domingo, 18 de septiembre de 2022

CARLOS MARTÍN

 

  

Eras niña de nardo

 

 

Eras niña de nardo y luna fría
tendida, matinal, cerca al deseo
donde —sangre y canción— mi sed ardía.

Concha en ola sin mar, aún te veo
como desnuda rosa transparente
detenida y mecida en su aleteo.

Hambre y sed me gritaron de repente
sangrando, con las manos levantadas,
los sueños que cruzaban mansamente.

¡Qué voz de filo azul en tus miradas!
Qué ardor en el temblor de tus sentidos!
Qué grito el de mis venas desangradas!

No los rizos del trigo al sol ardidos
sobre la torre de la frente pura
que ilumina el compás de tus latidos.

Ni el almíbar frutal de la madura
pulpa partida en dos, en sangre y nieve,
de naranja y de sol llama insegura.

Ni la sangre infantil que solo mueve
los bajeles del canto a la ribera
donde palpita el beso y no se atreve.

Solo por la encendida primavera
en donde el río del ensueño escala
los árboles de luz hasta la ojera.

Donde el dolor a la ternura iguala
y el amor como un niño se desliza
—pétalo sin raíz, vuelo sin ala—.

Por el cauce del alma a la sonrisa,
por el sendero del suspiro al llanto,
sobre los blancos hombros de la brisa,
es verdadero el corazón del canto.

Entre un ciprés y una rosa

En un cristal de recuerdos
donde crecen los suspiros
como jazmines del aire;
en un cristal.

Donde los besos maduran
como sueños o manzanas
entre los labios del viento;
donde los besos maduran.

Con cuerpo de agua enlunada,
bajo la espuma del pelo,
era la niña del alba
como el agua.

Por su boca el cuerpo largo
de la sonrisa corría
como arroyo con estrellas;
por su boca.

En la tarde se apoyaba
su presencia de ala blanca
como el sol en las mejillas
de la tarde.

Enredadera de luz
que maduraba los frutos
en el árbol de mi canto;
enredadera.

Campana con ruiseñores
su voz —la niña del alba—
en la torre de mi frente;
la campana.

Y el corazón como nube
que atravesara la espina
de esa voz que me nombraba;
y el corazón.

Entre las dalias del aire
quedaba cuando se iba
su presencia florecida
como una dalia en el aire.

Un árbol, de sueño había
madurado sus racimos
sobre el pecho de los días;
un árbol de sueño había.

La música que arrullaba
la canción de la mañana
como la madre a su hijo
en los brazos de la música.

Las ojeras —oro y malva—
de la tarde que se iba
agitando sus cabellos;
las ojeras.

Un viento de muerte vino
como una mano de sombra
sobre la niña del alba;
un viento de muerte vino.

Entre un ciprés y una rosa,
su cuerpo de agua enlunada,
en una ciudad de niebla;
entre un ciprés y una rosa.

Una voz como el silencio
con largo traje de lágrimas
y con pájaros cansados
llora a la niña dormida.

En un lugar de suspiros
como jazmines del aire
donde crecen los sollozos;
en un lugar de suspiros;

entre un ciprés y una rosa.

 

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