lunes, 12 de abril de 2021


 

LILIAN SERPAS

 


 

2

 

 

Lluvia: leve rosario
en los dedos traslúcidos
del Ángel olvidado.

 

De: “Microgramas de niebla”

 

 

PATRICIA TRIGUEROS

 

 

 

¿Y si nos seguimos viendo?

 

 

No suelo admitirlo, pero fumo más de una cajetilla.
Cada cigarrillo me saca del ruido en la calle.

 

Paseo por callejones lejos de la calle principal, sin límites.
Sello mi lengua con dulce y salado, cedo a más sabores.

 

El olor a carne con menta a las brasas altera mis gustos.
Mi antojo de tu piel me recoge a medio camino; te busco.

 

Cuando la calle se hace estrecha, me orillo y me encuentro.
Es algo que ya sabes: tú y tus canas conocen mis labios.

 

Se juntan con las condiciones de mis manos, mis pasos, mis años.
Te acercas con preguntas cuando en la sobremesa mi voz se estira.

 

Mi curiosidad se sale de la mesa y te aprovechas del espacio que dejo.
Yo no ocupo mucho espacio cuando mi pecho se abre, justo aquí.

 

Detrás de mis costillas se meten tus anécdotas, rozadas con tu lengua.
Me invade el perfume de la coquetería, de tu vida al encuentro de la mía.

 

Los alimentos de mi deseo te abrazan; en hamacas escondidas, descanso.
Suelto algunas piezas, pero no te dejo descifrar mis ojos.

 

Nadie puede tocar lo que no se nombra, ni encontrar la entrada a este pasaje.
Y sólo a veces te veo (cuando no huyo de tu pulso, cuando me doy permiso).

 

Me atrapan las cuencas que no se ven, huecos para halar de tu cigarro.
Prefiero cuando empieza a caer el sol, cuando se va mi resistencia.

 

En esta esquina el tiempo se asienta, aquí donde tu nariz se anida en mi cuello.
Pero no deberíamos, y nadie me enseñó a cuidarme del contacto.

 

Nunca aprendí qué se hace en las intersecciones con destinos opuestos.
Las convergencias que enciendan pasiones no caben en ningún camino recto.

 

Justo atrás, aquí adonde chocamos, dónde se vierten ideas y ah, sí, yo ya sabía.
No importa lo que digas, ni cuanto tiempo dure: nadie se queda en la periferia.

Las voces nos orillan de un lado a otro, avanzo un par de cuadras.
No logro borrar los bordes que nos separan, los espacios en los que no quepo.

 

 


EMMA POSADA

 

  


Rincón de barrio

 

 

Pocilgas: nidos de hambre, sed y frío. El pan negro y duro temblando en la mano mugrienta. El hambre a flor de ojos…

 

Harapos, hedor, blasfemias agrias, melenas ariscas sobre frentes marchitas.

 

Chiquillos que juegan con las penas, el cuerpo enfermo, la mirada huraña. Madres con el hierro lacerante del dolor en las carnes y la oración sin fe entre los labios. Hombres aguardentosos, brutales, el alma emponzoñada con sarna de perro.

 

Entra la noche en el barrio con luces tibias y la música lejana de un viejo organillo.

 

El dolor se ha hecho saeta en el espíritu. Hambre, sed y frío. Los ecos de ese abismo de miseria remedan el paso de las cabalgaduras jineteadas por el hambre, la peste y la muerte.

 


LYDIA VALIENTE

  

 

Adiós a mi hogar

 

 

Adiós, ¡oh, dulce hogar de mis mayores!,
donde fueron mis días como un sueño,
donde supe tejer dulces amores
con la rara armonía del ensueño.

 

Adiós, adiós, no sé si acaso un día
puedas volver a cobijar mis penas,
y tender cual un manto a mi alegría
y a vivir en tu seno horas serenas.

 

Quién sabe qué me espera en lontananza.
Llevo un volcán que es todo fuego, amor…
Corriendo voy feliz tras la esperanza,
y tal vez a encontrar voy el dolor.

 

¡Adiós, adiós!, hogar dulce y querido
do mi madre sus sombras ha dejado.
Como el ave al volar desde su nido
en ti dejo el plumaje del pasado.

 

20/5/33

 

DERLIN DE LEÓN

 

  

 

Última habitación del silencio

 

  

Caminamos hacia el final del día.
Hacia la última habitación del silencio
donde se ha decapitado
a todos los pájaros del mundo.
Una grieta se abre debajo de lo que fuimos.
Emana un tufo agrio, de banderas rotas.
Ahí está la noche totalitaria.
La fastidiosa corrupción de la madera.
El rigor de los clavos.
El ineludible filo del mundo.

 

Tenemos certeza del sitio
y de la tierra que ocuparemos.
No de la prolongación del día
que se ha colocado sobre nosotros
como un imperio celeste.
Como una herida roja
que pulsa con cada parpadeo,
pero que no desciende
hacia la última habitación del silencio.
Porque está aquí desde el principio
y no se irá hasta que se detengan todos los caballos
a contemplar la gloriosa explosión de estrellas.

 

 

VANESSA NÚÑEZ HANDAL

 


 

Luciérnaga



La luciérnaga no es insecto,
aunque la aplasten
o le arranquen sus alas.

 

Es una estrella
que bajó a la tierra y se quedó,
para indicar dónde yacen
los muertos.