lunes, 13 de noviembre de 2023


 

HERNÁN LAVÍN CERDA

 

 

 

Sabiduría de los zapotecas




Como los zapotecas, yo también sospecho
que incinerar a los que acaban de morir con el dibujo
de aquella sonrisa en los labios, no es una buena costumbre.
No solamente desaparecerá la visión del mundo
en los ojos de los muertos, sino además el jardín
o el precipicio donde aún habitan sus almas.

Entierren a los que acaban de morir, si aún les parece bien.
¿Por qué no los entierran bajo el poder y la gracia
de aquellos árboles cubiertos por el esplendor de las flores amarillas?
Si ya no hay otro camino, será mejor que los entierren, paso
a paso, en su visión del mundo, sin enterrarlos nunca.
No permitan que los muertos al fin se precipiten
a la fosa común dominada por los hijos del Dios del Fuego.

Como los zapotecas, yo también me deslizo
entre aquellas nubes que se abren y se cierran, como aves
que se deslizan entre la primera luz
del crepúsculo del amanecer y aquel asombro
del crepúsculo del atardecer
durante la ausencia de su primera y última luz.
Como los zapotecas yo también sospecho
que incinerar a los que acaban de morir con un soplo de vida
o con aquella espiral del vértigo en sus labios, no es una
       buena costumbre. 

 

 

SHAMSHAD KHAN

 

 


Corazón (envoltura)




amarro mi corazón
con fuerza
lo envuelvo firme

fuerte
fue como te lo entregué

cómo me preguntaste
qué había en este extraño paquete

primero con cautela
y después en tus manos
y sintiendo su calor
y el débil latido
adivinaste

y desde entonces
lo has arrastrado de la cuerda
que con tanto cuidado até
para protegerlo

cómo te reíste
capa tras capa
lo desenredaste todo
hasta que quedó abierto ante ti

cómo sentiste repulsión
al ver
la pálida sangre carne vacía

también yo retrocedí

reconociendo apenas la masa a medio cicatrizar
ante nosotros
asqueado por las cicatrices
no preguntaste
en qué batalla fueron ganadas

sino que huíste

los de corazón débil
(susurré)

no heredarán

y comencé otra vez
a envolver.

JOSÉ ANTÔNIO CAVALCANTI

 

  


Galés   

 

 

                      remos          remos
                    raros              leves
                 braços                  penas
             riscando                      traçando
             marcas                          rotas
        nas águas                              com asas

 

                      remos          remos
                   verdes              duros
                  ramos                  cortes
            flutuando                      desafiando
             portos                          mortos
         nas vagas                             com facas

 

                      remos          remos
                    puros              novos
                 letras                  rumos
           inventando                      navegando
              mares                          mundos
        no futuro                              com procuras

 

                      remos          remos
                  tristes              largos
                 ritmos                  risos
             talhando                      amanhecendo
              rugas                          cantos
   nas travessias                              com profecias

 

 

MAURO HERNÁNDEZ FUANTOS

 

 



 

Llevo el silencio sobre los hombros
                        mi silencio:
                copa de árbol podado.
Vadeando el rumbo de mis pasos,
        lo sigo como higo al suelo
                        hijo de árbol
                copa de higuera callada.

Desde mis hombros
        pide favores tocándome la oreja.
Yo lo veo con el rabillo del ojo:
“mírame silencio,
  háblame silencio,
                silencio:
                        deja de ser silencio”.

Y él, antes callado:
“si del silencio hablas
                es porque no hay mucho que decir”.

Espera el silencio
después de que exhale un suspiro
                habla por mí.

 

 

 

ENRIQUE BUTTI

 

 





Caperucita Roja despide los despojos del Lobo Feroz

 

Rerum annihilatio
Hobbes

 

 


Nunca nunca me resignaré
Madre Lobo
al Paraíso Perdido de tu vientre
abuelita y yo
en tu seno generoso

Madre Lobo
te entregaste a
flores y mieles
para alimentarnos

la cofia y el camisón de abuelita
ya no los usabas por astucia
sino por felicidad
de encinto

tejías, te preparabas tisanas,
te hamacabas mirando el atardecer
te arrebujabas
junto al fuego.

Oh, tirano, quédate un poco quieto
te ordenábamos
abuelita y yo
entre risitas.
Abrazadas
hablábamos como siamesas.

Madre Lobo
que empollabas
la representación de nuestro mundo
fantasma de la oscuridad,
nuestra filosofía de la caverna.

Tirano, no creas a tus ojos
sino al doble seso
de tu estómago.

Dábamos pataditas,
te oíamos gruñir
dulcemente.

El lobo es la mujer
de las mujeres,
te complacía escucharnos
sentenciar.

Tirano,
lo despertábamos en medio de la noche.
¡Tirano!,
le tirábamos palabras
y él se adormecía al arrullo
de nuestro ronroneo.

Después, ya se sabe,
vino el estúpido leñador
mató a mamá lobo
y nos dejó otra vez
a la intemperie.

La primera palada
de tierra
que echaron sobre la fosa
entró en tu pecho
despanzurrado
Lobo Pachamama.

Abuelita ya no quiso vivir.

Yo voy por el mundo
sola como un perro
alejándome por los campos
para aullar a la luna
¿Lobo está?

escarbando en tu tumba
que está en todas partes.

 

 

 

EDUARDO CASAR

 

 


Escribir x escribir




Se trata, simplemente, de ponerse poético,
en las rodillas de la genuflexión
(genus =rodillas) (flexión) de las palabras,

                                      como siempre

que acometemos algo al despertarnos
o nos vamos al campo o viene el campo
a tocarnos la puerta por descuido.

Se trata simplemente de ponerse a las órdenes,
                                   las mendicantes órdenes
                                          de la palabra escrita.

Por consiguiente y por amor que es como surgen
los manantiales vientres de las cosas, el primer día
puede o tiene que ser
una especie de semilla del Nilo, un programa, un manifiesto
que consagre reuniones, discrepancias,
como todo
cuando es acordado entre dos entes dados
de salud y tinieblas, o por qué no
las cuerdas, o por qué no
una rara cavidad en el mar,
o
las ganas de llegar hasta donde

ni tú ni yo sabemos, ni nosotros,

como si fuera un mapa, o el periplo
de los nombres que están en la memoria.

Continuemos: que no tuviera orografía ni nombres, ese mapa,

solamente el trazo que zarigüeya
y no encuentra una cárcel
que reproduzca olores del contexto,
la encrucijada o la nariz que se bifurca y convierte
a los cuatro caminos de los hombres,
el arriba y abajo, el adentro y afuera,
en una forma rara
de quedarse callados mientras llega la lluvia.

Afuera está lloviendo: ese tipo de agua delincuente
a nadie le hace nada,
nadie le tiene miedo, pobre lluvia que ni siquiera toca
la superficie seca de las cosas,
sólo el lado interior con sus arenas,
sólo sus mecanismos de reloj de pared
y los esmalta.

Hoy, por ejemplo, (aunque hoy es cualquier día,
depende quién lo diga, desde cómo, hasta cuándo)

lo que se nota más
es la luz que calienta al mundo utilizando tonos
demasiado brillantes, la alfombra menos persa
                                de la vegetación más verde
que se siente (la alfombra) cálido invernadero,
pezón de vida duplicada en los cielos del celo,
las orillas de todo se disuelven,
el ser se vuelca en res,
las sillas de madera en sus nudos hinchados,
todo se vuelve sangre, el tiempo es trago fuerte
pero en verdad no puede
disolver ya la sangre,

sangra lo blanco como si fuera sueño,

todo lo iluminado, centímetro a centímetro
edificando próceres, siluetas personales,
maneras de moverse, la sombra de la planta que parece que finge
archipiélago oscuro allá en el ogro golfo de un rincón,
la escultura del pez señalando el poniente, como una negra
veleta submarina en el fondo de un parvo oceáno transparente...

 

RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN

 

 


No preguntaron

 

 

Vinieron de tierras subidas a los mapas.
Según la latitud agrias o dulces,
duras o fraternales.
Oh viajeros,
con puñales, con rosas, fotografías de jefes queridos,
de niños solos, lugares y muertes.

No preguntaron.

Así vinieron,
nadie los llamó.
Un día llegaron a morir en los muros de la ciudad
  sitiada,
de la que sólo vieron sus orillas.

No preguntaron.

¡Tan delicadamente!
Qué aristocracia popular,
qué señores de la sangre y qué ilustre morir
cuya herida
explicaba el secreto de la pólvora.

No preguntaron.

Ellos,
los hombres de la primera columna voluntaria,
no preguntaron ¿cómo va el museo?
¿dónde están las mujeres y las coplas?
¿cómo se come aquí? ¿dónde está la taberna?
¿cómo se va a la catedral? ¿dónde está el cementerio?
ni cualquier otra cosa que pregunta un viajero
que conoce la sed, el hambre, el mundo.

No preguntaron.