Ágape
A Tito Ruiz y Lourdes
Román
Con
determinación aventurera,
con
certidumbre de su maravilla,
con
exceso de fe,
con el
exceso que la fe merece,
tracemos
un buen plan.
Con
abundancia de nuestro corazón.
Seamos
pródigos.
Dispongamos
las sillas en la sombra,
bajo la
caridad provecta de un olivo,
o al
perezoso escudo de una parra:
¿no
veis en la indolencia de esas uvas,
un
brindis vertical con cada grano?
¿No
veis transparentarse
todo el
azúcar próspero del cielo?
Démonos
a conciencia
el
merecido ágape, el banquete.
Comamos
lo supremo en lo más simple:
alta
conversación,
el pan
flamante
y el
lustre del aceite en su oro lánguido,
la
madura energía de tenernos,
la
fruta fresca,
el vino
inteligente.
Que
corra el vino hasta volvernos sabios
desde
el hondo saber de la alegría:
aquel
que mira el mundo envuelto en llamas
y canta
su holocausto, sin tormento.
Que no
se acabe el vino,
el
animoso vino de los fuertes,
antes
de habernos vuelto temerarios
en el
amor de cuanto está al alcance.
Y
celebrémonos.
Que
sobrevenga en el azar del día
la
perfumada sal de la concordia.
Y que
jueguen los niños, endiosados,
y
eduquemos la vida en su alboroto.
Cómo
nos merecemos nuestra fiesta.
No hay
nada de arbitrario en este obsequio.
Y
debatamos.
Que en
abandono cada cual profese
su mar
del desvarío:
la vida
va en su vela y boga plácida,
tanta
canción
aplaca
las tormentas.
Larga
vida a nosotros.
Convidados
de carne, buen deseo.
Buen
apetito en nuestras bodas últimas.
Que las
tantas del alma nos sorprendan
videntes
en afán, en ilusiones.
Y muera
en el exilio
cualquier
bituminoso pensamiento
que pretenda
ultrajar
el
arrebol de otra mañana invicta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario