Prosa
de los infieles difuntos
1
Amargo
es el silencio en la víspera del moribundo. Una sonrisa obscena le recorre la
cara como ondular de cascabeles furiosas. La mujer, con su rosario de sudores,
mira sorprendida en la cabecera de la cama un aletear de sombras, sospecha una
nube de cuervos merodeando la finca. La madrugada será por siempre roja, abismo
de la sangre y las mentiras del nuevo muerto. Del guásamo gotean semilleros de
instantes, hileras de serpientes en dirección al pueblo. Lo que antes fuera
deseo es ahora ceniza de la muerte. Las concubinas del señor jamás volverán a
reír. Cierra la ventana para evitar que el viento empuje hacia la flama del
quinqué a los demonios de la soledad. En la mañana próxima, sus rencores serán
abono del olvido, silbarán cualquier canción por la memoria de su hombre.
2
Pasa
un cortejo fúnebre, un silencionocturno a las tres de la tarde. Desde su
ventana, la mirada de Silvia atisba secretamente como un gajo del más frío
verano. Otras fueron sus canciones, no el crujir de espuelas en el pedrerío de
las calles, no los saxofones traídos de Mediasaguas para entonar himnos
amargos.
Atrás
quedó la bulla de sus regresos en el lomo salvaje de los amaneceres, su
griterío de tordo en cuyos vuelos perdía castidad la tarde, el fermento de caña
que se embriagaba en su boca, los infinitos pubis que olió al amparo de cielos
cómplices cuando la gente se rendía a los designios de la noche. Atrás quedó el
río sediento de sus venas. Silvia se persigna y pide por el resplandor de su
alma de veinte años en el futuro cantil de la más oscura oscuridad lejos de sus
querellas.
3
No
pierdas, Galo, tus horas fugitivas del infierno en convites de café y tabaco,
en medio de hombres que amarillea el otoño –sus voces enmohecen a causa de
escorpiones en los sueños–. Las barajas te predicen la gloria de los muertos
vivos, tuyo es el aire tormental que viene del sur, los vastos territorios de
la noche y el último aliento de vida en los moribundos. Busca mejor los
sacrosantos reinos de las tentaciones, los lupanares donde el vino fluya igual
que arroyos junto a las aldeas temporales de viajeros venidos de otros mundos,
las casas luminosas donde mujeres rojas de placer asedian al caballo azabache
de tu entrepierna. Tus horas –moneda cara a Satanás– no pueden malemplearse. No
eres el único asesino proveedor de cementerios perfumados con pachulín y
rumores santos, aunque eres heraldo del silencio, buscador de incrédulos con el
signo de la calavera en sus miradas. Ya zumba tu impaciencia, ya espolea el
destino tu cuerpo duro como la piel de sementales. Bésalas, siente sus lenguas
domesticar tu pecho, penetra sus balcones de doncellez postiza, ámalas como en
la última ceremonia del deseo. Mañana, Galo, tu sangre visitará los abismos del
infinito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario