viernes, 10 de octubre de 2014

RUBÉN DARÍO

 

La cabeza del rabí

 
 
¿Cuentos quieres, niña bella?
Tengo muchos de contar:
De una sirena del mar,
De un ruiseñor y una estrella,
De una cándida doncella
Que robó un encantador,
De un gallardo trovador
Y de una odalisca mora,
Con sus perlas de Bassora
Y sus chales de Labor.

Cuentos dulces, cuentos bravos,
De damas y caballeros,
De cantores y guerreros,
De señores y de esclavos;
De bosques escandinavos
Y alcázares de cristal;
Cuentos de dicha inmortal,
Divinos cuentos de amores
Que reviste de colores
La fantasía oriental.

Dime tú ¿de cuáles quieres?
Dicen gentes muy formales
Que los cuentos orientales
Les gustan a las mujeres;
Así, pues, si esos prefieres
Verás colmado tu afán,
Pues sé un cuento musulmán
Que sobre un amante versa,
Y me lo ha contado un persa
Que ha venido de Hispahán.

Enfermo del corazón
Un gran monarca de Oriente,
Congregó inmediatamente
Los sabios de su nación;
Cada cual dio su opinión,
Y sin hallar la verdad
En medio de su ansiedad
Acordaron en consejo
Llamar con presura a un viejo
Astrólogo de Bagdad.

Emprendió viaje el anciano;
Llegó, miró las estrellas;
Supo conocer en ellas
La cuita del soberano;
Y adivinando el arcano
Como viejo sabidor,
Entre el inmenso estupor
De la cortesana grey,
Le dijo al monarca: -¡Oh rey!
Te estás muriendo de amor.

Luego, el altivo monarca,
Con órdenes imperiosas
Llama a todas las hermosas
Mujeres de la comarca
Que su poderío abarca;
Y ante el viejo de Bagdad,
Escoge su voluntad
De tanta hermosura en medio,
La que deba ser remedio
Que cure su enfermedad.

Allí ojos negros y vivos;
Bocas de morir al verlas,
Con unos hilos de perlas
En rojo coral cautivos;
Allí como una áurea lluvia
Una cabellera rubia;
Allí el ardor y la gracia,
Y las siervas de Circasia
Con las esclavas de Nubia.

Unas bellas adornadas
Con diademas en las frentes,
Con riquísimos pendientes
Y valiosas arracadas;
Otras con telas preciadas
Cubriendo su morbidez;
Y otras de marmórea tez,
Bajas las frentes, y mudas,
Completamente desnudas
En toda su esplendidez.

En tan preciosa revista,
Ve el rey una linda persa
De ojos bellos y piel tersa,
Que al verle la vista,
El alma del rey conquista
Con su semblante la hermosa
Y agitada y ruborosa
Tiembla llena de temor
Cuando el altivo señor
Le dice: -Será mi esposa.

Así fue. La joven bella
De tez blanca y negros ojos,
Colmó los reales antojos
Y el rey se casó con ella.
¿Feliz dirás, tal estrella,
Emelina? No fue así:
No es feliz de reina allí
La linda persa agraciada,
Porque ella está enamorada
De Balzarad el rabí.

Balzarad tiene en verdad,
Una guzla en la garganta,
Guzla dúlcida que encanta
Cuando canta Balzarad;
Viole un día la beldad
Y oyó cantar al rabí;
De sus labios de rubí
Brotó un suspiro temblante...
Y Balzarad fue el amante
De la celestial hurí.

Por eso es que triste se halla
Siendo del monarca esposa
Y el tiempo pasa quejosa
En una interior batalla.
Del rey la cólera estalla
Y así la dice una vez:
Mujer llena de doblez:
Di si amas a otro, falaz.
Y entonces de ella en la faz
Surgió vaga palidez.

-Sí -le dijo-, es la verdad;
De mi destino es la ley:
Yo no puedo amarte, ¡oh rey!,
Porque adoro a Balzarad.
El rey, en la intensidad
De su ira, entonces, calló;
Mudo, la espalda volvió;
Mas se veía en su mirada
Del odio la llamarada,
La venganza en que pensó.

Al otro día la hermosa
De parte de él recibió
Una caja que la envió
De filigrana preciosa;
Abrióla presto curiosa
Y lanzó, fuera de sí,
Un grito; que estaba allí
Entre la caja guardada,
Lívida y ensangrentada
La cabeza del rabí.


En medio de su locura
Y en lo horrible de su suerte,
Avariciosa de muerte
Ponzoñoso filtro apura,
Fue el rey donde la hermosura:
Y estaba allí la beldad
Fría y siniestra, en verdad;
Medio desnuda y ya muerta,
Besando la horrible y yerta
Cabeza de Balzarad.

El rey se puso a pensar
En lo que la pasión es;
Y poco tiempo después
El rey se volvió a enfermar.

 

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