sábado, 1 de noviembre de 2025

YEVGUENI YEVTUSHENKO


 

La peruanita

 

 

A la hora en que mueren los periódicos
y se convierten en basura nocturna,
un perro con un trozo de galleta entre los dientes
se detiene y me acecha.
A la hora en que resucitan todos los bajos instintos
que se esconden hipócritamente durante el día,
a la hora en que los choferes me gritan: “¡Eh, gringo!,
¿quieres una peruanita? ¡Vamos, yo te llevo!”
A la hora en que la oficina de correos está cerrada,
y solamente el telégrafo no duerme,
un muchacho, envuelto en su poncho,
dormita apretado a la estatua de algún héroe.
A la hora en que las prostitutas y las musas
se pintarrajean la cara,
a la hora en que se imprimen las basuras de mañana
con grandes titulares en primera plana,
a la hora en que todo es visible o invisible,
sin ir o venir a fiesta alguna,
deambulo por la avenida Lima,
como por un cementerio de noticias.
Llena de escupitajos y cáscaras de naranja,
la calle apesta como una letrina,
pero, miren allá: una figura humana
se mueve entre un montón de periódicos.
Esta anciana, acurrucada en medio del silencio,
y que no culpa a nadie de nada,
se ha hecho un poncho
con las noticias de ayer.
Cubierta hasta las orejas
por todos los lados para escapar del frío,
que los diarios sean de derecha o izquierda
da lo mismo si le ofrecen un poco de calor.
Envuelta hasta los tobillos en escándalos,
intrigas y partidos de fútbol,
bajo las piernas de la modelo Twiggy
asoman sus propios pies desnudos.
Limosinas, submarinos y cohetes,
ya botados a la calle, se pegan al asfalto;
sobre los hombros de la campesina pesan
las carreras de caballos, los yates, los stripteases y los banquetes.
Y una llama blanca ante un escaparate
observa con tristeza detrás de los cristales
la sangre todavía caliente
en una foto que la anciana tiene sobre los hombros.
Bajo la basura del mercado mundial
sin saber ni entender nada de aquello,
como una llama acosada, esta india escudriña.
Madre dolorosa de la humanidad.
La injusticia la ha doblado,
la prensa toda la ha aplastado
y, como una escultura viva, ella es
la verdad del mundo bajo un montón de mentiras.
¡Oh, llama blanca del escaparate!,
acurrúcate en su pecho ahuecado,
libérala de toda la basura,
llévatela a la Sierra Blanca.
Como representante del Gran Poder destruido
ante su rostro atormentado,
un rostro marcado de profundas arrugas,
me inclino igual que un hijo silencioso.
El mayor poder del mundo
—el alma humana—,
respirando apenas, ha buscado locamente
su refugio bajo los harapos.
“Una chica peruana”, me gritan
los taxistas, pero yo no respondo.
No quiero decirles
que ya encontré a mi peruanita.

 

(Escrito originalmente en español por el autor)

 

 

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