Principio último de realidad
Y
varias veces más haré el mismo movimiento que
hace de la sombra del
brazo
sombra encarnada,
brazo
y sombra una misma
escueta
muerte: muerte he
dicho,
y en efecto, a todos
los efectos, se trata de eso:
unísono
brazo en sombra
unísona reiterando escondida
existencia del pusilánime a
sombras aferrado, en carne
amedrentado: en efecto,
miedo. Yo tengo miedo. A
morir.
Temí al
padre, a Polonia, a la Pelona temo calata y
muda (inmutable) fija hora
(instante) Nada. Váyase por
ahí: y no se mueve una hoja
en
lo alto de la tapia, en lo
tupido del bosque mineral,
pese a la nube negra, el
viento norte, el sonido
atorado,
quizás por aceites
de
extremaunción o tacos
de
cerumen de mi oído
dañado hace lustros: Orfeo
suelta gallos, se atasca la
flauta travesera, y un nuncio
de melodías acordes se oxida
entre
los dedos de Nanae
Yoshimura (Pan, se fugó a
Japón): un koto desvencijado
entre encinas, aromos, selva
y espesura donde pudrir, al
pie de un ginko, el cuerpo:
sonido y madera, mástil y
cuerdas, oquedad putrefactos.
Y en medio yo, de cuerpo
presente,
ataviado (maquillado)
primera
vez que no estoy
atareado, medio lado (la cara
no visible) comido a medias
por las miríadas del bosque,
lasca a lasca el resto se irá
pudriendo
en la siguiente
media hora. Caiga. Al diablo
con las heces. Muera. Al diablo
el trasudor, la secreción glandular,
el pestumen caballuno del cagajón
incrustado
al ano, suelta, cae,
cómetelo Muerte.
Percal
muerto, deshilachada franela a cuadros, borra roja a
la insaciable bocaza de las
hormigas rojas, un pozo de
pez apesta en la vertiginosa
vertical sin fondo de los
hormigueros: jaque mate
y se comen al asalto los
cuadrados negros de la
franela. No hay camisa,
no hay brazo, la sombra
ennegrecida que moví día
a día cual ejercicio espiritual
durante
lustros, tres veces
media hora, tumor multicolor
(predominan los morados)
es ahora un olor amarillo
que brota, vez postrera, del
ano
enrojecido de los insectos.
Sus
miríadas a mi brazo. Su
sombra. El movimiento en
alto.
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