Oda a las ganas
Orinar
es la mayor obra de ingeniería
por
lo que a drenajes toca.
Además
orinar es un placer,
qué
decir cuando uno hace “chis, chis”,
en
salud del amor y los amigos,
cuando
uno se derrama largamente en la garganta del
mundo
para
recordarle que somos calientitos, para no desafinar.
Todo
esto es importante
ahora
que el mundo anda echando reparos,
hipos de intoxicado.
Porque
es necesario orinarse, por puro amor a la vida,
en las vajillas de plata,
en
los asientos de los coches deportivos,
en
las piscinas con luz artificial
que
valen, por cierto, 15 o 16 veces más que sus dueños.
Orinar
hasta que nos duela la garganta,
hasta
las últimas gotitas de sangre.
Orinarse
en los que creen que la vida es un vals,
gritarles
que viva la Cumbia, señores,
todos
a menear la cola
hasta
sacudirnos lo misterioso y lo pendejo.
y
que viva también el Jarabe Zapateado
porque
la realidad está al fondo a la derecha
donde
no se puede llegar de frac.
(La
tuberculosis nunca se ha quitado con golpes de
pecho)
Yo
orino desde el pesebre de la vida,
yo
sólo quiero ser el meón más grande de la existencia,
ay
mamá por dios, el meón más grande de la existencia.
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