jueves, 27 de septiembre de 2018

BENJAMÍN VALDIVIA





Revelación del verdadero ser de Wanda



1

Wanda está inmóvil como Ofelia flotando por el río.
Sus facciones iluminadas,
sus ojos tranquilos igual que la corteza sobre el árbol.
La interrumpen tan sólo mis latidos
confesados a la fuerza junto a su curvatura ensimismada.
Sólo siente ya a solas la sola soledad que compartimos.
Ondulamos en la húmeda tibieza intacta.
En Wanda está la paz, la calma de todo vuelta nudo.
En Wanda, junto a mí -inmóvil yo también flotando sobre el río-,
todo es un punto de luz y todo el universo
es algo ajeno.


2

Wanda lleva tres días junto a mí,
prisionera de esperarse a sí misma,
excelente como los antiguos jardines del Éufrates,
erguida en un talle tal vez renacentista,
atenta a cualquier signo del agua celeste.
Afuera no llueve:
una palmera solitaria demuestra lo imposible del viento.
Erguido árbol, vigía en el ojo vigilante de Wanda
sin enviar todavía señales de la lluvia.
Es todo irreflexivamente cruel
en la grisácea ciudad con un calor impertinente.
Sigue el árbol en pie. Wanda persiste aquí con esas formas
de la ceiba del Éufrates.
Y mi esperanza sigue siendo, para tenerla junto a mí,
que la lluvia en estos parajes nunca vuelva.


3

Wanda está inmóvil sintiendo en la pupila
la persistencia vertical de la palmera ínsita.
Afuera no llueve pero hay nubes oscuras atisbando el balcón.
Son muchos días en los que ando detenido
y el movimiento cada instante me es más necesario.
Me muevo, un poco un mucho, cuando Wanda
pierde tranquilidad.
Tomo como si fuera mío.
Subo y bajo, la aprieto junto a mí, debajo, arriba,
agitados los dos por la respiración de las nubes.
Tirada en esa espera, su pulsación agita;
la cabeza hacia un lado y hacia otro de otro vértigo:
el pelo revuelto con el aire que remueve al girar.
La beso en todas partes: en Guinea y en Júpiter
(y hasta en Madagascar).
Wanda es el mapa y es el cielo raspado por un día sin afeite.
Wanda no se conoce, nada sabe de sí:
yo la revelo ante sí misma, la educo en su calor, instruyo para ella
el movimiento que ella misma me ha enseñado.
Las nubes se agolpan ávidas en el dintel del balcón.
Una palmera erguida se agita con un viento de tormentas.
Wanda no reconoce un solo punto en su visión y gira
ondulando la cabellera al viento,
arqueando esos huesos y rompiendo los tres días
que pasaron inmóviles ahítos de nosotros.
Tirada Wanda, tendida y extensa como un mapa o como un cielo.
Ya todo es viento, movimiento, movimiento.
Wanda es una nube, el aire es una nube, la palmera es una nube.
Por eso en el siguiente giro, por adentro y por afuera,
en todas partes, todo empieza a llover.


De: “Paseante solitario”


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