jueves, 6 de enero de 2022

LEÓN ZAFIR

 

 

Mi gente

 

 

Yo vengo de una raza de mineros
bravos y aventureros,
que se tostaron bajo el sol ardiente
del trópico en la brega continuada:
raza altiva y valiente,
hombres de voluntad recia y templada,
que mantuvieron, sin temor a nada,
dispuesto el corazón y alta la frente.

Tarareando dulcísimas canciones,
por muchos años desfiló mi gente
hacia la mina en típicas legiones,
sin temer a la muerte, cruel y ruda,
que permanece muda,
agazapada entre los socavones.

El martillo sonoro
que manejó la mano encallecida,
volvió en una violenta sacudida,
la roca viva veinte mil pedazos,
y fue quedando al descubierto el oro,
que en otros tiempos, cual fulgente brasa,
hecho pulseras alumbró en los brazos
de todas las mujeres de mi raza.

En horas de reposo
las manos del minero hacían
despertar los acentos que dormían
en las cuerdas del tiple sonoroso.

Juzgando no un pecado
mortal o imperdonable, la mi gente
amansó bestias bravas, jugó al dado,
jugó a los gallos y bebió aguardiente.

Todos los hombres de mi raza fueron
fieles al yugo que el pasado encierra,
tanto, que ellos nacieron y murieron
dentro los lindes de su propia tierra.

Y o me fugué una vez, en un momento
de irreflexión, de mi montaña grata,
y hoy siento de ello tal remordimiento,
que por poco me mata.

De no haberme fugado,
ahora casualmente viviría
en mi montaña como en un destierro;
pero en cambio tendría
lo siguiente -adquirido sin afán-:
casa propia, mujer, hijos, un perro,
una escopeta, un tiple, oro guardado,
y un caballo alazán.

 

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