jueves, 11 de agosto de 2022

BEATRIZ RUSSO

 

  

Cuando leas esto, yo que ahora soy visible,

me habré vuelto invisible.     

                                                         Entonces, tú serás compacto y realizarás mis poemas volviéndote hacia mí.

Walt Whitman, de: “Hojas de hierba”

 

Hazme escribir que amo a los hombres.

Amar al hombre por el hombre.

Como un animal inmune a los fusiles.

Sé que no he de temer al domador de los labios ni al trapecista que torpemente trepa

     a la punta de su lengua para escuchar el eco de los aplausos.

Sé que no he de temer a los falsos tolerantes que llaman insolidaria a la razón de otros.

Sé que no he de temer a los traficantes de cerebros ni a los blanqueadores de la carne

     y las venas de carbón.

Porque he de amar al hombre por el hombre.

En la escenografía impuesta por los coreógrafos de los números mal calculados.

En el verde apagado de los árboles drogadictos.

En la verticalidad de las casas anoréxicas que adelgazan sus paredes con el ayuno de las visitas y

     sacuden sus manteles por los balcones para que nadie crea que han cenado solos.

Aún así,

he de amar al hombre por el hombre.

Transitar los estratos de las calles como un vagabundo que deja su canto en las tabernas

     a cambio del poso de los labios en el vino.

Ser una malabarista urbana danzando con los astros en los semáforos verdes frente a rostros

     helándose sobre el felpudo de la hierba enterrada.

Ya sé que no se detienen los coches aparcados.

No se detienen porque los pies de los transeúntes se han mimetizado con las ruedas.

Y aún así,

he de amar al hombre por el hombre.

Hacer del tren una única estancia para el viajero.

 

Podría llamar alma a la maquinaria de los átomos,

conciencia a la manivela que mueve los brazos y las piernas,

hombre, al hijo bastardo de la vida y de la muerte peleándose por su custodia en

     el juicio de las sombras.

O quizás,

podría llamar hombre al terrorismo de las células,

alma al talento del redentor,

sociedad al voto amañado en el referéndum del espíritu,

y conciencia a la vieja honra abandonada en los estantes.

Porque aún no puedo amar al hombre por el hombre despego las hojas entre la hierba aglutinada.

Leo un poema donde se habla del hombre, el alma, la sociedad y la conciencia y salgo a la calle.

Busco una explicación en la maleza de los parques.

Pero no la encuentro.

Aún así sigo buscando, como ordena el mensaje en el tapón de un refresco.

Y al final lo encuentro.

El amor está en lo invisible,  ahora lo entiendo, como el bálsamo que dejan los pinos en

     los entierros o la exhalación de los incensarios en las catedrales.

Por eso y pese a todo,

he de amar al hombre por el hombre.

Está escrito en la conciencia de cada hoja y en toda la hierba.

  

De: “Los testigos”

 

 

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