viernes, 13 de enero de 2017


ESTHER GIMENEZ




La dourmeuse (Paul Valéry)



¿Quemando está secretos en su pecho
mi amiga mientras huele alguna flor?
¿Con qué vano alimento su candor
se torna irradiación desde su lecho?

Soplo, ensueños, silencio satisfecho;
Paz, más fuerte que el llanto o el dolor,
aplacas la onda grave y el ardor
que en su sueño conspiran al acecho.

Haz durmiente de sombras y de olvido,
tan bello y tan temible es tu sosiego
-cierva junto a una vid, cuerpo tendido-

que aunque el alma esté presa del vil fuego,
tu forma -con tu brazo por vestido-
vela, mientras en ti mis ojos ciego.


FRANCISCO JAVIER IRAZOKI




Orquesta de desaparecidos



Diariamente, al atardecer, escucho a los músicos. Si me traslado a algún país extranjero, ellos hacen el mismo viaje que yo y coincidimos en una explanada, en los mercados, en un refugio.

Los miembros de la orquesta recorren las rutas escarpadas y los desfiladeros de mi memoria. Los he visto de noche, extenuados, mientras suben a pie o en bicicleta una colina de mis pensamientos. Llegan empapados de recuerdos a las nuevas ciudades, pero los primeros compases que interpretan limpian sus ropas.

Las personas que se alejaron de mi vida forman la orquesta. Sus muertes o su desamor se han convertido en música.

Una mujer que me amó empuña el micrófono y canta con la cabeza llena de peces. Se palpa los animales marinos hasta que el pez del dolor despuebla su mente. Entonces, con las notas finales del blues, entrega a los oyentes un pequeño esturión que lleva en la boca los filamentos luminosos de los días que vivimos juntos.

El contrabajo lo pulsa otra antigua amante. No es bella sino algo más peligroso, porque ha nacido en un país de gatos libres. Mi padre y mi hermana abren sus ausencias con el arco del violonchelo. La madre golpea en el timbal nuestras pieles de ancianos bebés.

Encogido detrás de los instrumentos, el amigo que me traicionó pone cerca de sus pies de percusionista el sombrero adonde caen las monedas caducadas.

Soy todos los espectadores. En las filas delanteras se sitúan el niño sucesivo, el adolescente que caminó entre vidrios de diccionario, los jóvenes que fui.

Acabado el concierto, cada componente del público vuelve a adentrarse en mí y la orquesta de desaparecidos ve mi disolución en el paisaje.


De: “Orquesta de desaparecidos”




JUANA CASTRO





De la captura nocturna de halcones por deslumbramiento



La muerte es una alondra descubierta en la noche.
Ahora sé que, transida, con su brazo
fervoroso de arándanos me acecha.
De mi alcoba, tan lejos maduraba,
tan secreta y tan dulce, certera de mi olvido,
que sólo tras el mar, en otra orilla,
su manto desplegaba de ternura.
Fue preciso el camino. Andar
por otras tierras, absorber
otra luz, otra lengua, sigilosa
y terrible su huella por las piedras.
Con mis ojos la he visto.
Estuvimos tan cerca, que el fulgor
de su música, como nieve bajaba,
ciega al mar, por mi cuerpo.
Fue un instante de amor. Sólo el tacto
luminoso y atroz de la distancia.
Mas vivo, desde entonces,
develada, viviendo por morir.
Por bajar, o ascender, y en el infierno
de su efímera mano, venturosa,
sucumbir finalmente
de hermosura o maldad.

  

PORFIRIO BARBA JACOB




El rastro en la arena



¿Querellas en el viento? ¿Clamor contra la nube
que sube y sube y la deshace un viento?
¿Congojas cuando el lirio del día se extenuó?
¡Si aún vivo yo! Si aún gozo mi lírico momento,
la luz, el aura, el amoroso aliento...

Dos fértiles mancebos de Jonia divagaron
¡remoto día!
¡fulgente día!
por las sensuales playas de Lesbos fervorosa,
sobre el cristal undívago que al sol reverberaba,
bajo el turquí lumíneo que el ámbito envolvía...

¡ríanse las olas y un gran rumor las llena...

Si fue con los mancebos el goce y la ufanía,
¿qué importa que no duren sus rastros en la arena?


VICENTE NÚÑEZ


  

8. Llamaron al teléfono
en hora intempestiva.
Y como te conozco
y te sé y te adoro
y poseo el dominio
de todos tus registros,
le respondí a esa estúpida
y enclenque vocecilla:
ni esta noche ni nunca.


De: "Teselas para un mosaico"


EDUARDO GARCÍA




Vuelta a casa



Hay un hombre que grita en el vagón del metro.
Yo he visto allá en sus ojos la lenta caravana
de imágenes heridas, de minuciosas sombras
que acuden a su encuentro con el gesto de siempre,
con el gesto que nunca volverá a contemplar.

Siente el peso en los hombros de unas manos de sombra.
Le reclaman. Se vuelve. Ahora está con ellas.
Esboza una sonrisa que se quiebra de pronto.
Su dolor se dilata, se le escapa del pecho.
Recorre ya las vías. Invade la ciudad.

Hay un hombre que grita con los labios sellados.



De: "Horizonte o frontera"