Habitación
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Que
nadie contradiga cuan abierto es el deseo
de
estar así, bajo las sábanas de otoño,
mirando
destejer del día a las sombras.
Que
nadie ose (no mientan, no sean púdicos) decir
que
en este lecho de herido no hay gozo,
lascivia,
encantamiento.
Que
nada irrumpa tan excelso instante, que nada evite
el
contacto de la gasa sobre el cuerpo.
Que
nadie venga
(¡cómo
no odiar a las visitas y sus lánguidos consuelos
y
su encendido morbo por la muerte!) a escuchar
la
respiración atrofiada, el quejido
-una
y otra vez, una y otra vez-
de
dolor profundo, oculto.
Que
nadie mire este despojo de hombre
-ya
flor, ya hierba, ya esqueleto-
agitándose
en la arista del recuerdo,
intentando
guardar las mieses, el sudor,
la
breve valentía de ser presa.
Que
nadie roce sus labios, manos,
que
nadie toque nada.
No
recorran esta habitación, esta ciudad cercada,
huelan
sólo la fragancia del espino.
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