"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
domingo, 22 de noviembre de 2015
CARILDA OLIVER LABRA
El silencio
A Raúl Luis
No lo puedo decir. La voz precisa
quedó bajo el silencio sepultada;
cuando retoza el crimen ya no es nada
el diente que pelea en la sonrisa.
No lo puedo decir. Y acaso es largo
el camino que el daño me asegura.
No lo puedo decir, y sin embargo
sé que está cerca la total negrura.
No lo puedo decir ...Todas las penas
se van volviendo ya como serenas
soledades que aquí no tienen signo.
Aunque la muerte simplemente abra,
aunque al fin me arrebaten la palabra
no me voy a callar ni me resigno.
A Raúl Luis
No lo puedo decir. La voz precisa
quedó bajo el silencio sepultada;
cuando retoza el crimen ya no es nada
el diente que pelea en la sonrisa.
No lo puedo decir. Y acaso es largo
el camino que el daño me asegura.
No lo puedo decir, y sin embargo
sé que está cerca la total negrura.
No lo puedo decir ...Todas las penas
se van volviendo ya como serenas
soledades que aquí no tienen signo.
Aunque la muerte simplemente abra,
aunque al fin me arrebaten la palabra
no me voy a callar ni me resigno.
ÁNGELA FIGUERA AYMERICH
Yo
pasaré y apenas habré sido,
-frágil destino de mi pobre arcilla-.
-frágil destino de mi pobre arcilla-.
Hijo,
cuando yo no exista,
tú serás mi carne, viva.
Verso, cuando yo no hable,
tú, mi palabra inextinta.
tú serás mi carne, viva.
Verso, cuando yo no hable,
tú, mi palabra inextinta.
HOMERO ARIDJIS
La
noche muere sobre una manzana rota
La creación recomienza
El alba crece insuperable
compacta en sus disturbios
El hombre pulsa la memoria
abre el instante nuevo
con manos transparentes
Por todas partes la fantasía
de ser entre las horas
la proeza el grito la resurrección
También de la tierra húmeda
de los hechos ya ocultos
llega el movimiento
el segundo perpetuo
la presencia
La creación recomienza
El alba crece insuperable
compacta en sus disturbios
El hombre pulsa la memoria
abre el instante nuevo
con manos transparentes
Por todas partes la fantasía
de ser entre las horas
la proeza el grito la resurrección
También de la tierra húmeda
de los hechos ya ocultos
llega el movimiento
el segundo perpetuo
la presencia
Una
palabra corta en dos tus labios
GASTÓN FERNANDO DELIGNE
2
Visita
a la Isabela
Habían hecho la jornada
a lo que fue la Isabela,
con la unción del mahometano
que camina hacia la Meca.
Viejo propósito ha sido;
concierto que desde Iberia
formaron, y cumplen hoy
como devota promesa.
Vienen a ver los lugares
en que sus deudos murieron,
bajo el yugo abrumador
de ocupaciones plebeyas.
Caballeros de Castilla,
con disciplina severa,
Colón les puso al trabajo,
y les mató la faena.
Vienen a ver las ruinas,
el leve polvo que resta
de aquella ciudad famosa,
hace diez lustros deshecha.
¡Y ora frente a su perímetro
están, con el alma opresa,
y en silencio que había más
que la mayor elocuencia!
-"!Oh, tú, villa! bautizada
en honor de la gran reina!
¡Oh, ciudad, del Nuevo Mundo
la que fundaron primera!
Llamada a ser de estas Indias
indisputable cabeza,
¡quién te ve, que no se asombra...!
¡quién te ve, que no se apena...!
Eres patrona del vulgo;
de los ociosos conseja;
y te dominan, impunes,
la broza, terrible dueña
de tu asiento, y el lagarto,
monarca de la maleza".
De altos recuerdos henchida;
subsolada de osamentas
humanas; sin pueblo y triste;
todo ruido adquiere en ella
repercusión alarmante,
sonoridades siniestras.
Los arbustos que a los pies
de ambos hidalgos se quiebran,
emiten chasquido sordo,
chasquido de calaveras.
Zumba un enjambre en las flores;
y el zumbido tenaz, suena
como el roncan melancólico
de alguna gaita gallega.
El airecillo sutil
que se tuerce y culebrea
al pasar entre la fronda,
se plañe, como alma en pena.
O bien, un pájaro-mosca
de un aletazo se aleja.
moviendo un bronco rumor,
tan extraño que consterna.
Hasta el mismo sol ayuda
a la fatídica escena:
entre una nube que pasa
y otra nube que se acerca,
ilumina incierto a ratos;
a ratos su lumbre vela.
De pronto, los peregrinos
abocan una amplia senda;
de corpulentos yagrumos
y jabillas corpulentas
hermosamente sombreada
a una mano y a la opuesta.
Allá en el fondo unos muros
hechos pedazos, blanquean:
son de casas derruidas
de la difunta Isabela.
Y hacia mitad del camino,
de espaldas a los que llegan,
unos doce caballeros
lentamente se pasean.
Van con los negros sombreros
ornados en plumas negras;
los vestidos, enlutados,
y las capas, cenicientas.
Como en una procesión,
discurren en dos hileras
pausados, ceremoniosos,
en silencio, y con cautela.
Es de ver que los estoques
y la oscura vestimenta,
lucen pautados por moda
que hace tiempo no se lleva.
Y en tanto que las pisadas
de los hidalgos son huecas,
las suyas no alzan más ruido
que el que las sombras hicieran.
De súbito se detienen;
las enjutas caras vueltas
a los intrusos; les miran
con insistente fijeza;
taciturna la expresión,
y muy juntadas las cejas.
Saludando los hidalgos
con airosa continencia,
de su sombrero, en las manos,
las pintadas plumas tiemblan.
¡Dios guarde a los caballeros
por largos años! Empresa
sin duda muy semejante
y acomodada a la nuestra,
os traerá por estos sitios,
donde en bravísima época
tales sucesos pasaron
que una larga historia llenan.
Callando se están los doce;
pero en cortés reverencia,
a los chambergos levantan
pausadamente las diestras;
saludan y, al saludar,
¡horror que la sangre hiela!
se vienen con los sombreros
desprendidas las cabezas...!
Habían hecho la jornada
a lo que fue la Isabela,
con la unción del mahometano
que camina hacia la Meca.
Viejo propósito ha sido;
concierto que desde Iberia
formaron, y cumplen hoy
como devota promesa.
Vienen a ver los lugares
en que sus deudos murieron,
bajo el yugo abrumador
de ocupaciones plebeyas.
Caballeros de Castilla,
con disciplina severa,
Colón les puso al trabajo,
y les mató la faena.
Vienen a ver las ruinas,
el leve polvo que resta
de aquella ciudad famosa,
hace diez lustros deshecha.
¡Y ora frente a su perímetro
están, con el alma opresa,
y en silencio que había más
que la mayor elocuencia!
-"!Oh, tú, villa! bautizada
en honor de la gran reina!
¡Oh, ciudad, del Nuevo Mundo
la que fundaron primera!
Llamada a ser de estas Indias
indisputable cabeza,
¡quién te ve, que no se asombra...!
¡quién te ve, que no se apena...!
Eres patrona del vulgo;
de los ociosos conseja;
y te dominan, impunes,
la broza, terrible dueña
de tu asiento, y el lagarto,
monarca de la maleza".
De altos recuerdos henchida;
subsolada de osamentas
humanas; sin pueblo y triste;
todo ruido adquiere en ella
repercusión alarmante,
sonoridades siniestras.
Los arbustos que a los pies
de ambos hidalgos se quiebran,
emiten chasquido sordo,
chasquido de calaveras.
Zumba un enjambre en las flores;
y el zumbido tenaz, suena
como el roncan melancólico
de alguna gaita gallega.
El airecillo sutil
que se tuerce y culebrea
al pasar entre la fronda,
se plañe, como alma en pena.
O bien, un pájaro-mosca
de un aletazo se aleja.
moviendo un bronco rumor,
tan extraño que consterna.
Hasta el mismo sol ayuda
a la fatídica escena:
entre una nube que pasa
y otra nube que se acerca,
ilumina incierto a ratos;
a ratos su lumbre vela.
De pronto, los peregrinos
abocan una amplia senda;
de corpulentos yagrumos
y jabillas corpulentas
hermosamente sombreada
a una mano y a la opuesta.
Allá en el fondo unos muros
hechos pedazos, blanquean:
son de casas derruidas
de la difunta Isabela.
Y hacia mitad del camino,
de espaldas a los que llegan,
unos doce caballeros
lentamente se pasean.
Van con los negros sombreros
ornados en plumas negras;
los vestidos, enlutados,
y las capas, cenicientas.
Como en una procesión,
discurren en dos hileras
pausados, ceremoniosos,
en silencio, y con cautela.
Es de ver que los estoques
y la oscura vestimenta,
lucen pautados por moda
que hace tiempo no se lleva.
Y en tanto que las pisadas
de los hidalgos son huecas,
las suyas no alzan más ruido
que el que las sombras hicieran.
De súbito se detienen;
las enjutas caras vueltas
a los intrusos; les miran
con insistente fijeza;
taciturna la expresión,
y muy juntadas las cejas.
Saludando los hidalgos
con airosa continencia,
de su sombrero, en las manos,
las pintadas plumas tiemblan.
¡Dios guarde a los caballeros
por largos años! Empresa
sin duda muy semejante
y acomodada a la nuestra,
os traerá por estos sitios,
donde en bravísima época
tales sucesos pasaron
que una larga historia llenan.
Callando se están los doce;
pero en cortés reverencia,
a los chambergos levantan
pausadamente las diestras;
saludan y, al saludar,
¡horror que la sangre hiela!
se vienen con los sombreros
desprendidas las cabezas...!
HUMBERTO GARZA
Sueño
Voy a dormir de nuevo, en el penacho negro
que llevan en la cresta aquellas nubes altas.
Voy a escapar del mundo y a disfrutar el sueño
que nos brinda el descanso que ya nunca se acaba.
Voy a dejar la fuerte y apasionada angustia
que hierve entre las venas de mi sangre amargada,
para seguir caminos que nacen y se borran
en la piel infinita de tardes y mañanas.
Voy a ascender a donde los vientos son continuos
y empujan incansables la fantasía del alma.
Mis versos, como gotas de rocío mañanero,
resbalarán del manto rosado de las albas.
Qué importa que desnudo, tirite mientras vuelo,
ingrávido en las nubes, sin plumas y sin alas.
Qué importa, si es más grande la frialdad de sentir
pasiones que perduran y que nunca se apagan.
Desde la fría torre de celestial iglesia,
mi lengua, de badajo, servirá a la campana,
y pegará en el bronce, llamando persistente,
a las almas sin rumbo que por el cielo vagan.
Voy a dormir de nuevo, en el penacho negro
que llevan en la cresta aquellas nubes altas.
Voy a escapar del mundo y a disfrutar el sueño
que nos brinda el descanso que ya nunca se acaba.
Voy a dejar la fuerte y apasionada angustia
que hierve entre las venas de mi sangre amargada,
para seguir caminos que nacen y se borran
en la piel infinita de tardes y mañanas.
Voy a ascender a donde los vientos son continuos
y empujan incansables la fantasía del alma.
Mis versos, como gotas de rocío mañanero,
resbalarán del manto rosado de las albas.
Qué importa que desnudo, tirite mientras vuelo,
ingrávido en las nubes, sin plumas y sin alas.
Qué importa, si es más grande la frialdad de sentir
pasiones que perduran y que nunca se apagan.
Desde la fría torre de celestial iglesia,
mi lengua, de badajo, servirá a la campana,
y pegará en el bronce, llamando persistente,
a las almas sin rumbo que por el cielo vagan.
Cuando
el violín de ausencias gima apartado y triste
bajo la inmensa sombra de las nubes que pasan,
mi voz irá cantando salmodiante y tranquila,
feliz en el murmullo de la lluvia lejana.
bajo la inmensa sombra de las nubes que pasan,
mi voz irá cantando salmodiante y tranquila,
feliz en el murmullo de la lluvia lejana.
ENRIQUE LIHN
Suscribirse a:
Entradas (Atom)