domingo, 10 de diciembre de 2017

AGUSTÍN MAZZINI




Un día arrojado al vacío



Una gota de cerveza en el cielo de mi boca
era todo lo que necesitaba para ser
el jinete de los caballos llameantes. Ellos cabalgaban
sobre las columnas que sostenían lo vivido
cuando la rueda del deseo bajaba por tu piel
como mi sangre rueda hoy por lo que ya no existe.
En la calle nadie olvidaba recoger nuestras ilusiones
ni de besar lo que ahora extraño.
La felicidad fue lavarse los dientes,
hacer en el aire la señal de la cruz,
proteger el amor con bolsas de supermercado
y el humo en los cines, las enfermerías, esos lugares
que con los ojos vendados
todavía reconozco gracias a su perfume.

Después, alguien con mi cara, bebiendo de un trago tu nombre
caminó una universidad empapelada por periódicos,
guardando en su corazón de aullido
el sueño más hermoso de una vida,

porque la muerte aún estaba muerta.


De: “El cielo no termina de quemarse”



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