domingo, 17 de marzo de 2013

CARMEN GIL




  

El viento de otoño



El viento de otoño,
que es muy juguetón,
le despeina el moño
a doña Asunción.

El viento que vuela,
como lagartija
se mete y se cuela
por cualquier rendija.

A don Barrendero
le esparce las hojas.
Cubre el pueblo entero
de sábanas rojas.

Una vez al año
desnuda al manzano.
Desviste al castaño
después del verano.

Roba los sombreros,
les da volteretas:
son volatineros
de las plazoletas.

Y al salir la luna
le canta al oído
canciones de cuna
a un niño dormido.


Carmen Gil escribe poemas para niños


ALBERTO BLANCO






Los petirrojos




Con la puesta del sol los colorines cantaron:
de todos los puntos cardinales
convergieron los petirrojos en la almendra.

Paulatinamente llenaron con sus cuerpecitos
las ramas duras y secas del otoño.

Las jacarandas en tonos menores
y las nubes sonrojadas después del primer acorde
ensayaron el arte de la fuga.

Justo cuando el sol desapareció
los petirrojos ─al unísono─ de encendieron.

Imposible saber qué fue mas bello:
la intensa parvada y su acuerdo musical
o aquellos árboles prendidos en medio de la noche.

ADOLFO BURRIEL




  
Su desnudo arrebata…



Su desnudo arrebata
el brillo a los cuchillos.
Su piel es sombra estéril
de páramo, licor de soledades.
En sus pezones
no hay lunas,
habitan las arañas.


De “Colores desnudidos”

ÁLVARO MUTIS





Una palabra



Cuando de repente en mitad de la vida llega una palabra jamás antes pronunciada,
una densa marea nos recoge en sus brazos y comienza el largo viaje entre la magia recién iniciada,
que se levanta como un grito inmenso hangar abandonado donde el musgo cobija las paredes,
entre el óxido de olvidadas criaturas que habitan un mundo en ruinas, una palabra basta,
una palabra y se incicia la danza pausada que nos lleva por entre un espeso polvo de ciudades,
hasta los vitrales de una oscura casa de salud, a patios donde florece el hollín y anidan densas sombras,
húmedas sombras, que dan vida a cansadas mujeres.
Ninguna verdad reside en estos rincones y, sin embargo, allí sorprende el mudo pavor
que llena la vida con su aliento de vinagre-rancio vinagre que corre por la mojada despensa de una humilde casa de placer.
Y tampoco es esto todo.
Hay también las conquistas de calurosas regiones donde los insectos vigilan la copulación de los guardianes del sembrado que pierden la voz entre los cañaduzales sin límite surcados por rápidas acequias y opacos reptiles de blanca y rica piel.
¡Oh el desvelo de los vigilantes que golpean sin descanso sonoras latas de petróleo
para espantar los acuciosos insectos que envía la noche como una promesa de vigilia!
Camino del mar pronto se olvidan estas cosas.
Y si una mujer espera con sus blancos y espesos muslos abiertos como las ramas de un florido písamo centenario,
entonces el poema llega a su fin, no tiene ya sentido su monótono treno
de fuente turbia y siempre renovada por el cansado cuerpo de viciosos gimnastas.

Sólo una palabra.
Una palabra y se inicia la danza
de una fértil miseria.


ALEJANDRO CERDA






El leñador



Cada leñador
posee una oración
para derribar un árbol.
Sabe muy bien
que el hacha debe enterrarse
a la altura del misterio
desde donde crecen los árboles.
Sabe muy bien
que cada golpe,
con esa hacha,
en ese árbol
es un golpe dado a sí mismo.
Sabe muy bien
que en ese movimiento
debe esforzarse hasta el final
para ser un árbol,
y el árbol debe esforzarse
hasta el final para ser un hombre.
Cuando el árbol
es derrumbado finalmente
queda la pulsación en la mano
de esa caída
y muy en el fondo
el leñador sabe
que en el ciclo
de la vida y la muerte
un leñador siempre será un árbol
y un árbol siempre será un hombre.

ALDA MERINI




  
37



Encendí una fogata
en mis noches de luna
para llamar a los huéspedes
como hacen las prostitutas
en la orilla de ciertas carreteras,
pero nadie se detuvo a mirar
y mi fogata se apagó.