La casa de mi padre
Desde
la vivienda primero se veía el miedo y después el color verde del paisaje.
Ahora
digo:
Defenderé
la casa de mi padre contra la pureza y sus banderas ensangrentadas.
Para
defenderla, regalaré cada una de sus piedras, ventanas y puertas. Las recibirán
quienes no piensan como yo.
Los
nuevos habitantes airearán los solivos y escaleras; alzarán el vuelo bajo de
nuestros espíritus.
Defenderé
la casa de mi padre abriendo una brecha en el tejado; por allí gotearán los
idiomas y músicas venidos de tierras desconocidas o remotas.
En
la defensa de la casa vaciaré el orgullo con que dibujamos una frontera de
árgomas mojadas.
Descompuestas
las paredes, ningún adversario vivirá ovillado en el nombre de un animal.
Sólo
veremos un clavo enfermo en el sitio donde estuvieron las frases de quien
justificó el crimen político. El silencio ha desnudado a los que callaron
ochocientas veintinueve veces.
Sin
enemigos, el poeta Gabriel Aresti se recostará aliviado en la nobleza de los
lobos.
Ofrecida
la casa, impediremos que en el espacio de su ausencia y memoria los hombres
sean extranjeros.
De: “Orquesta de desaparecidos”
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