Monterrey
Este
es el Monterrey de los soles inmensos
agujas
de fuego caen desde el cielo
traspasan
al hombre de las veredas
en un
mar de ondas calóricas
líneas
tenues que reverberan desde el pavimento
y
suben al cerebro distorsionando el paisaje
que
son cerros metálicos o espejos desérticos
donde
uno puede observar los hornos de una fundición
en
una niebla de vapores que nada envidia a los infiernos
de
ser traslación detenida
sobre
el eje de la demencia que otorgan los grados.
El
sol está en lo alto como un águila sobrevolando en círculos
gira
sobre la ciudad y sobre las cabezas alucinadas
por
fiebres ardientes de sol en las sienes
sienes
que envían señales de fuego
al
cerebro astro de dos hemisferios
en
uno hierven recuerdos y en el otro se evapora el presente
y
ambos síntomas los toma el sol para sí
ya
cual dios insatisfecho
que
propugna un calor que quema la tristeza
así
sana al hombre y lo enloquece
con
quimeras, espejismos y horizontes que no existen.
Entonces
la realidad se revierte
se
transforma en imaginaria
y la
línea entre ambos conceptos desaparece
dame
una sol para ceñirme una corona
dame
ambas cervezas para aliviar la sed
de
éste sol que es real
como
el vuelo de aquellos barcos por el cielo
los
caminantes bajo el sol hablan sucintamente
dicen
a primeras verdad o mentira
¡qué
importa!
las
palabras tienen connotaciones inmediatas
no
hay tiempo bajo el sol
las
sombras nos esperan
no
malgastemos los minutos
cuando
las agujas de fuego caen desde el cielo
sin
piedad sobre la piel quemada por los días
bajo
el sol implacable de éste calendario detenido
horas
después del mediodía.
en
las noches sin luna aúllan los coyotes
porque
el sol se ha marchado hasta de su espejo
no
está en ninguna parte
entonces
los coyotes lloran y lamentan
la
ausencia del sol
y la
hora de Greenwich calla
cuando
sólo se oye el viperino silbido
de
las cascabeles arrastrando la infamia
de
una noche sin luna.
Bajo
las brasas del sol
transpiran
los cuerpos de hombres y mujeres imantados
donde
el salino y fosforescente sudor
despierta
en ellos la lascivia salvaje de la copulación
se
unen las lenguas y las salivas
como
una planta que se abre bajo el sol
llena
de secreciones y transparentes microcosmos
donde
pequeños planetas danzan alrededor de otro sol.
Es
así el sol de Monterrey
las
agujas de fuego
atravesando
las sienes de sus habitantes
afiebradas
realidades a orillas del río Santa Catarina
que
más que agua muchas veces trajo sueños
en el
paisaje del cactus y de la piedra
al
norte, siempre al norte de la realidad.
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