sábado, 25 de agosto de 2018

CARLOS MARZAL





Ágape

A Tito Ruiz y Lourdes Román



Con determinación aventurera,
con certidumbre de su maravilla,
con exceso de fe,
con el exceso que la fe merece,
tracemos un buen plan.
Con abundancia de nuestro corazón.
Seamos pródigos.

Dispongamos las sillas en la sombra,
bajo la caridad provecta de un olivo,
o al perezoso escudo de una parra:
¿no veis en la indolencia de esas uvas,
un brindis vertical con cada grano?
¿No veis transparentarse
todo el azúcar próspero del cielo?

Démonos a conciencia
el merecido ágape, el banquete.
Comamos lo supremo en lo más simple:
alta conversación,
el pan flamante
y el lustre del aceite en su oro lánguido,
la madura energía de tenernos,
la fruta fresca,
el vino inteligente.
Que corra el vino hasta volvernos sabios
desde el hondo saber de la alegría:
aquel que mira el mundo envuelto en llamas
y canta su holocausto, sin tormento.
Que no se acabe el vino,
el animoso vino de los fuertes,
antes de habernos vuelto temerarios
en el amor de cuanto está al alcance.

Y celebrémonos.
Que sobrevenga en el azar del día
la perfumada sal de la concordia.
Y que jueguen los niños, endiosados,
y eduquemos la vida en su alboroto.
Cómo nos merecemos nuestra fiesta.
No hay nada de arbitrario en este obsequio.

Y debatamos.
Que en abandono cada cual profese
su mar del desvarío:
la vida va en su vela y boga plácida,
tanta canción
aplaca las tormentas.

Larga vida a nosotros.

Convidados de carne, buen deseo.

Buen apetito en nuestras bodas últimas.

Que las tantas del alma nos sorprendan
videntes en afán, en ilusiones.
Y muera en el exilio
cualquier bituminoso pensamiento
que pretenda ultrajar
el arrebol de otra mañana invicta.



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