Cuando leas esto, yo que ahora soy visible,
me habré vuelto invisible.
Entonces, tú serás
compacto y realizarás mis poemas volviéndote hacia mí.
Walt Whitman, de: “Hojas de hierba”
Hazme
escribir que amo a los hombres.
Amar
al hombre por el hombre.
Como
un animal inmune a los fusiles.
Sé
que no he de temer al domador de los labios ni al trapecista que torpemente
trepa
a la punta de su lengua para escuchar el eco de los aplausos.
Sé
que no he de temer a los falsos tolerantes que llaman insolidaria a la razón de
otros.
Sé
que no he de temer a los traficantes de cerebros ni a los blanqueadores de la
carne
y las venas de carbón.
Porque
he de amar al hombre por el hombre.
En
la escenografía impuesta por los coreógrafos de los números mal calculados.
En
el verde apagado de los árboles drogadictos.
En
la verticalidad de las casas anoréxicas que adelgazan sus paredes con el ayuno
de las visitas y
sacuden sus manteles por los balcones para que nadie crea que han cenado solos.
Aún
así,
he
de amar al hombre por el hombre.
Transitar
los estratos de las calles como un vagabundo que deja su canto en las tabernas
a cambio del poso de los labios en el vino.
Ser
una malabarista urbana danzando con los astros en los semáforos verdes frente a
rostros
helándose sobre el felpudo de la hierba enterrada.
Ya
sé que no se detienen los coches aparcados.
No
se detienen porque los pies de los transeúntes se han mimetizado con las
ruedas.
Y
aún así,
he
de amar al hombre por el hombre.
Hacer
del tren una única estancia para el viajero.
Podría
llamar alma a la maquinaria de los átomos,
conciencia
a la manivela que mueve los brazos y las piernas,
hombre,
al hijo bastardo de la vida y de la muerte peleándose por su custodia en
el juicio de las sombras.
O
quizás,
podría
llamar hombre al terrorismo de las células,
alma
al talento del redentor,
sociedad
al voto amañado en el referéndum del espíritu,
y
conciencia a la vieja honra abandonada en los estantes.
Porque
aún no puedo amar al hombre por el hombre despego las hojas entre la hierba
aglutinada.
Leo
un poema donde se habla del hombre, el alma, la sociedad y la conciencia y
salgo a la calle.
Busco
una explicación en la maleza de los parques.
Pero
no la encuentro.
Aún
así sigo buscando, como ordena el mensaje en el tapón de un refresco.
Y al
final lo encuentro.
El
amor está en lo invisible, ahora lo entiendo, como el bálsamo que dejan
los pinos en
los entierros o la exhalación de los incensarios en las catedrales.
Por
eso y pese a todo,
he
de amar al hombre por el hombre.
Está
escrito en la conciencia de cada hoja y en toda la hierba.
De:
“Los testigos”
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