sábado, 16 de enero de 2021

DIANE ACKERMAN

 

 

 

Venus

 

 

Bajo llave y perpetuo,
un silbido giratorio
de rayas blancas
a su alrededor; tafetán
una toca como el manto de una monja;
Una voluptuosa fulana con una boa rosa;
Momia con negros
sedimentos disecados en su interior; estrella avispa
para los galileos Mayas;
Un paciente ambulatorio
Envuelto en gasa postoperatoria;
Cleopatra en agosto-
Su carne ondulada
en un espejismo de calor
a años luz
de Alejandría;
Pulpa blanca pegajosa
con forma de espiga
a través del vientre de una larva;
La perfecta cortesana:
servicial, insensible,
plegada con enigmas,

 

Venus silenciosamente muta
En su torre de marfil.

 

En lo profundo de este
libidinoso albedo
hay temperaturas tan altas
que hierve el plomo,
presiones
90 veces más rigurosas
que las de la Tierra.
Y a pesar de las capas de nubes
y de los estratos de calina
parecen respirar
como fuelles gigantes,
que exhalan y suspiran
cada 4 días,
el capullo venusiano
no es una alegre crisálida
que cría una libélula
o que infunde vida
a una retraída larva
sino una jadeante atmósfera
de cuarenta millas de grosor
de ácido sulfúrico, clorhídrico
y fluorhídrico
transpirando todo
como un terrario global,
letal, ácido, absorto en sí mismo.
Ningún musgo esfagno
Ni helecho polipodio por aquí
Donde los vapores candentes
Y la bilis rosada
recuerdan el incendio
con el que comenzó el Universo.

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