"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
viernes, 3 de noviembre de 2023
RODRIGO ZÚÑIGA
Esperar
Esperar,
el
hombre solo sabe esperar,
anclado
a un tiempo que no llega,
a
una pared que no termina,
a
una vida que no empieza
Aguarda
Como
aquel
que
para no naufragar más en la noche
deja
solo un pie en el piso,
como
decir,
un
ojo abierto y el otro encendido en el sueño
Aguarda
Al
igual que en los cuentos de aquel ingenio,
a la
orilla del río, se repite la misma historia:
el
hombre con hambre esperando el hambre de un pez,
de
la misma forma
que
se abre tantas veces el refrigerador
para
constatar
que
aún no hay nada,
lo
mismo que la última vez,
quizás,
en
espera de lo inesperado,
quizás,
porque
siempre se espera
en
la dirección equivocada
Esperás
la luz del día,
esperás
una fecha, el autobús, el teléfono,
esperás
una
llamada que nunca llega,
no
importa la llamada, siempre es otro,
será
alguna noticia,
el
trabajo de tus sueños,
un
premio o tan solo una estrella fugaz
El
deseo se mueve de lugar
Esperás,
como
cada día de tu infancia,
que
el ruido del portón traiga
lo
que el mismo ruido se llevó
Esperar
es
esperar que nada pase,
como
quien huye de su propio caballo
montándolo
al pelo
TERESA ABURTO URIBE
Dulce
soledad
Dulce
soledad que me acompañas
y que en las noches te duermes a mi lado,
con tu presencia hueca te recuestas,
y me das entre las sombras tus manos.
Dulce soledad, amiga mía,
no me dueles ni me haces daño,
aprendí a necesitarte y a estar a tu lado.
Dulce soledad, pobre soledad,
nadie te quiere y yo, sin embargo,
te agradezco los silencios y el espacio,
las horas que me escuchas atenta,
y tus ojos y tu cuerpo imaginario.
OLGA ACEVEDO
Desde
el fondo del alma me sube
Desde
el fondo del alma me sube
un sabor de pitanga a los labios.
Tiene aún mi epidermis morena
no sé qué fragancias de trigo emparvado.
¡Ay, quisiera llevarte conmigo
a dormir una noche en el campo,
y en tus brazos pasar hasta el día
bajo el techo alocado de un árbol!
Soy la misma muchacha salvaje
que hace años trajiste a tu lado.
MONIQUE FACUSEH
Poema 25
Ahora
que eres silencio
es
cuando más te extraño.
¿Qué
hiciste de la sed de tus manos?
¿En
qué naufragio te borraste?
No
es hora de culpar al amor
ni a
sus sones que gravitan.
Pronto
será otro día
y no
notarás la diferencia.
La
brisa en esta tierra
no
se compadece.
Tiene
atributos de animal feroz.
Voraz
el destino cuando tus ojos
a
nada apuntan
o
apuntan siempre a lo mismo.
Qué
será de mí sin la vasta
travesía
de los sueños.
Ahora
que también soy silencio,
¿qué
será de la sed de mis manos,
madre?
MARGARITA LASO
Sangre
fría
I
Es un cajón de 90 x 90 x 90.
En él se exhibe la espléndida pitón.
Carnívora de bronce y estaño.
No oye a su mandíbula elástica quebrantar
los huesos calientes de su comida.
Está
enroscada sobre su lujuria.
Sorda y satisfecha.
No puede estirarse pero sus anillos de serpentina
helados se tocan como presas.
Espera su merienda.
Por medio de una persiana
un ratón de blanco impecable
ha sido llamado a esta cena.
Será tragado sin que medie de cascabel o crótalo
advertencia alguna.
Sin que una orquesta de metales le despida.
Sin una danza funeraria.
El
público está atento al momento del asalto.
El ratón merodea con unos saltímetros
esos pasitos que da en la epidermis el escalofrío.
Sus bigotes transparentes pronto temblarán
de una vez para siempre.
II
También
yo
como la gorda constrictora
gozaré en la quietud estos banquetes.
Cada vez mis glándulas termo-sensibles me dirán
si has venido a lucir tu miserable gabardina
tu cola aguzada de escalpelo.
Si has venido quizás a llevarte la piel que mudo
o acaso
a mirarte en las placas y escudos de mi cuerpo.
¿No
ves que tendrías que limar mis escamas?
¿Que arrancarme un colmillo?
III
Ven
pues
que toda yo soy brazo que abrasa y destroza.
Y antes de engullirte
sabrás volar
con la sustancia tóxica que traigo en mi saliva.
Sabrás meterte en cintura.
Y engrosarme.
Ven
que notarás que soy ciega y siseo.
Que toda yo soy cuello y talle.
Que soy una víbora modesta.
Ven
ratón que he perdido la línea.
Pero no el apetito.
Y tampoco el veneno.
JOSÉ INIESTA
El
desayuno
Estamos
en la mesa y nos miramos.
Huele a café la casa, a despertar,
y el frío de febrero nos complace
al lado del amor y sus certezas.
El fuego está encendido para ti.
En el viejo frutero unas naranjas
son verdad porque hablan en silencio
con la luz y las sombras,
y entonces me sonríes,
acaricias mi mano en la mañana.
No
dejarás de ser en la costumbre
la muchacha desnuda en una cueva.
Las horas se serenan en su extraño
acaecer, y el sol entra en la casa
donde no duele el tiempo.
Ya me alcanza tu amor,
y en su precipitarse, el de la vida,
nada cambia contigo,
estoy creciendo
hacia la luz por ti de las palabras.