sábado, 8 de noviembre de 2025


 

NOÉ LIMA

 

 

Autobús

 

 

“Te digo que no sabés a quién estás
apuntando con esa pistola”
le dije al asaltante

mientras
la mirada de todos los pasajeros
llevaba el ruido de los temporales en las retinas
la sal del asfalto rodando por las mejillas tullidas
y en cada boca un incensario nombrando a sus muertos

el autobús
tiene el aroma del óxido de todos los inviernos
cada pedazo de lámina es un cromo pegado al homicidio
mi protección
un libro de Celan bajo el brazo

solamente recuerdo una caída
una braza palpitando al lado izquierdo del corazón
un ángel ingrávido con todo el peso del mundo
alas rotas con la palabra mutilada en ese poema sin acabar
en medio del libro que creí podría salvarme
la cara tiznada del asesino de doce años

“no sabés a quién le estás apuntando”
le dije al atravesarme el escozor de la bala

y desde entonces comprendí
que nada puede salvarte de ser poeta.

 

IRMA PINEDA

 

 

Crujen mis huesos

 

 

La pelvis se expande
para abrir paso
a una vida que exige respirar
Un río nace del centro de mi cuerpo
Un río de suave corriente
Donde nada un pez brillante
que se agita con la urgencia
de quien llega tarde
a una cita con su sangre

 

De: “Rini Lisa” (Sangre de Familia)

 


FLOR BÁRCENAS

 

  

Muerte al hijo

 

 

Sueño que ardo en la boca de dos perros enviados por mi padre
todos los perros han sido enviados al mundo por mi carne
reconozco en sus miradas el deseo de arrojarse a mí.

Sueño que mi padre me persigu
porque mi vida le pertenece.

Despierto
mi hermana dice con insistencia
que vivo en la boca de mi padre
que pregunta por mis quehaceres
que le interesa mi rutina.

Yo me pregunto entonces:
¿En qué parte del poema empiezo a separar mi sueño de su boca?
¿En qué vida mi padre me disparó en la boca para ocultarse de mí?

 

CLAUDIA FERNÁNDEZ

 

  

Elegía

 

 

Cosme tiene
las pupilas opacas.

Mi rostro
es ya otra sombra.

Respira despacio,
como una vela
que se consume.

Un perro
no es solo un perro.
Es una estela
que arrulla.

No llegará otro.
Ya no.

No volverá
la tibia mañana.

 

 

FREDY TATO MEJÍA

 

 

 

Poema para leer en voz baja

 

 

Se oyen ruidos,
como a tos de pan viejo.
Pon la mano en la pared:
hay cucarachas desnudas,
roncas como la tierra,
te buscan, me buscan.
Se oyen tambores como huracanes,
alguien tropieza en la mugre.
Es cierto,
pon la lengua sobre la lluvia:
afuera cierne una embestida de voces
invocan a las piedras, al fuego.
Te juro, se oyen ruidos:
un trepar de sombras sobre adoquines,
la hiedra late en la esquina del tedio.
Pon la frente sobre la pólvora:
las brasas redoblan la grasa del sol,
la cal arremete la memoria.
Aquí, donde estalla la humedad,
siente, se oyen ruidos,
oye cómo se baraja la angustia,
cómo caen los fémures de los ausentes,
cómo doblan el paso las bestias ciegas.
Siente, pon el ojo sobre la niebla:
dios orina sobre nosotros
y se ríe.
Siente, se ríe de nosotros.
Alguien lo observa desde la sima,
un ojo raspa el fondo de la vergüenza.
Pon tus dedos sobre la tierra,
siente, alguien llama:
traquetea las hierbas,
siente,
se oyen ruidos,
quizá patadas:
escarban la brisa,
se acercan al hielo,
crepitan de furia.
Se oyen ruidos,
se oyen ruidos.
La ciudad como un farol,
se acerca.
Pon los pies sobre la calle,
debajo,
más cerca del miedo,
se oyen ruidos
y nadie lo nota.
Pon la sangre sobre la clepsidra,
una cascada de mugre ladra.
Es cierto, se oyen ruidos:
un arañar de horas tras la cortina,
mete el brazo en la incógnita,
palpa el ruido;
el escarabajo del fracaso
reptará por la gangrena del futuro.
Se oyen ruidos,
tras la nuca,
siempre atrás.
Siente el sordo gotear del licor:
algo murmura en la almohada,
pon la mente en la trenza del sueño,
la escama del desamparo,
una plaga de anfibios
burbujea en la amnesia.
Acércate, se oyen ruidos.
Se desmoronan los teatros,
de rodillas se resquebraja
la torre de incertidumbres,
los astros se desploman
como mariposas en el invierno
en la marea se quebranta,
sobre las llanuras,
toda la materia crepita
colmada de moho.
Entre los escombros,
un rostro deplorado
toca la canción de la orfandad.
Se oye un ruido.
Pon el oído sobre la luz:
soy yo el que asoma
sobre el silencio.

 

 

MARÍA LEFEBRE LEVER

 

  

Puelche: Dedicatoria

 

 

A un cántaro de greda y un ramo de rosas.
A un polichinela de trapo y una vieja caja de madera de sándalo.
A mis árboles: un ceibo de hermosas flores rojas que lucía su opulencia en el parque de mi casa solariega;
y a la acacia de mi vereda, que hoy alegra mi ventana.
A unas espuelas de plata, de mi vida campesina en tierras de Chimbarongo.
A mis perros Sonia y Boris – regalo de los Príncipes de Lieven – galgos rusos que venciendo mi cariño, tuve que regalar por su natural apetito.
A polilla, mi quiltra regalona, que perdió su vida en el mar tratando de salvar a una de sus crías.
A Felina, cachorro de tigre, mansa y cariñosa junto a mí.
Al matrimonio inglés, los Parkinson, gallo y gallina de escogida raza de pelea. Miss. Parkinson se dejó morir de hambre al fallecimiento de su emplumado esposo.
A Cyrano, mi burro incomprendido, que amaba las flores y rebuznaba con una tristeza infinita.
A mi gato Rasputín, que a pesar de tener el don de la palabra, nunca se dedicó al pelambre ni lanzó expresiones mordaces.
A mi loro Matusalén, que adopté a la muerte de su dueño, el curita español don Juan Cabello Donoso y que, imitándole predicaba: Hijos míos, amaos los unos a los otros.