mirando a distancia el mando a distancia perdido,
irrecuperable entre algunas colillas y hojas secas
que el viento había arrastrado
desde el parque de al lado.
Los
días siguientes
siguieron cayendo cosas:
plásticos, botellas, algún viejo candelabro.
Una mañana apareció allá abajo,
con gran alboroto,
una vetusta mecedora
que debía de pertenecer
a la vieja del quinto.
Otra
noche que amenazaba llover,
al volver del supermercado,
apareció la pantalla
de un ordenador obsoleto,
con el cristal partido
en forma de estrella.
Siempre
nos quedábamos,
en perfecto silencio, mirando
las cosas que iban cayendo
en el patio de luces
(tuercas cubiertas de herrumbre, pilas
de nueve voltios, turistas despistados),
hasta que no quedaba
más luz entre aquellas paredes de ladrillo.
Llegó
el invierno
y desde la ventana de la cocina,
cuando tomábamos el té vespertino
y tú intentabas aprender a tejer,
seguíamos viendo las cosas que caían:
postes eléctricos, viejos candiles,
pequeños animales muertos.
Un
álbum de fotos familiar
amarilleado por el tiempo
con el rostro de personas
que ya no existían.
Después
de Navidad,
un domingo plomizo
en el que el mundo permanecía inmóvil,
oímos el estruendo más grave.
Era una ballena negra
que se había quedado varada en el patio de luces,
sobre la uralita, con dos gaviotas posadas encima.
Se fue a morir muy lejos, nos dijimos.
Después
volvíamos callados a la cocina
y nunca sabíamos explicar lo que pasaba.
Aquel patio de luces arrastraba la vida
y, a veces,
nos dejaba solos.
De: “Pertinaz freelance”
ANTONIO LUCAS
Venecia, como entonces
A
Venecia, créeme, se llega huyendo.
Es la ruta más directa, la epidemia de todos.
Huyendo de los pasos que no has dado,
del feo imperativo del deber.
La vida es algo así,
con sus torres, con sus gatos, con su soborno roto,
con el sol retirándose del sol,
y eso lleva tiempo.
Venecia
es, muy despacio, un agua que se hunde.
Y al final desconocemos si el triunfo es la ciudad o su
[escenario.
Por
eso nunca evites su cruenta mercancía,
su meditado engaño.
Vivir
es desplazarte alrededor de ti,
como hacen la sangre y los conserjes,
como saben los pájaros.
Venecia no es distinta a su amenaza
si no pierdes los ojos frente a ella.
Tampoco es evidente.
A veces parece irrepetible,
como la fruta o la clausura,
allí donde está el mar a punto de quemarse.
Y
aceptas de algún modo
el primer acuerdo con la muerte, que es soñar.
Igual que hay belleza en todos esos niños
que juegan a matarse.
El cielo estuvo amable en lo alto de Venecia.
Levantó las manos contra el tiempo y no tuvimos miedo.
Porque somos más fuertes que la luz,
más necesarios.
Porque todo lo que importa
se explica por sí mismo.
De: “Los desnudos”
GONZALO GRAGERA
Verlaine
Yo soy el Imperio al
final de la decadencia,
escribe Verlaine.
Y yo
digo que hay anuncios,
apuntes, sentencias,
que escritos de este modo,
más que a un verso se asemejan
a la inmensidad
de la línea que une
mar y cielo.