lunes, 21 de marzo de 2016

ÁLVARO RUIZ FERNÁNDEZ



  
Monterrey



Este es el Monterrey de los soles inmensos
agujas de fuego caen desde el cielo
traspasan al hombre de las veredas
en un mar de ondas calóricas
líneas tenues que reverberan desde el pavimento
y suben al cerebro distorsionando el paisaje
que son cerros metálicos o espejos desérticos
donde uno puede observar los hornos de una fundición
en una niebla de vapores que nada envidia a los infiernos
de ser traslación detenida
sobre el eje de la demencia que otorgan los grados.
El sol está en lo alto como un águila sobrevolando en círculos
gira sobre la ciudad y sobre las cabezas alucinadas
por fiebres ardientes de sol en las sienes
sienes que envían señales de fuego
al cerebro astro de dos hemisferios
en uno hierven recuerdos y en el otro se evapora el presente
y ambos síntomas los toma el sol para sí
ya cual dios insatisfecho
que propugna un calor que quema la tristeza
así sana al hombre y lo enloquece
con quimeras, espejismos y horizontes que no existen.
Entonces la realidad se revierte
se transforma en imaginaria
y la línea entre ambos conceptos desaparece
dame una sol para ceñirme una corona
dame ambas cervezas para aliviar la sed
de éste sol que es real
como el vuelo de aquellos barcos por el cielo
los caminantes bajo el sol hablan sucintamente
dicen a primeras verdad o mentira
¡qué importa!
las palabras tienen connotaciones inmediatas
no hay tiempo bajo el sol
las sombras nos esperan
no malgastemos los minutos
cuando las agujas de fuego caen desde el cielo
sin piedad sobre la piel quemada por los días
bajo el sol implacable de éste calendario detenido
horas después del mediodía.
en las noches sin luna aúllan los coyotes
porque el sol se ha marchado hasta de su espejo
no está en ninguna parte
entonces los coyotes lloran y lamentan
la ausencia del sol
y la hora de Greenwich calla
cuando sólo se oye el viperino silbido
de las cascabeles arrastrando la infamia
de una noche sin luna.
Bajo las brasas del sol
transpiran los cuerpos de hombres y mujeres imantados
donde el salino y fosforescente sudor
despierta en ellos la lascivia salvaje de la copulación
se unen las lenguas y las salivas
como una planta que se abre bajo el sol
llena de secreciones y transparentes microcosmos
donde pequeños planetas danzan alrededor de otro sol.
Es así el sol de Monterrey
las agujas de fuego
atravesando las sienes de sus habitantes
afiebradas realidades a orillas del río Santa Catarina
que más que agua muchas veces trajo sueños
en el paisaje del cactus y de la piedra
al norte, siempre al norte de la realidad.


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