Margarita
Al
único teléfono del barrio
lo
custodiaba Margarita,
en la
estafeta postal.
Sus
mofletes curtidos brillaban
con
el sol de las tardes de octubre,
ah, look at all the lonely people,
rubia
pulpera sin pulpería.
Un
sagrado corazón
con
tintas de oro y carmesí,
asomaba
tras la cortina de su comedor,
espiaba,
mate en mano, quién
y
cómo usaba el aparato,
cada
minuto de sus interminables horas,
y con
su radio de Mañanitas Camperas
despertaba
las calles somnolientas.
Margarita
saludaba ¡chau, querido!
a los
chiquilines en guardapolvos
y les
miraba a los hombres
la
entrepierna para distraer su soledad.
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