Música de la memoria
Hoy
hace un mes,
o
un año,
tal
vez un siglo,
de
silencio
entre
las mansas cucarachas
del
olvido.
Pero
anoche
una
leve humareda de música,
una
ráfaga de notas en el viento
desató
el nudo de mis manos,
el
hosco garrotillo en mi garganta
y
el mundo me cayó
sobre
los ojos,
sobre
los labios,
goterones
de voces,
de
lágrima o de plomo
después
de la sequía
hasta
entonces lo huía.
Por
ejemplo, no podía pensar
el
otoño rojizo de París,
el
París de herrumbrados castaños
y
plazas escondidas.
Ni
siquiera podía evocar las jacarandás
azuleando
el cielo
en
las calles de la ciudad prohibida.
Es
que el sol es apenas
un
recuerdo manchado por las rejas.
Este
es el fondo más hondo del pozo
y
esta oscuridad se asume en soledad,
con
la angustia, las moscas,
los
olvidos, las ratas monstruosas.
La
memoria es una llamarada
que
quema, que lancina.
Y
de golpe,
un
traguito de música
pueda
más que las rejas,
que
el dolor de la afrenta,
más
que los interrogatorios,
que
las garras prensadas de los cuervos.
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