Dos poemas
Quedó cautiva la pelota
entre las ramas.
Ellas le tiran piedras,
pero no pueden verla y tiran a lo menso.
Cansadas, se sientan en el pasto.
Así, de vez en cuando
una pelota logra que la olviden.
Renuncian a bajarla, se hacen grandes
y la pelota ahí, mientras maduran.
Pero la rueda no es la misma: dos
se han ido,
se va otra más y queda
sólo una,
y la pelota ahí, cautiva,
ya parte, se diría, de la corteza,
mientras la cuarta, que no olvida,
sigue tirándole a lo menso.
* * *
Si observo un punto en el piso
o una mancha en el muro
se vuelven en seguida
un insecto que se mueve.
Me digo: no es verdad,
pero la agitación prosigue,
hay algo que palpita
frente a mí, se arrastra, lo estoy viendo.
¿Es cosa de la presión alta
o de la presión baja?
¿Cuál es la presión justa
de las arterias
para poder mirar un punto
largamente
sin irse por las ramas?
Extiendo el brazo
y toco el punto: es sólo un punto,
vuelvo a mirar y el trance
recomienza: se ha movido,
me miro el dedo a ver si tiene sangre.
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