Dylan Thomas
Cuanto
hubo en él de candoroso, recio y leal,
fue
desapareciendo. Quizás supo
que
los actos no son nuestros.
El
deterioro, entretanto, no hacía más que acentuar
lo
inevitable de cualquier inocencia
que
es igual a toda hermosura
y
se llama podredumbre.
Levantaba
el vaso, por último,
con
tan poca fe
que
algo de esa corrosiva belleza
redimía
la ambigüedad de su culpa.
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