Soneto VII
Morir
se ve cuanta cosa animada,
cuando
del cuerpo el alma sutil parte:
¿Dónde
estás, pues, oh alma bienamada?
No
me abandones, ay, a tanta nada:
que
rescatarme no sabrá tu arte.
Hurta
tu cuerpo, ay, sin demorarte:
dale
su parte y su mitad estimada.
Pero
haz, Amigo, que no sea riesgoso
este
combate, este duelo amoroso,
que
el áspero rigor no lo presida,
ni
la estrechez, sino la gracia pura,
amable
en la cesión de tu hermosura,
otrora
tan cruel, hoy concedida.
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