Mujer
de alguien
No
era la mujer de alguien, era la tuya
con el aspecto de cenefa tupida.
Echada sobre el butacón de la sala,
parezco bastante confortable.
De hecho, creo que me encuentras así,
o te has dado por vencido.
La mujer de las hipótesis o las prevenciones,
mujer de otro que pudo ser de otros
y de hecho lo fue y que hoy es toda tuya,
te hace creer cosas con algunos sagaces
ajetreos de estilo.
Sentada viendo televisión,
viéndote en el canal extremo,
luego de engañarte y perseguir seriales violentos
como una existencia desastrosa.
Sentada, porque se lo merece,
fantasea con el tipo de las exfoliaciones
que en casa apenas se convierte,
y de esa experiencia colige reservados deleites.
(Yo pretendía que otros pensaran que era adorable,
pretendía no decir grandes mentiras, por lo menos
no igual a esa de transmutarme en la fascinación
trágica de una adulta-rubia-rebajada,
que emplea a granel óxido fuerte y percibe
los riesgos de la fusión,
de la resistencia del objeto.
O como la rusa de Kiev que va sola en la tarde
camino del Tsárskoie Seló con una imbatible felicidad).
Ibas a contarme lo de la tangente variable
que ciñe el plan de la pareja,
poniendo las cuentas en cero, pero me lo sé.
Conozco al dedillo el cuento de Andreévna Górenko,
sobre todo si arrimo el aliento a la bocina
y oyes de mi voz la revelación cansada.
Tú me miras a los dos ojos y ves
el blanco punto que mueve el brillo.
Yo miro a uno solo de los tuyos, y me asusto
del reflejo que hace en él una estría varada.
Ibas a contarme, a modo de habitual coqueteo,
lo bien que me conservo
cuando me encontraste dentro de la luna del cristal,
desnuda, consumiendo plata viva,
y tuve ganas de pedírtelo ahí,
ahora que nada vale devolver el golpe sin su virtual fijeza.
Muchas horas en lo mismo,
deduciendo la tarea textual del cirujano;
cosas que conoces, que compartimos
como buenos actores.
con el aspecto de cenefa tupida.
Echada sobre el butacón de la sala,
parezco bastante confortable.
De hecho, creo que me encuentras así,
o te has dado por vencido.
La mujer de las hipótesis o las prevenciones,
mujer de otro que pudo ser de otros
y de hecho lo fue y que hoy es toda tuya,
te hace creer cosas con algunos sagaces
ajetreos de estilo.
Sentada viendo televisión,
viéndote en el canal extremo,
luego de engañarte y perseguir seriales violentos
como una existencia desastrosa.
Sentada, porque se lo merece,
fantasea con el tipo de las exfoliaciones
que en casa apenas se convierte,
y de esa experiencia colige reservados deleites.
(Yo pretendía que otros pensaran que era adorable,
pretendía no decir grandes mentiras, por lo menos
no igual a esa de transmutarme en la fascinación
trágica de una adulta-rubia-rebajada,
que emplea a granel óxido fuerte y percibe
los riesgos de la fusión,
de la resistencia del objeto.
O como la rusa de Kiev que va sola en la tarde
camino del Tsárskoie Seló con una imbatible felicidad).
Ibas a contarme lo de la tangente variable
que ciñe el plan de la pareja,
poniendo las cuentas en cero, pero me lo sé.
Conozco al dedillo el cuento de Andreévna Górenko,
sobre todo si arrimo el aliento a la bocina
y oyes de mi voz la revelación cansada.
Tú me miras a los dos ojos y ves
el blanco punto que mueve el brillo.
Yo miro a uno solo de los tuyos, y me asusto
del reflejo que hace en él una estría varada.
Ibas a contarme, a modo de habitual coqueteo,
lo bien que me conservo
cuando me encontraste dentro de la luna del cristal,
desnuda, consumiendo plata viva,
y tuve ganas de pedírtelo ahí,
ahora que nada vale devolver el golpe sin su virtual fijeza.
Muchas horas en lo mismo,
deduciendo la tarea textual del cirujano;
cosas que conoces, que compartimos
como buenos actores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario