HE DICHO mi nombre tres veces y no me reconozco.
¿Por qué acá, con dientes y cabellos alargándose como mi llanto?
Desde
un rascacielos, la otra que no fui,
desvanece el puño de la mano,
suelta la suerte
de los días amontonados,
ya es tarde, dice,
y es polvo.
De:
“Y los dormidos siempre mudos peces”
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