La
Noche
A Andréi Smirnov
El
alba oscurece por tres puntos
y
temerosa la mano no se atreve
a
irrumpir en la blancura del papel
cortando
el aire denso que lo guarda.
Como
sin remedio mi razón es honesta
se
avergüenza de su imperfección
y no
deja a la mano alcanzar la dicha
de
tramar yambos con el descuido de ayer.
Mientras
está plena de signos la penumbra
una
idea imprecisa que hace arder mi frente,
el
poder del café o la pasión nocturna
se
pueden confundir con chispas
de
la inteligencia.
Pero,
en realidad, como grande es mi juicio
está
a salvo de las locuras de estas vigilias,
pues
esta ardiente excitación, como un genio,
méritos
suyos no las considera.
¡Acaso
es pecado desconocer mi infortunio!
Es
tan inocente la pequeñez, tan dulce
la
tentación de violar el anonimato
de
esta noche,
nombrando
todo lo que me rodea
por
su nombre.
En
tanto ordeno a mi mano no moverse
cada
objeto me observa provocativo,
resplandece
y vigila cada gesto mío
que
insinúe le rinde pleitesía.
Seguro
de que los amo
los
objetos gruñen y mendigan,
anhelando
con toda el alma
sea
mi voz la que los cante.
¡Qué
agradecida estoy a la vela,
quisiera
hablar de su amada luz
y
concederle la incansable caricia
de
los epítetos! Pero, callo otra vez.
¡Qué
dolor y tormento el de estar muda,
sin
confesar ni con una palabra
toda
la belleza que el amor
con
mi pupila severa contempla!
¿De
qué me avergüenzo?
¿Por
qué no soy libre en la casa desierta,
bajo
la nieve creciendo para escribir mal,
pero
con justeza,
sobre
la casa, la noche y el cielo azul
tras
la ventana?
¡No
quiera Dios que pierda la vergüenza
ante
la hoja de papel tan indefensa
ante
la vela sencilla y luminosa
ante
mi rostro esfumándose en el sueño!
Versión
de: Irina Astrau
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