CANTO IX. Último canto a Safo
Plácida
noche, y verecundo rayo
de
la poniente luna; y tú que apuntas
en
la tácita selva sobre el risco,
nuncio
del día; oh deleitosas, caras
—Mientras
las Furias ignoré y el hado—,
apariencias
al alma; no sonríe
dulce
visión al desolado afecto.
Sólo
se aviva nuestro gozo insólito
cuando
en el éter líquido se vuelven
y
por campo trepidantes, las ondas
polvorientas
del Austro, y cuando el carro,
grave
carro de Jove, a nos en lo alto
tronando,
el tenebroso aire divide.
Nos
por barrancos y profundos valles
nada
place entre nimbos, y la vasta
fuga
de grey turbada, y de hondo
río
y dudosa orilla
el
son de la onda y la ira victoriosa.
Bello
tu manto, ¡oh divo cielo!, y bella
eres
tú, perlada tierra. Ay, de aquesta
infinita
beldad parte ninguna
a
la mísera Safo concedieron
el
numen e impía suerte. En tus soberbios
reinos,
vil, ¡oh natura!, y grave huésped
y
despreciada amante, a tus graciosas
formas
en vano el alma y las pupilas
suplicante
vuelvo. No me ríe
la
abierta margen, ni de etérea puerta
el
matutino albor: ni a mí ya el canto
de
coloreados pájaros, ni de hayas;
el
murmullo saluda: y do a la sombra
de
los sauces inclinados despliega
lúbrico
pie las flexüosas linfas
desdeñado
sustrae,
y
oprime en fuga las olientes playas.
Mas,
¿qué falta, qué tan nefando exceso
manchó
mi nacimiento, que tan torvo
me
fuera el cielo y de fortuna el rostro?
¿En
qué pequé de niña, cuando ignara
de
crimen es la vida, que menguado
de
juventud, marchito, en el huso
de
la indómita Parca se torciera
herrumbrado
mi estambre? Incautas voces
tu
labio expande: el destinado evento
mueve
arcano consejo. Arcano es todo,
salvo
nuestro dolor. Prole olvidada
nacimos
para el llanto, y en el regazo
del
Dios yace el motivo. ¡Ay anhelos
de
la más tierna edad! A la apariencia,
a
la amena apariencia eterno reino
aquí
dio el Padre; y por magnas empresas,
por
docta lira o canto,
virtud
no luce en un desnudo manto.
Moriremos.
Dejado el velo indigno,
desnuda
el ánima huirá hacia el Hades,¹
y
el crudo fallo enmendará del ciego
dispensador
del sino. Y tú a quien largo
amor
en vano, y larga fe, e inútil
furor
me ató de un fuego inaplacado,
vive
feliz, si pudo en este mundo
feliz
vivir mortal. Ya no escanció
de
su ánfora avara el licor suave
Jove,
cuando murieron los engaños
y
sueños de mi infancia. Los más gayos
días
de nuestra edad vuelan primero.
Siguen
los males, la vejez, la sombra
de
la gélica muerte. Así de tantos
gratos
errores y esperadas palmas,
el
Tártaro² me resta; el bravo ingenio
va
a la tenaria Diva,³
la
oscura noche y la silente riba.
1
Plutón, el dios infernal.
2
Según Hesíodo, la parte más profunda y oscura del infierno, cárcel perpetua
para el alma de los criminales.
3
Hécate, la diosa infernal, llamada así por el río Ténaro, cerca de cuya
desembocadura se imaginaba la entrada a los infiernos.
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