lunes, 28 de abril de 2025

VÍCTOR RUIZ

 

  

 

Zazen 

a José Ñamendy, ailurófilo

 

 

El día se asoma por la ventana,

ruidos de voces irrumpen

y el trajín de la gente cada vez es más claro.

En esta tranquilidad de mi cuarto,

  tirado en la cama,

doy la espalda al mundo

como un monje zen

que busca la vacuidad

frente a una pared de ladrillos.

 

Dejo que todo se desvanezca

en una aparente indiferencia:

 

“Que nada perturbe mi pereza”, digo,

“Que nada perturbe mi pereza”, repito,

para mí este mantra.

 

De pronto, en mis pies,

cuello y muslos,

aruños insistentes

reclaman mi atención:

 

son mis gatos, mi manada,

giro hacia ellos y los comprendo:

 

abandono, entonces, esta calma contemplativa,

este dolce far niente que me arrastraba

                nuevamente al sueño.

 

Voy a la cocina

sirvo la comida

y me quedo ahí

observando sentado

el banquete silencioso de mis gatos.

 

Así,

recupero la paz

inmerso en la corriente

cotidiana de la vida.

 

 

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