sábado, 27 de febrero de 2016

RAQUEL LANSEROS



  
Yago Bazal se deja ver dos horas



La luna nueva late dentro del corazón
de un hombre declarado clandestino.
    Es una noche oscura como un crimen.
Yago Bazal avanza monte abajo
entre sombras azules que susurran su historia.

Porque los ideales se volvieron ceniza
hace tiempo que Yago no hace fuego.
Así,
va dejando jirones de sus mejores sueños
     en las plateadas jaras a su paso.

Lo recuerda muy bien.

Un búho reconoce el rostro tenso
a veces decidido a rebelarse
contra quienes lo excluyen de los seres humanos
aunque otras veces también muestra, de pronto,
el cansancio plomizo y demacrado
de una lucha sin plazo.

      Hay pocos camaradas
      y mucha escarcha rota.

No es la palabra frío la que agrieta la cara
ni amorata los dedos en las botas deshechas.
     Es el frío de verdad.
Es el frío espeso
de esta primera Navidad después de la derrota
pegándosele al cuerpo igual que una serpiente.

En la guerra Yago había odiado las palabras.
   Podía notar el pulso
      tibio como la tierra
         en las letras de sangre.
Sin embargo, ahora sabe
que no son las palabras quienes matan.
   Cada letra es un pez en el océano,
   un árbol florecido,
pero hay labios que usan las palabras
como se usa una ametralladora.

Fuera se han encendido
las farolas ausentes de la calle.
   Mientras,
   suspira muy despacio.
   El frío le acompaña como entonces.
Si cierra bien los ojos fatigados
Yago se puede ver
   trepando el muro de su propia huerta
      acallando a sus perros
         penetrando furtivo en su mísera casa
                                                           de trigo húmedo y ajo.
Aún puede oír el sollozo desvalido
de la mujer que ama
al verlo tan delgado y polvoriento.

Todas las noches Yago vuelve a huir monte arriba
con pocas provisiones y un beso triste quemándole los labios
con los ojos perdidos de los hombres
                                  cuyo futuro ha sido demolido.

Todos nosotros somos ahora y para siempre
las pisadas de Yago contra la piedra helada,
yo soy el pan callado de aquella Nochebuena,
tú eres la luna oscura que le ayuda a esconderse.

Y hoy es mil novecientos treinta y nueve.    



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