jueves, 24 de septiembre de 2020

JORGE CARRERA ANDRADE

  

 

 

Biografía para uso de los pájaros


 

 

Nací en el siglo de la defunción de la rosa

cuando el motor ya había ahuyentado a los ángeles.

Quito veía andar la última diligencia

y a su paso corrían en buen orden los árboles,

las cercas y las casas de las nuevas parroquias,

en el umbral del campo

donde las lentas vacas rumiaban el silencio

y el viento espoleaba sus ligeros caballos.

Mi madre, revestida de poniente,

guardó su juventud en una honda guitarra

y sólo algunas tardes la mostraba a sus hijos

envuelta entre la música, la luz y las palabras.

Yo amaba la hidrografía de la lluvia,

las amarillas pulgas del manzano

y los sapos que hacían sonar dos o tres veces

su gordo cascabel de palo.

Sin cesar maniobraba la gran vela del aire.

Era la cordillera un litoral del cielo.

La tempestad venía, y al batir del tambor

cargaban sus mojados regimientos;

mas, luego el sol con sus patrullas de oro

restauraba la paz agraria y transparente.

Yo veía a los hombres abrazar la cebada,

sumergirse en el cielo unos jinetes

y bajar a la costa olorosa de mangos

los vagones cargados de mugidores bueyes.

El valle estaba allá con sus haciendas

donde prendía el alba su reguero de gallos

y al oeste la tierra donde ondeaba la caña

de azúcar su pacífico banderín, y el cacao

guardaba en un estuche su fortuna secreta,

y ceñían, la piña su coraza de olor,

la banana desnuda su túnica de seda.

Todo ha pasado ya, en sucesivo oleaje,

como las vanas cifras de la espuma.

Los años van sin prisa enredando sus líquenes

y el recuerdo es apenas un nenúfar

que asoma entre dos aguas

su rostro de ahogado.

La guitarra es tan sólo ataúd de canciones

y se lamenta herid en la cabeza el gallo.

Han emigrado todos los ángeles terrestres,

hasta el ángel moreno del cacao.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario